I
La carta de Pablo a
los Romanos constituye el punto culminante de la Escritura, como quiera que se
la considere. Lutero la llamó "el más claro de los evangelios".
"El hombre que la entienda -escribió Calvino- tiene abierto para sí un
camino seguro para entender toda la Escritura." Tyndale, en su Prefacio a
los Romanos, ligó ambos pensamientos, designando a Romanos como "la parte
principal y más excelente del Nuevo Testamento, y el más puro Euangelion, vale
decir, las buenas nuevas que llamamos evangelio, y además una luz y un camino
hacia toda la Escritura". Todos los caminos en la Biblia llevan a Romanos,
y todas las direcciones que ofrece la Biblia aparecen más claramente desde
Romanos; cuando el mensaje de Romanos invade el corazón del hombre no es
posible predecir lo que pueda ocurrir.
¿Qué es lo que
buscamos en la Biblia? El hombre sabio está atento a varias posibilidades, y
Romanos la trata a todas en forma suprema.
¿Es doctrina -la
verdad acerca de Dios, impartida por Dios- lo que buscamos? En caso afirmativo,
encontraremos que Romanos nos ofrece todos los temas principales en forma
integral: Dios, el pecado, la ley, el juicio, la fe, las obras, la gracia, la
creación, la redención, la justificación, la santificación, el plan de
salvación, la elección, la reprobación, la persona y la obra de Cristo, la obra
del Espíritu, la esperanza cristiana, la naturaleza de la iglesia, el lugar del
judío y del gentil en los propósitos de Dios, la filosofía de la iglesia y de
la historia del mundo, el significado y el mensaje del Antiguo Testamento, la
significación del bautismo, los principios de la piedad y la ética personales,
los deberes de la ciudadanía cristiana ... ¡etcétera!
Pero el hombre sabio
lee la Biblia también como el libro de la vida, que muestra mediante exposición
y ejemplo lo que quiere decir servir a Dios o no servirle, encontrar a Dios o
perderlo en la experiencia humana real. ¿Que puede ofrecemos Romanos en cuanto
a esto? La respuesta es: el espectro más completo de la vida de pecado y de la
vida de la gracia, y el análisis más profundo del camino de la fe, que pueda
encontrarse en toda la Biblia. (Sobre el pecado, véanse los capítulos 1-3, 5-7,
9; sobre la gracia véanse los capítulos 3-15; sobre la fe véanse los capítulos
4, 10,14.)
Otra manera de leer
la Biblia, método que recomiendan algunos investigadores modernos, es como
libro de la iglesia, donde está expresada la fe y la comprensión que de sí
misma tiene la comunidad creyente. Desde este punto de vista, Romanos,
justamente por tratarse de la declaración clásica del evangelio por el cual
vive la iglesia, es también el relato clásico de la identidad de la iglesia.
¿Qué es la iglesia? Es la verdadera simiente del fiel Abraham, simiente tanto
judaica como no judaica, elegida por Dios, justificada mediante la fe, y libre
del pecado para una nueva vida de justicia personal y mutuo ministerio. Es la
familia de un amante Padre celestial, y vive en la esperanza de heredar toda su
fortuna. Es la comunidad de la resurrección, en que los poderes de la muerte
histórica de Cristo y su presente vida celestial ya están obrando. En ninguna
parte se presentan estos aspectos en forma más completa que en Romanos.
El hombre sabio lee
también la Biblia como la carta personal de Dios a cada uno de sus hijos
espirituales, y por lo tanto dirigida a él mismo tanto como a cualquiera otra
persona. Leamos Romanos de este modo, y encontraremos que tiene un poder
singular para descubrir y tratar cosas que constituyen parte de nuestra vida,
aceptadas tan tácitamente que de ordinario ni siquiera pensamos en ellas: los
hábitos y actitudes pecaminosos; el instinto de hipocresía; la tendencia
natural a justificamos y a confiar en nosotros mismos; la perenne incredulidad;
la frivolidad moral y la superficialidad del arrepentimiento; el ánimo
dividido, la mundanalidad, el espíritu de temor, el pesimismo; el orgullo y la
insensibilidad espiritual. Encontraremos también que esta demoledora carta
tiene un poder singular de generar alegría, certidumbre, confianza, libertad, y
ardor de espíritu, casas que Dios no sólo requiere quienes lo aman sino que les
proporciona.
Se decía de Jonathan
Edwards que su doctrina en toda aplicación, y que su aplicación era todo
doctrina. Romanos es así en forma suprema. Nadie puede agotar su lectura ni
llegar a abarcar todo lo que contiene [escribió Tyndale), porque cuanto más se
la estudia más fácil resulta, y cuanto más profundamente se la escudriña tanto
más preciosas son las cosas que se encuentran en ella, así de grandes son los
tesoros de cosas espirituales que yacen escondidos en ella .... Por 10 cual
todo hombre sin excepción ejercítese en ella diligentemente, y recuérdela de
noche y de día continuamente, hasta que esté perfectamente familiarizado con
ella.
No todos los
cristianos, sin embargo, aprecian la magnificencia de Romanos, y esto tiene una
razón. El hombre que descendiera en la cumbre del Everest con un helicóptero
(caso que esto fuese factible) no sentiría en ese momento nada parecido a lo
que sintieron Hillary y Tensing cuando llegaron a esa misma cumbre después de
haberla escalado. De manera similar, el impacto que sobre nosotros pueda hacer
Romanos dependerá de lo que haya habido antes. La ley que se cumple aquí es la
de que cuanto más hayamos escudriñado el resto de la Biblia, tanto más
estaremos ejercitados con respecto a los problemas morales e intelectuales de
la vida cristiana, y cuanto más hayamos sentido la carga de las debilidades y
la lucha por mantener la fidelidad en la vida cristiana, tanto más hemos de
encontrar que Romanos nos habla. Juan Crisóstomo se la hacía leer una vez por
semana; a nosotros nos convendría hacer lo mismo.
Ahora bien; como
Romanos constituye el punto culminante de la Biblia, así también el capítulo 8
es la cima máxima del libro de Romanos. Es, al decir del comentarista puritano
Edward Elton, como el panal de miel, repleta de dulzura y consuelo celestiales
para el alma nuestros motivos de orgullo y nuestra aprehensión del consuelo no
son más que sueños, hasta que adquirimos algún sentido real del amor de Dios
para utilizarlo en el poder de Cristo Jesús, derramado y vertido en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado: el que, una vez obtenido,
llena nuestros corazones con gozo indecible glorioso, y nos hace más que
vencedores. ¿Y dónde hemos de encontrar nosotros este motivo de consuelo
interpretado más clara mente y más precisamente que en este capítulo? (Epístola
dedicatoria que precede a The Triumph of a True Christian Described.
Descripción del triunfo de un verdadero cristiano, exposición de Romanos 8 por
Elton).
La palabra
"consuelo" se usa aquí en el antiguo sentido de lo que da coraje Y
fuerza, no en el moderno de 10 que tranquiliza Y enerva. La búsqueda del
"consuelo" en el sentido moderno es sentimental e irreal y busca la
propia satisfacción, Y el concepto religioso de que se acude a la iglesia en
busca de consuelo en este sentido no es cristianismo; pero Elton está hablando
de la certidumbre cristiana, lo cual es muy diferente. Pero aquí entra en juego
el principio del monte Everest. No hemos de penetrar los secretos de Romanos 8
estudiando el capítulo aisladamente. Para entender Romanos 8 hay que estudiar
previamente Romanos 1- 7, y el impacto que nos hará Romanos 8 reflejará lo que
nos haya costado entender lo que dicen dichos capítulos. Sólo si hemos llegado
al punto de conocemos como pecadores perdidos y sin esperanza (capítulos 1-3),
Y con Abraham, al punto de confiar en la promesa divina que parece demasiado
para ser real, en nuestro caso, la promesa de aceptación porque Jesús, nuestro
jefe según el pacto, murió y resucitó (capítulos 4-5); sólo si, como nuevas
criaturas en Cristo, nos hemos entregado a una vida de total santidad y hemos
luego descubierto que la carne está en lucha con el espíritu, de modo que
vivimos en contradicción, sin llegar jamás plenamente al bien que nos
proponemos, ni evitando el mal al que hemos renunciado (capítulos 6-7), sólo
si, además de todo esto, sufrimos pérdida y cruces (enfermedad, fatiga,
accidentes, sorpresas desagradables, desilusión, trato injusto ... Véase capítulo
8: 18-23, 35-39); sólo entonces Romanos 8 brindará todas sus riquezas y
manifestará todo su poder.
En Romanos 8
encontramos que Pablo reafirma en forma muy detallada lo que ya había dicho en
Romanos 5: 1-11. De ordinario no es hombre de repetirse: ¿Por qué volvió sobre
el camino andado en este caso? ¿Por qué, en fin, escribió Romanos 8? La breve
respuesta -que no es tan tonta como parece- es esta: ¡porque acababa de
escribir Romanos 7! En Romanos 7:7 acababa de hacer la siguiente pregunta: ¿Es
pecado la ley? La respuesta que tenía para dar era esta: No, pero la leyes
fuente de pecado, por cuanto fomenta lo que prohíbe, y de tal modo despierta el
impulso a desobedecer que cuanto más se propone el hombre guardar la ley tanto
más se encuentra transgrediéndola. A fin de mostrar este hecho del modo más
expedito y evidente describió su propia experiencia al respecto. Relató cómo,
antes de ser cristiano, "el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me
engañó, y por él me mató" (v. 11); y luego pasó revista al presente, en el
cual, a pesar de ser ahora cristiano y apóstol, "el querer el bien está en
mí, pero no el hacerlo porque según el hombre interior me deleito en la ley de
Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi
mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros"
(vv. 18,22s). Al describir esto, su reacción espontánea fue: "¡Miserable
de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (v. 24). La pregunta
era retórica, porque él sabía que la liberación total de las garras del pecado
mediante Cristo habría de ser una realidad para él algún día, por "la
redención de nuestro cuerpo" (8:23); pero por el momento, como siguió
diciendo, tenía que cargar con la amarga experiencia de verse imposibilitado de
llegar a la perfección que anhelaba, porque la ley que se lo exigía -esa ley en
la que, como hombre regenerado, se deleitaba, versículo 22- era incapaz de
producirla. "Así que, yo mismo [es decir, en mi ser íntimo, el verdadero
"yo"] con la mente sirvo a la ley de Dios [es decir, el mandamiento],
mas con la carne a la ley [es decir, el principio] del pecado" (v. 25).
Pablo ha terminado
lo que quería decir; ahora hace una pausa. ¿Qué es lo que ha hecho? Ha
compartido con sus lectores lo que dice la ley en cuanto a sí mismo, y de esta
manera le ha recordado lo que dice la ley acerca de ellos. La ley no habla de
privilegios y logros, sino de fracaso y culpa. Para el cristiano sensible, por
lo tanto, que sabe cómo Dios odia el pecado, el ser diagnosticado por la ley
resulta una experiencia miserable y deprimente. El hecho de tener que escribir
estos versículos había empañado la alegría de Pablo mismo, y, como buen pastor,
sabía también que la lectura de los mismos habría de tener un efecto parecido
en otros. Pero no le parece bien dejar a los cristianos de Roma en esa
situación, contemplando el lado triste de su experiencia y pensando como si
estuvieran nuevamente bajo la ley. Por el contrario, ve la necesidad de
recordarles de inmediato que lo que resulta decisivo no es 10 que dice la ley
acerca de ellos, sino lo que dice el evangelio. Por lo tanto, amparado en una
lógica que es tanto evangélica como pastoral -evangélica porque el evangelio
demanda la última palabra; y pastoral porque los 'pastores siempre tienen
"que [colaborar] para vuestro gozo" (II Cor 1:24) Pablo reanuda ahora
el tema de la certidumbre cristiana y lo desarrolla con toda la energía de que
es capaz, desde la "ninguna condenación" al comienzo hasta la
"ninguna cosa nos podrá
separar" al final. Romanos 8 no libra a los cristianos de Romanos en el
sentido de indicar la posibilidad presente de no tener imperfecciones que la
ley pueda detectar en nosotros; esto es lo que quería decir Alexander White
cuando le dijo a su congregación; "No saldréis de Romanos 7 mientras yo
sea vuestro ministro" -y nada más cierto. Pero en el sentido de encaminar
a los cristianos hacia la certidumbre que da Dios en el evangelio, y de
enseñarles a regocijarse en esa gracia soberana que es superior al pecado, como
un antídoto a la miseria que se experimenta al ser medido por la ley, Romanos 8
cumple la función de librarlo de Romanos 7 en forma sumamente efectiva.
¿Qué es lo que
contiene Romanos 8? Se divide en dos partes de igual longitud. Los primeros
treinta versículos destacan la suficiencia de la gracia de Dios para resolver
toda una serie de dificultades: la culpa y el poder del pecado (vv. 1-9); el
hecho de la muerte (vv. 6-13); el terror de enfrentar la santidad de Dios (v.
15); la debilidad y la desesperación frente al sufrimiento (vv. 17-25); la
parálisis en la oración (vv. 26s); el sentir que la vida no tiene sentido y que
no hay esperanza (vv. 28-30). Pablo demuestra su posición refiriéndose a cuatro
regalos de Dios que se dan a todos los que por la fe "están en Cristo
Jesús". El primero es la justificación -"ninguna condenación"
(v. 1). El segundo es el Espíritu Santo (vv. 4-27). El tercero es la condición
de hijo -la adopción como miembro de la familia en la que el Señor Jesús es el
primogénito (vv. 14-17,29). El cuarto es la seguridad, ahora y para siempre
(vv. 28-30). Esta dotación compuesta -posición, más una dinámica, más una
identidad, más un salvoconducto- es más que suficiente para sostener al
cristiano, cualesquiera que sean sus problemas.
Luego, en los
versículos 31-39, Pablo hace una pregunta retórica en relación a lo que acaba de
escribirles. "¿Qué, pues, diremos a esto?" (v. 31). A continuación se
dedica a indicar su propia reacción, que debiera ser también la nuestra, y al
hacerlo, el tema toma un giro ligeramente distinto y se convierte en la
suficiencia del Dios de la gracia. El interés se transfiere del don a su Dador,
del pensamiento de la liberación del mal al pensamiento de que Dios es para
todo cristiano lo que dijo que había de ser para Abraham - "tu escudo, y
tu galardón sobremanera grande" (Gén., 15:1). Si los versículos 1-20 están
diciendo: "Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en
gloria", los versículo s 31-39 dicen: "¿A quién tengo yo en los
cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón
desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre"
(Sal. 73:24-26). Es esta reacción la que hemos de explorar a continuación.
II
"¿Qué, pues,
diremos a esto?" La primera persona del plural no es aquí el plural de
majestad o literario; para el Nuevo Testamento estos recursos son desconocidos.
Más bien se trata del plural incluyente y exhortativo de la predicación
cristiana, que tiene el siguiente sentido: "Yo, y espero que tú también, y
todos los creyentes juntamente con nosotros." El pensamiento que está por
detrás del" ¿qué diremos?" es este: "Yo sé lo que tengo que
decir; ¿lo dirás tú juntamente conmigo?"
Al Pedirles a sus
lectores que se manifiesten, Pablo quiere que primeramente piensen. Quiere que
junto con él ellos tengan claro cómo es que el "esto" tiene que ver
con sus circunstancias actuales; en otras palabras, que apliquen el hecho a sí
mismos. Si bien no los conoce personalmente (ni a nosotros que lo leemos en el
siglo veinte), sabe que lo que determina sus circunstancias son dos factores
comunes a todos los verdaderos cristianos en todas partes y en todas las
épocas. El primer factor es el compromiso para con una justicia total. Romanos
8:31-39 da por descontado que sus lectores están sometidos a Dios como
"siervos de la justicia" (6: 13,18), y que procuran cumplir la
voluntad de Dios cabalmente. El segundo factor es el estar sometidos a
presiones por todos lados. Romanos 8:31-39 considera las penurias materiales y
la hostilidad humana como cosas a las que todos los cristianos han de verse
expuestos; a "nosotros", y no sólo a Pablo, nos esperan-
"tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez [la
privación extrema] o peligro, o espada" (v. 35). Como les enseñó Pablo a
los convertidos de su primer viaje misionero, "es necesario que a través de
muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hch. 14:22). Quizá
algunos de los problemas (pero no todos) puedan ser eludidos momentáneamente
(pero no para siempre) teniendo en buenas condiciones el velamen espiritual;
pero Pablo sabe que los que están resueltos a lo que los puritanos llamaban la
"obediencia universal" tienen que nadie en contra de la corriente de
este mundo todo el trayecto, y constantemente se les hace sentir que así es.
Así ve Pablo a sus
lectores; y en su espejo nos vemos nosotros también. He aquí el cristiano
atormentado por el recuerdo de una caída moral; el cristiano cuya integridad ha
hecho que perdiese un amigo o su trabajo; los padres cristianos cuyos hijos son
motivo de desilusión; la mujer cristiana que atraviesa "el cambio";
el cristiano que se siente como un extraño en su casa o en su trabajo a causa
de su fe; el cristiano apesadumbrado por la muerte de alguien que según su
parecer debería haber seguido viviendo, o la vida prolongada de un pariente
senil o de un hijo mongoloide que, según él, ya debería haber muerto; el
cristiano que piensa que a Dios no le interesa lo que le pasa, porque de otro
modo su vida no sería tan dura; y muchos otros. Pero es justamente a gente de
este tipo -es decir, gente tal como nosotros- a los que Pablo desafía.
"¿Qué diremos nosotros a esto?" ¡Pensemos, pensemos, pensemos!
¿Qué es lo que
quiere Pablo que nos ocurra? Quiere que hagamos nuestras las posesiones que son
nuestras, aunque esto parezca una redundancia. Las posesiones que no hemos hecho
nuestras no son, como a veces se piensa, técnicas para no pecar jamás, sino la
paz, la esperanza, y el gozo en el amor de Dios que constituyen los derechos de
nacimiento de los cristianos. Pablo sabe que si nos dejamos llevar por las
emociones ante las presiones de la vida -es decir si' racionalizamos las
reacciones-, no haremos nuestro dicho legado: por ello es que exige una
reacción, no ya a esas cosas sino a "estas cosas" que se enumeran en
los versículos 1-30. Piensen en lo que saben acerca de Dios por el evangelio,
dice Pablo, y aplíquenlo. Piensen sin dejarse arrastrar por los sentimientos;
si los sentimientos los han sumido en la depresión salgan de ese estado con
argumentos apropiados; desenmascaren la incredulidad que dicho estado ha
provocado; saquen la vista de los problemas y miren al Dios del evangelio;
dejen que el pensamiento evangélico corrija el pensamiento emocional. De este
modo (piensa Pablo) el Espíritu Santo que mora en nosotros, cuyo misterio
consiste en aseguramos que somos hijos y herederos de-Dios (vv. 15s), nos
conducirá al punto en que la conclusión triunfante de Pablo -"estoy seguro
de que ni la muerte, ni la vida ... ni ninguna otra cosa creada nos podrá
separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor Nuestro" (vv. 38s)
arrancará de nosotros la siguiente exclamación: "y también estoy seguro!
¡Aleluya!" Porque en esta respuesta, como bien lo sabe Pablo, radica el
secreto de la experiencia del que es "más que vencedor"', que es la
victoria que vence al mundo y es, también, el cielo del cristiano aquí en la
tierra.
"¿Qué, pues,
diremos a esto?" La respuesta modelo de Pablo consiste en cuatro
pensamientos, cada uno de los cuales tiene como centro una pregunta adicional.
(¡Después de todo, las preguntas hacen pensar!) "Si Dios es por nosotros,
¿quién contra nosotros? '" ¿Cómo no nos dará también con él [Cristo] todas
las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Quién nos separará del amor
de Cristo?" La palabra clave que aparece en relación con los tres primeros
pensamientos es "por" (griego huper, "en nombre de"):
"Dios es por nosotros lo entregó [a su Hijo] por todos nosotros Cristo
'" intercede por nosotros." El cuarto pensamiento es una conclusión
basada en los tres primeros tomados conjuntamente: "Ninguna cosa nos podrá
separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro."
Analicemos dichos pensamientos individualmente.
III
1. "SI DIOS ES POR
NOSOTROS, ¿QUIÉN CONTRA NOSOTROS?"
El pensamiento aquí
es el de que ningún grado de oposición podrá abatimos finalmente. Para
transmitir este pensamiento, Pablo despliega la suficiencia de Dios como
protector soberano, y el carácter decisivo del compromiso contraído según el
pacto con nosotros.
"Si Dios es por
nosotros. " ¿Quién es Dios? Pablo se refiere al Dios de la Biblia y del evangelio,
Jehová Dios, "Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en
amor y fidelidad" (Ex.-34: 6, BJ); un Dios a quien "el unigénito
Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (Juan 1:
18). Este es el Dios que ha hablado para anunciar su soberanía: "Yo soy
Dios y no hay ningún otro, yo soy Dios y no hay otro como yo. Yo anuncio desde
el principio lo que viene después y desde el comienzo lo que aún no ha
sucedido. Yo digo: Mis planes se realizarán y todos mis deseos llevaré a
cabo" (Isa. 46:9s, BJ). Este es el Dios que demostró su soberanía cuando
sacó a Israel de la cautividad en Egipto y más tarde de la de Babilonia, y
cuando sacó a Jesús de la tumba; y que evidencia esa misma soberanía ahora cada
vez que levanta a un pecador que se encuentra muerto espiritualmente y le da
vida espiritual. Este es el Dios de Romanos, el Dios cuya ira "se revela
desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres" (1: 18),
y que, sin embargo, "muestra su amor para con nosotros" (5:8). Este
es el Dios que llama, justifica, y glorifica a los que desde la eternidad
"predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo"
(8:29). Este es el Dios del primer artículo anglicano, "el único Dios vivo
y verdadero, eterno de infinito poder, sabiduría, y bondad; el Hacedor y
Sustentador de todas las cosas, tanto visibles como invisibles". Este es
(agreguemos también) el Dios cuyos caminos venimos estudiando en este libro.
"Si Dios"
-este Dios- "es por nosotros" - ¿qué significa esto? Las palabras
"por nosotros" declaran el compromiso de Dios según el pacto. La meta
de la gracia, según hemos visto, es la de crear una relación de amor entre Dios
y nosotros los que creemos, el tipo de relación para el que fue creado originalmente
el hombre, y el lazo de comunión por el que Dios se liga con nosotros, es su
pacto. Lo impone en forma unilateral, mediante promesa y mandamiento. Lo vemos
hacer esto justamente cuando le habla a Abraham en Génesis 17: "Yo soy el
Dios Todopoderoso estableceré mi pacto entre mí y ti, Y tu descendencia después
de ti en sus generaciones para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de
ti seré el Dios de ellos guardarás mi pacto" (vv. 1, 7). Gálatas 3 y 4
demuestran que todos los que depositan su fe en Cristo, tanto gentiles como
judíos, son incorporados a través de Cristo en la simiente de Abraham, y
constituyen los beneficiarios del pacto. Una vez en vigencia, el pacto
permanece, por cuanto Dios se encarga de ello. Como Padre, Esposo, y Rey (estos
son los modelos humanos que se usan en el pacto para aclarar su relación), Dios
permanece fiel a su promesa y propósito, y la promesa misma -la promesa de ser
"tu Dios" - es una promesa amplia que, cuando se la examina, se
descubre que contiene dentro de sí todas las "preciosas y grandísimas
promesas" con las que Dios se ha comprometido a satisfacer nuestras
necesidades. Esta relación que responde al pacto, constituye la base de toda la
religión bíblica: cuando los adoradores dicen "mi Dios", y cuando Dios
dice "mi pueblo", se está empleando lenguaje que corresponde al
pacto. Las palabras "Dios es por nosotros" son también lenguaje del
pacto; lo que se está proclamando allí es el hecho de que Dios se compromete a
sostenemos y protegemos cuando hombres y cosas amenazan, a suplir nuestras
necesidades mientras dure nuestro peregrinaje terrenal, y a conducimos
finalmente hacia el pleno disfrute de sí mismo, cualesquiera sean los
obstáculos que al presente parecieran interponerse entre nosotros y ese
destino. La simple afirmación de que "Dios es por nosotros"
constituye una de las más ricas y valiosas declaraciones que contiene la
Biblia.
¿Qué significa para
el hombre el poder decir "Dios es por mi'? La respuesta la vemos en el
Salmo 56, donde la declaración de que "Dios está por mí" (v. 9) es el
eje en" torno al cual gira todo lo demás. El salmista se encuentra con la
espalda contra la pared ("todo el día mis enemigos me pisotean; porque
muchos son los que pelean contra mí con soberbia" (v. 2; cf. vv. 5s). Pero
el conocimiento de que Dios está de su lado pone una nota de triunfo en su
oración. Primero, le da seguridad de que Dios no lo ha olvidado ni ha pasado
por alto su necesidad. "Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu
redoma [¡para preservadas!] ¿No están ellas en tu libro [registradas en forma
permanente]?" (v. 8). Segundo, le da confianza de que "sean luego
vueltos atrás mis enemigos, el día en que yo clamare" (v. 9). Tercero,
ofrece base para la confianza que apacigua el pánico. "En el día que temo,
yo en ti confío. En Dios he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el
hombre?" (vv. 3s). Sea lo que fuere lo que "el hombre" pueda
hacerle al salmista desde afuera, por así decido, en el sentido más profundo no
puede tocado, porque su verdadera vida es la vida interior de la comunión con
un Dios amante, y el Dios que lo ama protegerá esa vida a través de todas las
eventualidades.
Dicho sea de paso,
el Salmo 56 responde también a la cuestión de quiénes son los
"nosotros" cuando Dios está "por". El salmista menciona
tres cualidades que señalan al verdadero creyente. Primero, alaba, y lo que
alaba es la palabra de Dios (vv. 4,10) -es decir, atiende a la revelación de
Dios y venera a Dios en ella y de conformidad con ella, antes que dar rienda
suelta a sus propias desmedidas fantasías teológicas. Segundo, ora, y el deseo
que lo impulsa a orar es el de tener comunión con Dios como meta y fin de la
vida -"para que ande delante de Dios" (v. 13). Tercero, paga -paga
sus votos, vale decir, de fidelidad y agradecimiento (vv. 12s). El hombre que
alaba, ora, agradece y es fiel lleva en sí mismo las marcas del hijo de Dios.
Ahora bien: ¿cuál
era el propósito de Pablo al hacer ese pregunta? Estaba (y está) combatiendo el
temor -el temor que siente el cristiano tímido a las fuerzas que cree que se
han confabulado contra él, las fuerzas, podríamos decir, de "él", o
"ella", o "ellos". Pablo sabe que siempre hay alguna
persona, o grupo de personas, cuya burla, desagrado, u hostilidad el cristiano
siente que no puede enfrentar. Pablo sabe que tarde o temprano esto se vuelve
un problema para todo cristiano, incluyendo aquellos a quienes, antes de su
conversión, no les importaba lo que dijesen o pensasen de ellos; sabe, también,
en qué grado tales temores pueden inhibir o desalentar. Pero también sabe cómo
responder ante esta situación. En efecto, Pablo nos dice que pensemos en el
hecho de que Dios está por nosotros: sabemos lo que esto significa:
consideremos entonces quién está en contra, y preguntémonos qué resulta cuando
comparamos ambos bandos. (Notemos que la traducción "quien puede estar
contra nosotros" [VM] no es correcta, porque desvirtúa el pensamiento de
Pablo; lo que pide Pablo es un examen realista de la oposición, humana y
demoníaca, y no una romántica simulación de que no existe tal oposición. La
oposición es un hecho: el cristiano que no tiene conciencia de que tiene
oposición es mejor que se cuide, porque peligra. Esa falta de realismo no es un
requisito del discipulado cristiano sino más bien señal de fracaso.) ¿Les
tienes miedo a "ellos"? pregunta Pablo. No hay por qué tener temor,
como tampoco Moisés tenía por qué temer al Faraón después que Dios le dijo:
"Yo estaré contigo" (Exo. 3: 12). Pablo insta a sus lectores a que
hagan el mismo cálculo que hizo Ezequías: "No temáis, ni desmayéis ante el
rey de Asiria, ni ante toda la muchedumbre que con él viene, porque es más el
que está con nosotros que el que está con él con nosotros está Yahveh nuestro
Dios para ayudamos y para combatir nuestros combates" (II Cro. 32:7s, BJ).
Toplady, poeta de la certidumbre cristiana así como Watts es el poeta de la
soberanía de Dios y Charles Wesley el poeta de la nueva creación, interpreta el
concepto al que Pablo quiere llevamos en estas palabras:
Tengo un protector
soberano, invisible, pero siempre a mano; inmutablemente fiel para salvar,
todopoderoso para gobernar y mandar. Sonríe, y mi consuelo sobreabunda; su
gracia ha de descender como el rocío, y murallas de salvación habrían de rodear
al alma que fue su deleite defender.
Esto es por lo que
Pablo nos pide que comprendamos; que lo hagamos nuestro; que la certidumbre que
dichas palabras manifiestan haga un impacto en nosotros en relación con lo que
tenemos que enfrentar en este preciso momento; y al conocer a Dios de este modo
como nuestro protector soberano, irrevocablemente comprometido por el pacto de
la gracia, encontraremos no solamente liberación del temor sino nuevas fuerzas
para la lucha.
IV
2. "EL QUE NO ESCATIMÓ
NI A SU PROPIO HIJO, SINO QUE LO ENTREGÓ POR TODOS NOSOTROS, ¿CÓMO NO NOS DARÁ
TAMBIÉN CON ÉL TODAS LAS COSAS?"
El pensamiento que
expresa la segunda pregunta de Pablo es el de que al cabo ninguna cosa buena
nos será negada. Transmite dicho pensamiento señalando la suficiencia de Dios
como nuestro soberano benefactor, y el carácter decisivo de la obra redentora
de Dios para con nosotros.
Tres comentarios
destacarán la fuerza del argumento de Pablo. Nótese primeramente lo que dice
Pablo indirectamente acerca del costo de nuestra redención: "No escatimó
ni a su propio Hijo". Para salvamos Dios llegó hasta el límite. ¿Qué más
podría haber dado por nosotros? ¿Qué más tenía para dar? No podemos saber lo
que le costó al Padre el Calvario, como tampoco podemos saber lo que sintió
Jesús cuando probó el castigo debido a nuestros pecados. Empero esto sí podemos
decir: que si la medida del amor es lo que es capaz de dar, no hubo jamás amor
como el que Dios mostró para con los pecadores en el Calvario, y ningún regalo
de amor que pudiera hacemos había de costarle tanto como ese. De modo que si
Dios ya nos ha encarecido su amor para con nosotros en que siendo todavía
pecadores Cristo murió por nosotros (cf. 5:8), resulta aceptable, cuando menos,
que también nos dará con él "todas las cosas". La mayoría de los cristianos
ha experimentado la terrible sensación de que Dios pueda no tener para con
ellos otra cosa que lo que ya han recibido; mas una mirada reflexiva al
Calvario tendría que disipar ese tipo de disposición anímica.
Pero esto no es
todo. Notemos, en segundo lugar, lo que quiere decir Pablo en cuanto a la
efectividad de nuestra redención. Dios, dice, "lo entregó por todos
nosotros ", y este hecho es en sí mismo la garantía de que nos serán dadas
"todas las cosas", porque todas ellas nos vienen como fruto directo
de la muerte de Cristo. Acabamos de decir que la grandeza del ofrecimiento de
Dios en la cruz hace que lo que nos da después resulte (si se nos permiten
estas palabras) natural y posible, pero lo que tenemos que notar ahora es que
la unidad del propósito salvador de Dios hace que dicha entrega por añadidura
resulte necesaria, y por lo tanto segura.
En esta relación el
punto de vista neotestamentario de la cruz envuelve más de lo que a veces se
considera. No se ha de discutir el que los escritores apostólicos presenten la
muerte de Cristo como el fundamento y la garantía del ofrecimiento de perdón
por parte de Dios, y el que los hombres obtengan el perdón mediante el
arrepentimiento y la fe en Cristo. Pero, ¿significa esto que, así como un arma
de fuego cargada es sólo potencialmente explosiva, y que es necesario apretar
el gatillo para que funcione, la muerte de Cristo proporciona únicamente la
posibilidad de salvación, y que se requiere el ejercicio de la fe de parte del
hombre para que se haga efectiva y real? De ser así, no es, estrictamente, la
muerte de Cristo la que nos salva en absoluto, como tampoco es suficiente
cargar el arma para que funcione; hablando estrictamente, nos salvamos nosotros
mismos mediante nuestra propia fe según nuestro conocimiento, y, podría darse
el caso de que la muerte de Cristo no hubiese salvado a nadie, ya que podría
haber ocurrido que nadie creyese el evangelio. Pero no es así como lo ve el
Nuevo Testamento. El punto de vista neotestamentario es el de que la muerte de
Cristo en realidad nos ha salvado a "todos" -vale decir, a todos
aquellos a quienes Dios conoció anticipadamente, y ha llamado y justificado, y
a su debido momento glorificará. Porque nuestra fe, que desde el punto de vista
del hombre constituye el medio de salvación, desde el punto de vista de Dios
constituye parte de la salvación, y es tan directa y completamente el don de
Dios para nosotros como lo son el perdón y la paz que vienen por fe.
Psicológicamente la fe es algo que parte de nosotros, pero la realidad teológica
de la misma es que se trata de la obra de Dios en nosotros: tanto nuestra fe,
como nuestra nueva relación con Dios como creyentes, y todos los dones divinos
que se disfrutan dentro de esta relación, nos fueron todos asegurados por la
muerte de Cristo en la cruz. Porque la cruz no constituye un hecho aislado;
fue, más bien, la cuestión central en el eterno plan de Dios de salvar a los
elegidos, y ella aseguró y garantizó primero el llamado (es decir, el provocar
la fe a la mente mediante el evangelio, y mediante el Espíritu Santo al
corazón), luego la justificación, y, finalmente, la glorificación de todos
aquellos por los que, en forma específica y personal, murió Cristo.
Ahora podemos ver
por qué en griego este versículo dice literalmente (y así también la RVR),
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Es que sencillamente le
resulta imposible no hacerlo, porque Cristo y "todas las cosas" van
juntas como ingredientes en el único don de la vida y gloria eternas, y el que
se nos haya dado a Cristo, para que removiese "la barrera del pecado"
mediante la muerte expiatoria en nuestro lugar, nos ha abierto la puerta en
forma efectiva para que nos sea dado todo lo demás. El propósito salvador de
Dios, desde la elección eterna hasta la glorificación final, es uno solo, y
resulta vital para nuestro entendimiento y nuestra certidumbre el que no
perdamos de vista los lazos que unen las diversas partes y etapas -lo cual nos
lleva al próximo punto.
Notemos, en tercer
lugar, lo que quiere decir Pablo cuando habla sobre las consecuencias de
nuestra redención. Dios, nos dice, nos dará con Cristo "todas las
cosas". ¿Qué es lo que incluye esto? El llamado, la justificación, y la
glorificación (lo cual en el versículo 30 incluye todo, desde el nuevo nacimiento
hasta la resurrección del cuerpo) ya han sido mencionados, como también lo ha
sido a lo largo del capítulo el multiforme ministerio del Espíritu Santo. He
aquí riqueza incalculable; y basados en otras Escrituras podríamos agregar más.
Podríamos, por ejemplo, considerar la seguridad que nos da el Señor de que
cuando los discípulos buscan primeramente "el reino de Dios y su
justicia", entonces "todas estas cosas" (sus necesidades
materiales) les serán provistas providencialmente (Mal 6:33) -hecho que volvió
a mencionar, aunque parezca extraño, cuando dijo que "no hay ninguno que
haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre o madre, o mujer, o hijos, o
tierras por causa de mí y el evangelio, que no reciba cien veces más ahora en
este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones,
y en el siglo venidero la vida eterna" (Mar. 10:29s). O podríamos
considerar el hecho de que "todas las cosas" significa todo lo bueno
en que puede pensar Dios, no lo que podamos pensar nosotros, ya que la
generosidad de Dios está regida por su infinita sabiduría y poder. Pero
estaremos más cerca del pensamiento de Pablo si entendemos que esta frase ha
sido provocada, como el "ahora, pues", del versículo 1, por el tipo
especial de lógica pastoral de Pablo, que combate por anticipado las
conclusiones equivocadas a que de otro modo habrían de arribar sus lectores. La
conclusión errónea que estaba combatiendo el versículo 1 (y que lo veremos
combatir nuevamente en el versículo 33) era la de que los pecados de debilidad
del cristiano pueden poner en peligro su aceptación continuada por parte de
Dios; la conclusión equivocada que está combatiendo aquí es la de que el seguir
a Cristo ha de significar la pérdida de cosas que valdría la pena tener, y que
no tienen compensación con nada de lo que se adquiere -lo cual, de ser cierto,
haría que el discipulado cristiano fuese algo detestable. La seguridad que nos
da Pablo de que con Cristo Dios nos dará "todas las cosas" rectifica
o corrige esta conclusión por anticipado, pues que proclama la suficiencia de
Dios como nuestro soberano benefactor, cuya forma de tratar a sus siervos no
deja lugar para que tengan temor alguno de empobrecimiento personal en ningún
momento. Analicemos esto.
El cristiano, como
Israel en Sinaí, tiene que vérselas con la demanda excluyente del primer
mandamiento. Dios le dijo a Israel: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué
de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos
delante de mí" (Exo. 2:2s). Este mandamiento, como todo el Decálogo,
estaba concebido en términos negativos porque tenía como fin urgir a los
israelitas a dejar de vivir como acostumbraban y a comenzar de nuevo. El
trasfondo lo constituía el politeísmo de Egipto, que ya conocían los
israelitas, y el de Canaán, con el que habrían de verse enfrentados a poco
andar. El politeísmo, o sea la adoración de muchos dioses, se había extendido
universalmente por todo el antiguo cercano oriente. La idea básica era la de
que el poder de. 'Cada uno de los dioses estaba limitado por el de los demás
dioses. El dios del trigo, o el dios de la fertilidad, por ejemplo, no podrían
jamás cumplir las funciones del dios de la tormenta, o del dios de los mares.
El dios que hacía su morada en algún sagrario, bosquecillo sagrado o árbol en
particular, solamente podía actuar o auxiliar a los hombres cuando se
encontraba en su propio lugar de habitación; en otras partes, otros dioses lo
superaban. Por lo tanto no bastaba con adorar a un solo dios; era preciso,
hasta donde fuera posible, estar en buenas relaciones con todos los dioses; de
otro modo se corría el riesgo de verse constantemente expuesto al capricho de
los dioses cuya propiciación se había descuidado, con la consiguiente pérdida
de las cosas buenas que constituían la prerrogativa de dichas deidades. Fue la
presión de tales ideas lo que en años posteriores hizo que fuese tan grande la
tentación de los israelitas a adorar a "otros dioses". Indudablemente
que en Egipto habían llegado a un estado en que aceptaba el politeísmo sin discusión,
independientemente de que se uniesen en mayor o menor medida a los egipcios en
su adoración de los dioses paganos. Pero el primer mandamiento condena en forma
absoluta este modo de pensar y de comportarse. "No tendrás dioses ajenos
delante de mí."
Notemos, ahora, cómo
resuelve Dios la cuestión de la lealtad entre él mismo y los "otros
dioses". Le plantea la cuestión a Israel no como un problema de teología
sino de lealtad; cuestión del corazón y no simplemente de la mente. En otras
partes de la Escritura, principalmente en los Salmos y en Isaías, lo vemos
diciéndole al pueblo explícitamente que el adorar dioses paganos es-locura,
porque en realidad no son dioses; pero aquí no se trata de eso. Por el momento
deja e, suspenso la cuestión de si existen o no otros dioses. Compone el primer
mandamiento, no para resolver esa cuestión, sino la de la lealtad. No dice
Dios: no hay otros dioses además de mí que tienen que tener en cuenta; dice
simplemente: no tendrás otros dioses sino a mí. Y fundamenta esta declaración
en el hecho de que él es el Dios de ellos, que los sacó de Egipto. Es como si
dijese: al haberlos salvado del Faraón y sus huestes "con mano fuerte y
brazo extendido", con señales y maravillas, con la Pascua y el cruce del
mar Rojo, les di una demostración de lo que puedo hacer por ustedes, y les
mostré muy claramente que en cualquier parte, en cualquier momento, frente a
cualquier enemigo, en cualquier circunstancia, puedo protegerlos, proveer a sus
necesidades, y darles todo lo que hace a la vida verdadera. No necesitan ningún
otro Dios sino a mí; por lo tanto no deben dejarse arrastrar por la idea de
buscar a ningún otro Dios sino a mí; en vez de ello, deben servirme a mí y sólo
a mí.
En otras palabras,
en el primer mandamiento Dios le dijo al pueblo de Israel que debía servirle
exclusivamente, no sólo porque correspondía que lo hiciesen, sino también
porque él era digno de su confianza total y exclusiva. Debían inclinarse ante
su autoridad absoluta sobre la base de la confianza en su - total suficiencia
para ellos. Está claro que estos dos requisitos debían ir juntos; porque no
podían haberle servido de todo corazón con exclusión de otros dioses si dudaban
de su total suficiencia para proveer a todas sus eventuales necesidades.
Ahora bien, si somos
cristianos, sabemos que a nosotros se nos pide igual lealtad. Dios no escatimó
a su Hijo, sino que lo entregó por nosotros; Cristo nos amó, y se dio a sí
mismo por nosotros, para libramos de la esclavitud al pecado y a Satanás. El
primer mandamiento, en su forma positiva, nos es impuesto por Cristo mismo:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento" (Mat. 22:37s).
Esta exigencia descansa en el derecho de la creación y la redención, y no puede
ser evadida.
Sabemos la clase de
vida que como discípulos nos llama a vivir Cristo. Su propio ejemplo y
enseñanzas en los evangelios (para no buscar más lejos en el libro de Dios) la
hacen abundantemente clara. Somos llamados a. transitar este mundo como
peregrinos -como meros residentes temporarios que viajan en forma ligera y
decidida según lo pida Cristo, a hacer lo que no quiso hacer el joven rico, o
sea, a abandonar los bienes materiales y la seguridad que los mismos
proporcionan, y a vivir expuestos a la pobreza y a la pérdida de posesiones.
Teniendo nuestro tesoro en el cielo, lo hemos de ocupamos de hacer tesoros en
la tierra, ni de adquirir un elevado nivel de vida; bien pudiera ser que se nos
pidiese que renunciemos a ambas cosas. Somos llamados a seguir a Cristo
llevando nuestra cruz. ¿Qué significa esto? Pues bien, las únicas personas que
en el mundo antiguo llevaban cruces eran los criminales condenados a morir
crucificados; estos, igual que nuestro Señor mismo, eran obligados a llevar la
cruz en que iban a ser crucificados. De manera que lo que quiere decir Cristo
es que debemos aceptar para nosotros la posición de dichas personas, en el
sentido de renunciar a toda expectativa futura de manos de la sociedad y
aprender a aceptar como cosa de rutina el que los hombres nos traten con
frialdad y nos miren con odio y desprecio, como si fuésemos alguna especie de
ser extraño. Si somos fieles a nuestro Señor Jesucristo es posible que con
frecuencia encontremos que nos tratan de este modo.
Además, somos
llamados a ser mansos, personas que no se empeñan en defender invariablemente
sus derechos, preocupados por salirse con la suya, acongojados por los malos
tratos y los desaires personales (aunque, si somos normalmente sensitivos,
estas cosas inevitablemente nos afectarán en el nivel superior de la
conciencia); sino que sencillamente hemos de remitir la causa a Dios y dejar en
sus manos la vindicación cómo y cuándo él lo estime conveniente -si le parece
conveniente hacerla. Nuestra actitud hacia los demás hombres, buenos o malos,
tanto cristianos como incrédulos, ha de ser el del Buen Samaritano para con el
judío en el camino, vale decir, nuestros ojos deben estar preparados para ver
las necesidades de los demás, tanto espirituales como materiales; nuestro
corazón debe estar dispuesto a ocuparse de las almas necesitadas que se cruzan
en nuestro camino; la mente debe estar alerta para considerar la mejor forma de
serles de ayuda; la voluntad debe evitar el ardid tan común en nosotros, el de
pasarle la responsabilidad al otro, pasar por el otro lado, eludir las
situaciones de necesidad cuando requieren sacrificio de nuestra parte.
Por supuesto que a
nadie le resulta extraño nada de esto. Sabemos muy bien la clase de vida que
Cristo quiere que vivamos; a menudo predicamos y conversamos sobre el tema
entre nosotros. Pero, ¿vivimos así? Echemos un vistazo a las iglesias.
Observemos la escasez de pastores y misioneros, especialmente de hombres; el
lujo en los hogares cristianos; los problemas que tienen las entidades
cristianas para reunir fondos; la facilidad que tienen los cristianos en todas
las esferas de actividad para quejarse sobre el salario que reciben; la falta
de verdadera preocupación por los ancianos y las personas solitarias, o, todavía
peor, para cualquiera que esté fuera del círculo de los "creyentes
fieles". Somos muy distintos de los cristianos de los tiempos bíblicos.
Nuestra perspectiva sobre la vida es convencional y estática; la de ellos no lo
era. El concepto de "la seguridad primero" no constituía para ellos
una traba para sus iniciativas como lo es para nosotros. Debido a que vivían en
forma eufórica, libre de moldes sociales y de inhibiciones a la luz del
evangelio, causaron un verdadero fermento en el mundo de su época; en tanto que
a nosotros los cristianos del siglo veinte no se nos podría acusar de nada
semejante. ¿Por qué somos tan diferentes? Comparados con ellos, ¿por qué damos
la impresión de ser cristianos a medias? ¿De dónde proviene ese espíritu
nervioso, vacilante que no se arriesga para nada, y que arruina en buena medida
nuestro discipulado cristiano? ¿Por qué es que no estamos lo suficientemente
libres del temor y, la ansiedad como para poder seguir a Cristo hasta las
últimas consecuencias?
Parece ser que una
de las razones es que en lo profundo de nuestro ser tenemos miedo a las
consecuencias de seguir incondicionalmente el camino de la vida cristiana. No
nos atrevemos a aceptar responsabilidades porque pensamos que no vamos a tener
las fuerzas necesarias para llevarlas a cabo. No nos atrevemos a iniciar un
modo de vida en el que no dependamos de la seguridad material porque tenemos
miedo de quedamos' desamparados. No nos atrevemos a ser mansos porque tenemos
miedo de que si no nos ponemos firmes nos van a pisotear y a hacer víctimas y
que terminaremos en el fracaso.
No nos atrevemos a
romper las convenciones sociales a fin de servir a Cristo porque tememos que si
lo hacemos la estructura firme de nuestra vida se va a venir abajo a nuestro
alrededor, dejándonos sin apoyo en ninguna parte. Son estos temores
semiconscientes, este miedo a la inseguridad, más bien que alguna negación
deliberada a enfrentar el costo que significa seguir a Cristo, los que nos
hacen retraemos. Nos parece que los riesgos de un discipulado incondicional son
demasiado grandes. En otras palabras, no estamos persuadidos de la suficiencia
de Dios para suplir todas las necesidades de los que se lanzan de lleno al
profundo mar de la vida no convencional en obediencia al llamado de Cristo. Por
lo tanto, nos sentimos obligados a quebrantar el primer mandamiento en alguna
medida, reservándonos una proporción de nuestro tiempo y energías para servir
al mundo en lugar de a Dios. En el fondo parecería que esto es lo que anda mal
con nosotros. Tenemos miedo de aceptar la autoridad de Dios plenamente por
causa de la incertidumbre secreta que nos asalta en cuanto a su suficiencia
para cuidamos si lo hacemos. '
Ahora bien, hay que
llamarle al pan, pan y al vino, vino.
El nombre del juego
en que estamos empeñados es incredulidad, y la frase de Pablo: "N os dará
con él todas las cosas", constituye un reproche permanente a nuestra
actitud. Pablo nos está diciendo que no hay ninguna pérdida definitiva ni
empobrecimiento irreparable que temer; si Dios nos niega algo, es sólo con el
fin de hacer lugar para una u otra de las cosas que tiene pensadas para
nosotros. Quizá seguimos suponiendo que la vida del hombre consiste, por lo
menos en parte, en las cosas que posee. Una actitud así presupone descontento
futuro, y produce como consecuencia la falta de bendiciones; porque el
"todas las cosas" de Pablo no se refiere' a una plétora de posesiones
materiales, y la pasión por las posesiones tiene que ser eliminada a fin de que
puedan entrar "todas las cosas". Porque esta frase tiene que ver con
el conocer y disfrutar a Dios, y aquí queda excluido todo lo demás. El
significado de la frase "nos dará con él todas las cosas" puede
expresarse así: Algún día descubriremos que nada literalmente nada- de lo que
hubiera podido aumentar nuestra dicha eterna nos ha sido negado, y que nada
-literalmente nada- de lo que hubiera podido limitar esa dicha ha quedado con
nosotros. ¿Qué seguridad mayor que esta podemos querer?
Sin embargo, cuando
se trata de abandonamos libre y alegremente al servicio de Cristo titubeamos.
¿Por qué? Por nuestra incredulidad, pura y sencillamente. ¿Acaso tememos que a
Dios le falten fuerzas y sabiduría para cumplir los propósitos que ha
anunciado? Se trata justamente de aquel que hizo los mundos, los dirige, y ordena
cuanto acontece, desde la carrera de Faraón y Nabucodonosor hasta la caída de
un gorrión. ¿O pensamos que no tiene firmeza de propósitos, y que así como
algunos hombres bien intencionados les fallan a sus amigos, así también Dios
nos puede fallar a nosotros a pesar de sus buenas intenciones? Pablo da por
sentado que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a
bien" (Rom; 8:28), ¿y quiénes somos nosotros para suponer que hemos de ser
la excepción, los primeros en descubrir que Dios no es capaz de cumplir su
palabra? ¿No vemos acaso que al manifestar tales temores estamos deshonrando a
Dios? ¿O es que dudamos de su constancia, y sospechamos que ha
"emergido" o se ha "desarrollado" o ha "muerto"
en el lapso entre los tiempos bíblicos y los nuestros (el hombre moderno ha
explorado todas estas ideas), y que ya no es más ese Dios con el que tuvieron
que ver los santos de las Escrituras? Pero "yo J Jehová no cambio", y
"Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos" (Mal. 3: 6;
Heb. 13:8).
¿Nos habremos estado
resistiendo a aceptar un camino arriesgado y costoso a pesar de saber en
nuestro fuero interno que Dios nos ha llamado a emprenderlo? En caso afirmativo
no resistamos más. Nuestro Dios es fiel, y enteramente suficiente. Jamás
necesitaremos más de lo que él puede darnos, y 10 que él nos da, tanto materialmente
como espiritualmente, siempre será suficiente para el momento presente.
"El no niega sus bienes a los que andan en caminos de integridad"
(Sal. 84: 11 BA). "Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de 10
que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la
salida, para que podáis soportar" (I Cor. 10: 13). "Bástate mi
gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad" (lI Cor 12: 9). ¡Pensemos
en todo esto!, y que al pensar podamos ahuyentar las dudas que nos impiden
servir a nuestro Señor.
V
3. "¿QUIÉN ACUSARÁ A
LOS ESCOGIDOS DE DIOS? DIOS ES EL QUE JUSTIFICA. ¿QUIÉN ES EL QUE
CONDENARÁ?"
El pensamiento que
expresa la tercera pregunta de Pablo es el de que ninguna acusación podrá jamás
privamos de nuestra herencia. Nos transmite esta idea cuando señala la
suficiencia de Dios como defensor soberano, y el carácter decisivo de su
veredicto justificatorio sobre nosotros.
Pablo escribió los
dos versículos precedentes para combatir el temor del cristiano en cuanto a la
oposición y la miseria entre los hombres; este otro versículo lo escribe para
combatir el temor del rechazo por parte de Dios. Existen dos tipos de
conciencia enferma, la de quienes no tienen plena conciencia del pecado y la de
los que no tienen plena conciencia del perdón. Pablo se dirige aquí a los del
segundo tipo. Sabe muy bien con cuánta facilidad la conciencia del cristiano
sometido a presiones puede volverse morbosa, particularmente cuando le friegan
la nariz, como lo haría Romanos 7: 14-25, con la realidad del pecado y el
fracaso incesantes. Pablo sabe también lo imposible que es lograr que la
esperanza cristiana sea motivo de gozo para el hombre cuando tiene aún dudas en
cuanto a su seguridad como creyente que ha sido justificado. De modo que, como
próximo paso en su bosquejo en cuanto a lo que los cristianos debieran decir
ante "estas cosas", Pablo hace referencia directa al temor (al que
ningún cristiano es totalmente ajeno) de que la justificación presente pueda no
ser más que provisional, y pueda algún día perderse en razón de las
imperfecciones de la vida cristiana. Pablo no niega ni por un momento que los
cristianos fallan y caen, algunas veces gravemente, ni niega tampoco el que (como
10 saben todos los cristianos, y como lo revelan sus propias palabras en
Romanos 7) el recuerdo de los pecados cometidos después de habernos hecho
cristianos resulta mucho más penoso que cualquier cosa que pensemos acerca de
las caídas morales, por grandes que fuesen, anteriores a ese momento. Pero
Pablo niega categóricamente que alguna caída presente o futura pueda poner en
peligro nuestra justificación ante Dios. La razón, dice, en efecto, es muy
simple: nadie está en condiciones de hacer que el veredicto dado por Dios sea
modificado. Nuestra versión de la Biblia destaca claramente el pensamiento
paulino: "¿Quién acusará a los escogidos de Dios?" El pensamiento
recibe realce de distintas maneras en la fraseología de Pablo.
Primero, Pablo trae
a colación la gracia de Dios en la elección. "¿Quién acusará a los
escogidos de Dios?" Recuerden, dice Pablo, que a quienes Dios justifica
ahora, ya fueron escogidos desde la eternidad para ser salvos, y si la
justificación de los mismos hubiese de ser revocada en algún momento, los
planes de Dios para con ellos no se cumplirían. Desde este punto de vista, por
lo tanto, la pérdida de la justificación resulta inconcebible.
Segundo, Pablo trae
a colación la soberanía de Dios en el juicio. "Dios es el que justifica.
¿Quién es el que condenará?" Si es Dios, Hacedor y Juez de todos, el que
pronuncia la sentencia de justificación -es decir, el que declara que estamos
en buenas relaciones con él y ante su ley, y que ya no estamos sujetos a muerte
por nuestros pecados, sino que somos aceptados en Cristo-, y si Dios ha
pronunciado dicha sentencia a plena vista de todos nuestros fracasos,
justificándonos sobre la base y el entendimiento explícitos de que no éramos
justos, sino impíos (cf. Rom. 4: 5), entonces nadie puede jamás tachar el
veredicto, ni siquiera el mismo "acusador de los hermanos". No hay
nadie por encima de Dios que pueda modificar su decisión - ¡no hay más que un
Juez!-, y nadie puede proporcionar nuevas pruebas de nuestra depravación que
puedan hacer cambiar de parecer a Dios. Porque Dios nos justificó con (por así
decirlo) los ojos - abiertos. Sabía perfectamente lo que éramos cuando nos
aceptó por amor de Jesús; y el veredicto que produjo entonces fue, y sigue
siendo, definitivo.
En el mundo de la
Biblia, el juicio constituía prerrogativa real, y al rey y juez, en quien
residían los poderes legislativo, judicial, y ejecutivo, debía, una vez que
estaban decididos cuáles eran los derechos de la persona, proceder a tomar las
medidas necesarias para que dichos derechos fuesen respetados. De este modo el
rey obraba como abogado y defensor de aquellos a quienes justificaba con su
juicio. Este es justamente el trasfondo del pensamiento de Pablo en el presente
caso: El Señor soberano que nos justificó ha de tomar las medidas activas
necesarias a fin de garantizar que la posición que nos ha dado se mantenga y
podamos disfrutarla de lleno. De manera que la pérdida de la justificación
resulta inconcebible desde este punto de vista también.
Tercero, Pablo trae
a colación la efectividad de Cristo como mediador. Es mejor leer la referencia
a Cristo en forma de pregunta, como lo vierte Felipe de Fuenterrabía: " ¿Quién
podrá condenar? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió por nosotros? Y más, ¿el que
fue resucitado? Y más aun, ¿el que está a la diestra de Dios? Y más todavía,
¿el que está intercediendo por nosotros?" Todo lo que dice Pablo sirve
para demostrar que la idea de que Cristo pueda condenamos resulta absurda.
Cristo murió -para salvamos de la condenación, cargando la culpa de nuestros
pecados como nuestro sustituto. Resucitó y además fue exaltado -"por
Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de
pecados" (Hch. 5:31). Ahora, en virtud de su presencia en el trono a la
diestra del Padre, intercede por nosotros con autoridad, es decir, interviene a
favor de nosotros para asegurar que recibamos todo lo que nos procuró al morir
por nosotros. ¿Y luego nos va a condenar. .. El, el Mediador, que nos amó y se
entregó a sí mismo por nosotros, y cuya preocupación constante en el cielo es
la de que podamos disfrutar los frutos plenos de su redención? Semejante idea
resulta grotesca y a la vez imposible. Una vez más, por lo tanto, resulta que
la pérdida de la justificación es inconcebible; y esto es lo que debe repetirse
constantemente el creyente, como mensaje de Dios.
Una vez más es
Toplady quien pone en boca del creyente las palabras adecuadas, en el himno
titulado "Fe que reanima"; ¿De dónde este temor y esta Incredulidad?
¿Acaso el Padre no afligió a su Hijo sin mancha por mí? ¿Acaso el justo Juez de
los hombres me condenará por esta deuda de pecado que fue cargada sobre ti? Has
hecho expiación completa y has pagado, hasta el último centavo, todo lo que
debía tu pueblo; tu ira no puede descargarse sobre mí, si estoy amparado en tu
justicia y he sido rociado con tu sangre. Si tú has procurado mi absolución, y
libremente has soportado en mi lugar la plenitud de la ira divina, Dios no
puede requerir pago dos veces, primero de la mano de mi ensangrentado fiador y
luego de la mía. Vuélvete, por lo tanto, alma mía, a tu descanso; los méritos
de tu gran Sumo Sacerdote han comprado tu libertad; confía en su sangre eficaz,
y no temas ser desterrado por Dios, porque Jesús murió por ti.
VI
4. "¿QUIÉN NOS
SEPARARÁ DEL AMOR DE CRISTO?"
El pensamiento
culminante a que arriba Pablo en esta cuarta pregunta es el de que no puede
jamás acaecernos separación alguna del amor de Cristo. Transmite este concepto
presentándonos a Dios, Padre e Hijo, como nuestro soberano guardado, y destacando
claramente el carácter decisivo del amor divino al resolver nuestro destino.
En un capítulo
anterior estudiamos el amor de Dios, por lo cual no necesitamos volver a este
tema aquí. La cuestión crucial en torno a la cual se desarrolla el razonamiento
de Pablo ya es terreno familiar para nosotros, a saber, que mientras el amor
humano, cualesquiera sean sus aspectos positivos en otros sentidos, no puede
aseguramos que lo que desea para la persona amada realmente se va a cumplir
(como lo saben multitudes de amantes contrariados y de padres desconsolados),
el amor divino es función de la omnipotencia, y tiene un todopoderoso propósito
de bendición que no puede ser contrariado. Esta decisión soberana se menciona
aquí como el "amor de Cristo" y el "amor de Dios, que es en
Cristo Jesús Señor nuestro" (vv. 35,39); y esa doble descripción nos
recuerda que el Padre y el Hijo Juntamente con el Espíritu Santo, como vimos en
la parte anterior del capítulo) se unen en el amor a los pecadores, y, también,
que el amor que escoge, justifica, y glorifica es un amor "en (Cristo
Jesús", amor que sólo puede ser conocido por aquellos para los cuales
Cristo Jesús es "Señor nuestro". El amor del que habla Pablo es amor
que salva, y el Nuevo Testamento no permite que hombre alguno suponga que este
amor divino lo abraza, a menos que haya acudido como pecador a Jesús y haya
aprendido a decide a Jesús, con Tomás, "¡Señor mío y Dios mío!" Pero
una vez que la persona realmente se ha entregado al Señor Jesús (según nos dice
Pablo) jamás necesitará sentir la incertidumbre de la dama de la tira cómica
que murmura mientras deshoja los pétalos de la margarita, "me quiere -no
me quieren". Por qué es privilegio del cristiano el saber con certeza que
Dios lo ama en forma inmutable, y nada podrá jamás apartado de este amor, o
estorbar el goce final de sus frutos.
Esto es lo que Pablo
proclama en la triunfante declaración de los versículos 38,39, en los que se
oyen los latidos del corazón mismo de la certidumbre cristiana: "estoy
seguro" (RVR) -"persuadido", VM; "cierto", RV, 1909;
"bien persuadido" (Besson); "convencido" (Taylor);
"firmemente convencido" (Fuenterrabía)- "de que no hay nada en
la muerte ni en la vida, en el reino de los espíritus o los poderes
sobrehumanos, en el mundo actual o en el mundo venidero, en las fuerzas del
universo, en alturas o profundidades -nada en toda la creación que pueda
separamos del amor de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor" (New English
Bible). Expone aquí Pablo la suficiencia de Dios -su carácter "omni-suficiente"
en la expresión antigua- en por lo menos dos maneras. Primero, Dios es
suficiente como nuestro guardador. "Ninguna cosa nos podrá separar del
amor de Dios," porque el amor de Dios nos tiene bien asidos. Los
cristianos son "guardados por el poder de Dios mediante la fe, para
alcanzar la salvación" (I P. 1: 5), y el poder de Dios no sólo los hace
perseverar en la fe, sino que, incluso, los mantiene seguros por causa de su
fe. Nuestra fe no va a faltar mientras Dios la sustente; no somos tan fuertes
como para alejamos mientras Dios esté resuelto a tenemos en su mano. Segundo,
Dios es suficiente como nuestro fin. Las relaciones humanas basadas en el amor
-entre hijos y padres, entre marido y mujer, entre amigos- constituyen fines en
sí mismas, que tienen su valor y su alegría en sí mismas; y lo mismo vale para
el conocimiento del Dios que nos ama, el Dios cuyo amor se ve en Jesús. Pablo
escribió: "Todo lo que pudiera yo tener lo cuento como pérdida, en
comparación con la gran ventaja de conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por causa
de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura, a cambio de ganar a
Cristo ... Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su
resurrección, y tomar parte en sus sufrimientos, llegando a ser como él en su
muerte ... sigo adelante con la esperanza de alcanzar aquello para lo cual
Cristo Jesús me alcanzó primero ... lo que ... hago, es olvidarme de lo que
queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está adelante, para llegar a la
meta y ganar el premio que Dios en el cielo nos llama a recibir por estar
unidos a Cristo Jesús" (Fil. 3:8-14, VP). Como lo expresa el himno,
"Cristo es la senda, y Cristo el premio". El propósito de nuestra
relación con Dios en Cristo es el perfeccionamiento de esa misma relación.
¿Cómo podría ser de otro modo, cuando se trata de una relación basada en el
amor? De modo que Dios es suficiente en este nuevo sentido, en el sentido de
que conociéndolo plenamente nos sentiremos plenamente satisfechos, sin que
necesitemos ni deseemos nada más.
Una vez más, Pablo
está combatiendo el temor, temor, en este caso, de lo desconocido, ya sea en
términos de sufrimiento sin precedentes (vv. 35,36), o de un futuro horrible
("el mundo venidero"), o de fuerzas cósmicas que no pueden medirse ni
dominarse ("alto" y "profundo" en el versículo 39 con
términos técnicos astrológicos relativos a poderes cósmicos misteriosos). La
razón del temor es el efecto que estas cosas podrían tener sobre la comunión
del individuo con Dios, si logran imponerse sobre la razón y la fe, destruyendo,
de ese modo la cordura y la salvación a un mismo tiempo. En una época como la
nuestra (¡que en este sentido no es tan diferente a la de Pablo!) todos los
cristianos, especialmente los más imaginativos, conocen algo de este tipo de
temor. Es la versión cristiana de la angustia existencialista ante la
perspectiva de la destrucción personal. Mas, dice Pablo, tenemos que luchar
contra este temor, por cuanto el espantajo es ficticio. Nada, literalmente
nada, nos puede separar del amor de Dios: "en todas estas cosas somos más
que vencedores por medio de aquel que nos amó" (v. 37). Cuando Pablo y
Silas estaban sentados en el cepo en la cárcel de Filipos, era tal su alborozo
que a medianoche comenzaron a cantar, y es así como los que conocen el amor
soberano de Dios se sentirán siempre cuando se encuentren en situaciones
desesperantes. Una vez más es Toplady, en el himno intitulado "Plena
certidumbre", quien encuentra las palabras necesarias para manifestar lo
que esto significa.
El brazo de su fortaleza
ha de completar la obra que inició su bondad; su promesa es Sí y Amén, y jamás
ha sido retirada hasta hoy; ni cosas futuras ni las que ya son, ni todas las
cosas de arriba o de abajo pueden hacerle renunciar a su propósito o separar mi
alma de su amor. La eternidad no borrará mi nombre de las palmas de sus manos;
con marcas 181 de gracia indeleble queda grabado en su corazón; sí
hasta el final perduraré con la misma seguridad con que se dieron las arras.
¡Podrán tener mayor alegría, pero no mayor seguridad, los espíritus
glorificados en el cielo!
VII
Hemos llegado al
punto culminante de nuestro libro. Al comenzar nos propusimos averiguar qué
significaba conocer a Dios. Descubrimos que el Dios que está "allí"
para que podamos conocerlo es el Dios de la Biblia, el Dios de Romanos, el Dios
revelado en Jesús, el Dios que es tres en uno, según la doctrina cristiana
histórica. Vimos que para conocer a Dios tenemos que comenzar por tener
conocimiento sobre él, de modo que estudiamos tanto su carácter como sus modos
de obrar 'según la revelación, y llegamos a comprender algo de su bondad y su
severidad, de su ira y de su gracia. Al hacerla, aprendimos a revaloramos como
criaturas caídas, no como criaturas fuertes y omni-suficientes, como alguna vez
supusimos, sino como seres débiles, necios y realmente malos, encaminados hacia
el infierno y no hacia Utopía, a menos que intervenga la gracia. Además, vimos
que el conocer a Dios envuelve una relación personal por la que nos entregamos
en manos de Dios sobre la base de su promesa de entregarse él también a
nosotros. El conocer a Dios significa pedirle misericordia, y descansar en su
promesa de perdonar a los pecadores por amor de Jesús. Más aun, significa
hacemos discípulos de Jesús, el Salvador viviente que está "allí'"
hoy, llamando a los necesitados a que acudan a él como lo hizo en Galilea en
los días de su carne. El conocer a Dios, en otras palabras, comprende la fe -el
asentimiento, el consentimiento, el compromiso-, y la fe se expresa en la
oración y la obediencia. "La mejor medida de una vida espiritual -dijo
Oswaldo Chambers- no la constituyen los éxtasis, sino la obediencia." El
buen rey Josías "juzgó la causa del afligido y del menesteroso. ¿No es
esto conocerme a mí? dice Jehová" (Jer. 22:16). Y ahora, finalmente, y
sobre la base de todo lo que se ha dicho antes, aprendemos que el hombre que
conoce a Dios será más que vencedor, y que vivirá de conformidad con Romanos 8,
regocijándose con Pablo por la suficiencia de Dios. Y aquí tenemos que
terminar, porque más alto es imposible que, de este lado de la gloria, llegue
hombre alguno en el conocimiento de Dios.
¿Adónde nos ha
conducido todo esto? Al corazón mismo de la religión de la Biblia. Hemos
llegado a un punto en que podemos hacer nuestras la oración y la confesión de
David en el Salmo 16: "Guárdame, oh Dios, porque en' ti he confiado. Oh
alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti.
Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte.
Bendeciré a Jehová que me aconseja, a Jehová he puesto siempre delante de mí;
porque está a mi diestra, no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón me
mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a
tu diestra para siempre." Luego podríamos decir con Habacuc en casos de
ruina económica o cualquier otra contingencia:
"Aunque la
higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del
olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la
majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y
me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza "
(Hab. 3: 17,18). ¡Feliz el hombre que puede decir estas cosas sintiéndolas
realmente!
Hemos llegado
también al punto en que podemos comprender la verdad de las descripciones de la
vida cristiana en términos de "victoria" y de que "Jesús
satisface". Este tipo de lenguaje puede desconcertar si se usa
ingenuamente -porque la "victoria" no es todavía el fin de la guerra,
y la fe en el Dios trino no puede reducirse a la adoración de Jesús. No
obstante, estas frases son preciosas, porque indican el lazo entre el conocimiento
de Dios por un lado y la realización humana por otro. Cuando hablamos sobre la
suficiencia de Dios, es a este lazo al que damos relieve, y dicho lazo forma
parte de la esencia del cristianismo. Los que conocen a Dios en Cristo han
descubierto el verdadero secreto de la verdadera libertad y de la verdadera
humanidad. ¡Pero necesitaríamos otro libro para dedicamos a considerar esto!
Finalmente, hemos
llegado al punto en que podemos y debemos poner orden en las prioridades para
la vida. Si nos llevamos por, algunas publicaciones cristianas actuales
podríamos llegar a la conclusión de que la cuestión más vital para todo
cristiano real o en potencia en el mundo de hoy es la de la unión eclesiástica,
el testimonio social, el diálogo con otros cristianos u otros cultos, refutar'
este o aquel -ismo, el desarrollo de una mosofía o una cultura cristianas, o
cualquier otra cosa. Pero nuestra línea de estudio hace que la concentración de
la atención en estas cosas en el día de hoy parezca como una gigantesca
conspiración para desorientar. Desde luego que no es eso; las cuestiones mismas
son reales y tienen que ser consideradas en su lugar apropiado. Pero resulta
trágico que, al prestarles atención, sean tantas las personas que en nuestros
días hayan sido distraídas de lo que era, es, y siempre será la prioridad
verdadera para todo ser humano, a saber, el aprender a conocer a Dios en
Cristo. "Cuando dijiste: Buscad mi rostro; mi corazón te dijo: ¡Tu rostro,
oh Jehová, buscaré!" (Sal. 27:8, VM). Esta obra no habrá sido escrita en
vano si ayuda a sus lectores a identificarse más íntimamente con el salmista en
este punto.