I
"Gloria sea al
Padre -canta la iglesia- y al Hijo, y al Espíritu Santo." ¿Qué es esto?,
preguntamos, ¿alabanza dirigida a tres dioses? No; alabanza al Dios único en
tres personas; como lo expresa el himno: ¡Jehová! ¡Padre, Espíritu, Hijo!
¡Misteriosa Trinidad! ¡Tres en uno!
Este es el Dios al
que ofrecen culto los cristianos: el trino Dios. La médula de la fe cristiana
en Dios es el misterio revelado, de la Trinidad. Trinitas es una palabra latina
que expresa la idea de lo que tiene el carácter de la "tresidad". El
cristianismo descansa sobre la doctrina de la trinitas, del tres-en-uno, de la
persona trina de Dios.
En las líneas iníciales
de su evangelio, como lo vimos en el capítulo anterior, Juan nos presenta el
misterio de dos personas diferentes dentro de la unidad de la Deidad. Este es
el extremo profundo de la teología, indudablemente, pero Juan nos zambulle en
él de inmediato. "En el principio era el verbo, y el Verbo era con Dios, y
el Verbo era Dios". El Verbo era una persona que estaba en comunión con
Dios, y el Verbo era en sí mismo personal y eternamente divino. Era, como nos
sigue informando Juan, el Hijo unigénito del Padre. Juan coloca este misterio
del Dios único en dos personas al comienzo de su evangelio, porque sabe que
nadie puede entender las palabras y los hechos de Jesús de Nazarea a menos que
comprenda el hecho de que este Jesús es en verdad Dios Hijo.
Pero esto no es todo
lo que Juan quiere que entendamos acerca de la pluralidad de personas en la
Deidad. Ya que, en su relato de la última conversación que tuvo nuestro Señor
con sus discípulos, dice que el Salvador, después de haberles explicado que se
iba a preparar lugar para ellos en la casa de su Padre, a continuación les
prometió el don de "otro Consolador" (Juan 14: 16). , Notemos esta
frase; está llena de contenido. Denota una persona, y una persona realmente
notable. Un Consolador-la riqueza de concepto se desprende de la diversidad de
traducciones en diferentes versiones:
"Ayudador",
"Abogado", "Animador", "Consejero",
"Asistente", "Vicario". Este vocablo comunica la idea de
estímulo, apoyo, asistencia, cuidado, y de asumir la responsabilidad del
bienestar de otro. Otro, sí, porque Jesús era el consolador original, y la
tarea del reemplazante sería la de continuar con este aspecto de su ministerio.
Se sigue, por lo tanto, que sólo podemos apreciar todo lo que quería decir
nuestro Señor, cuando habló de "otro Consolador", cuando comprobamos
todo lo que él mismo hizo por amar, cuidar, instruir pacientemente a sus
discípulos y proveer a sus necesidades, durante los tres años de su ministerio
personal para con ellos. El los cuidará, es lo que en efecto les estaba
diciendo Cristo, en la misma forma en que los he cuidado yo. ¡Una persona
realmente notable!
Luego el Señor
procedió a decir quién era ese nuevo Consolador. Es "el Espíritu de
verdad", "el Espíritu Santo" (Juan 14: 17,26). Este nombre
denota deidad. En el Antiguo Testamento el Verbo de Dios y el Espíritu de Dios
constituyen figuras paralelas. El Verbo de Dios es su palabra todopoderosa; el
Espíritu de Dios es su aliento todo poderoso. Ambas frases comunican el
concepto de su poder en acción. La palabra y el aliento de Dios aparecen juntos
en el relato de la creación. "El Espíritu (aliento) de Dios se movía sobre
la faz de las aguas. Y dijo Dios, y fue." (Gén. 1:2ss). "Por la
palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el
aliento (Espíritu) de su boca" (Sal. 33:6). Juan nos ha dicho en su
prólogo que el Verbo divino de que se habla aquí es una persona. Ahora nuestro
Señor ofrece enseñanza paralela, en el sentido de que el Espíritu divino
también es una persona. Confirma, al mismo tiempo, su testimonio de la deidad
de este Espíritu personal cuando lo designa Espíritu santo, así como más
adelante habría de referirse al Padre santo (17: 11).
Notemos cómo Cristo
relacionó la misión del Espíritu con la voluntad y el propósito del Padre y del
Hijo. En una parte es el Padre el que ha de enviar al Espíritu, como fue
también el Padre quien envió al Hijo (Véase 5: 23, etc.). El Padre enviará al
Espíritu, dice nuestro Señor, "en mi nombre", es decir, como
representante de Cristo, para hacer la voluntad de Cristo y para actuar como su
representante y con su autoridad (14:26). Así como Jesús había venido en el
nombre de su Padre (5:43), actuando como agente del Padre, hablando las
palabras del Padre (12:49ss), haciendo las obras del Padre (10: 25, cf. 17:
12), y dando testimonio invariablemente de aquel cuyo emisario era, así también
el Espíritu había de venir en el nombre de Jesús, para actuar en el mundo como
agente y testigo de Jesús. El Espíritu "procede del (gr. para: del lado
del) Padre" (15: 26), de igual manera en que anteriormente el Hijo había
salido de (para) Dios (16: 27). Luego de haber enviado a su Hijo al mundo, el
Padre ahora 10 llama de nuevo a su gloria y envía al Espíritu a tomar su lugar.
Pero esta es
solamente una de las formas de considerar la cuestión. En otro lugar es el Hijo
quien ha de enviar al Espíritu "del Padre" (15:26). Como el Padre
envió al Hijo al mundo, así el Hijo enviará al Espíritu al mundo (16:7). El
Espíritu es enviado por el Hijo tanto como por el Padre. Consecuentemente,
tenemos la siguiente serie de relaciones:
1. El Hijo está sujeto al Padre, por cuanto el Hijo es enviado por el
Padre en su nombre (el del Padre).
2. El Espíritu está sujeto al Padre, por cuanto el Espíritu es enviado
por el Padre en el nombre del Hijo.
3. El Espíritu está sujeto al Hijo tanto como al Padre, por cuanto el
Espíritu es enviado por el Hijo tanto como por el Padre. (Compárese 20: 22,
"sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo".)
Así Juan deja
estampada la revelación de nuestro Señor sobre el misterio de la Trinidad: tres
personas y un solo Dios; el Hijo hace la voluntad del Padre y el Espíritu hace
la voluntad del Padre y del Hijo. Y lo que recibe realce es que el Espíritu,
que viene a los discípulos de Cristo "para que esté con vosotros para
siempre" (14: 16), viene a ejercer el ministerio de la consolación en
lugar de Cristo. Por lo' tanto, si el ministerio de Cristo como consolador era
importante, el ministerio del Espíritu Santo como consolador no puede ser menos
importante.
II
Pero de la lectura
de la historia de la iglesia no es esa la impresión que nos queda, como tampoco
si observamos la vida de la iglesia en el día de hoy.
Resulta sorprendente
ver la diferencia con que se tratan las doctrinas bíblicas de la segunda y de
la tercera personas de la Trinidad. La persona Y la obra de Cristo han sido y
siguen siendo tema de debate en el seno de la iglesia; mas la persona y la obra
del Espíritu Santo han sido olvidadas sistemáticamente. La doctrina del
Espíritu Santo es la cenicienta de las doctrinas cristianas. Son muy pocos los
que parecen interesarse en ella. Se han escrito muchísimos libros excelentes
sobre la persona Y la obra de Cristo, pero los libros sobre la persona Y la
obra del Espíritu Santo que valga la pena leer casi podrían contarse con los
dedos de una mano. Los cristianos no tienen dudas acerca de la obra que hizo
Cristo; saben que redimió a los hombres mediante su muerte expiatoria, aun
cuando puedan diferir entre ellos en cuanto a lo que esto implica exactamente.
Pero el cristiano corriente tiene una idea muy nebulosa acerca de la obra que
realiza el Espíritu Santo. Algunos hablan sobre el Espíritu de Cristo en forma
similar a como se hablaría sobre el Espíritu de la Navidad -como si se tratase
de una vaga presión cultural que produce afabilidad y religiosidad. Otros
piensan que el Espíritu inspira las convicciones morales de incrédulos tales
como Gandhi, o el misticismo teosófico de un Rudolf Steiner. Pero la mayoría,
probablemente, no piensa en el Espíritu Santo en absoluto, y no tiene ideas
concretas de ninguna naturaleza acerca de su función. En un sentido muy real se
encuentran en la misma posición que los discípulos con los que Pablo se
encontró en Éfeso y que dijeron: "Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu
Santo" (Hech.19:2).
Resulta
extraordinario comprobar que quienes profesan ocuparse tanto de Cristo sepan
tan poco sobre el Espíritu Santo y tengan tan poco interés en él. Los
cristianos tienen conciencia de la diferencia que significaría el que, después
de todo, se descubriera que nunca hubo ni encarnación ni expiación. Saben que
si fuera así, estarían perdidos porque no tendrían ningún Salvador. Pero muchos
cristianos no tienen la menor idea de la diferencia que habría si no estuviera
el Espíritu Santo en el mundo. Sencillamente no saben si ellos mismos, o la
iglesia, sufrirían en algún sentido, en caso de ser así. No cabe duda de que
algo anda mal aquí. ¿Cómo podemos justificar el haber descuidado de esta forma
el ministerio del agente designado por Cristo? ¿Acaso no es un engaño hueco
decir que honramos a Cristo cuando desconocemos, y al desconocer deshonramos, a
aquel que Cristo nos ha enviado como su representante para que ocupase su lugar
y nos cuidase de parte suya? ¿No deberíamos ocupamos del Espíritu Santo en
mayor medida de lo que lo hacemos?
III
¿Tendrá importancia,
empero, la obra del Espíritu Santo? ¡Sí que la tiene! De no haber sido por la obra
del Espíritu Santo no hubiese habido ni evangelio, ni fe, ni iglesia, ni
cristianismo en el mundo.
En primer lugar: sin
el Espíritu Santo no habría ni evangelio ni Nuevo Testamento. Cuando Cristo se
fue de este mundo, entregó su causa a sus discípulos. Los hizo responsables de
seguir haciendo discípulos en todas las naciones. "Vosotros daréis
testimonio", les dijo en el aposento alto (Juan 15:27). "Me seréis
testigos hasta lo último de la tierra", fueron sus palabras de despedida
en el monte de los Olivos, antes de su ascensión (Hech. 1:8). Tal fue la misión
que les asignó. Mas, ¿qué clase de testigos habrían de resultar? Nunca fueron
alumnos muy buenos; constantemente entendían mal a Jesús, no entendían el
significado de su enseñanza, y esto a todo lo largo de su ministerio terrenal.
¿Cómo podía esperarse que hubieran de andar mejor después de su partida? ¿No
era absolutamente seguro que, a pesar; de su buena voluntad, pronto habrían de
mezclar en forma inextricable la doctrina evangélica con una multitud de
conceptos errados, por más que bienintencionados, y que su testimonio se habría
de reducir rápidamente a un embrollo mutilado, torcido e irreparable?
La respuesta a esta
pregunta es no; porque Cristo les mandó el Espíritu Santo para que les enseñase
toda verdad y los salvase de todo error; para recordarles lo que ya se les
había enseñado y reveladas lo que el Señor todavía quería que aprendiesen.
"El Consolador '" os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo
que yo os he dicho" (Juan 14:26). "Aun tengo muchas cosas que
deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de
verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta,
sino que hablará todo lo que oyere" (es decir, les hará conocer todo lo
que Cristo le indique a él, de la misma manera en que Cristo les hizo conocer
todo lo que el Padre le había indicado a él; Véase Juan 12:49s; 17:8,14),
"y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque
tomará de lo mío, y os lo hará saber" (Juan 16: 12-14). De este modo
"dará testimonio acerca de mí [a ustedes, mis discípulos, a quienes lo he
enviado] y [preparados y capacitados mediante su obra de testimonio] vosotros
daréis testimonio también... “(15:26). La promesa era de que, enseñados por el
Espíritu, los discípulos originales habrían de ser capacitados para hablar como
si fuesen otras tantas bocas de Cristo, de manera que, así como los profetas
del Antiguo Testamento podían iniciar sus sermones con las palabras, "Así
dice Jehová Dios", también los apóstoles del Nuevo Testamento habrían de
poder con igual veracidad decir de su enseñanza, ya fuese oral o escrita,
"Así dice el Señor Jesucristo".
Lo prometido ocurrió
como estaba dicho. El Espíritu vino sobre los discípulos, y les testificó
acerca de Cristo y su salvación, conforme a la promesa. Escribiendo sobre la
gloria de dicha salvación (las "cosas que Dios ha preparado para los que
le aman"), Pablo dice: "Dios nos las reveló a nosotros por el
Espíritu; nosotros. hemos recibido ... el Espíritu que proviene de Dios, para
que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos [y podría
haber agregado también, escribimos] , no con palabras enseñadas por sabiduría
humana, sino con las que enseña el Espíritu" (I Coro 2:9-13). El Espíritu
daba testimonio a los apóstoles revelándoles toda la verdad e inspirándolos a
comunicada verazmente. De aquí el evangelio, y de aquí también el Nuevo
Testamento. Pero el mundo no hubiera conocido ni lo uno ni lo otro sin el
Espíritu Santo.
Pero esto no es
todo. En segundo lugar, sin el Espíritu Santo no hubiera habido ni fe ni nuevo
nacimiento -en una palabra, no habría cristianos.
La luz del evangelio
brilla; pero "el dios de este siglo cegó el entendimiento de los
incrédulos" (II Cor. 4:4), y los ciegos no responden al estímulo de la
luz. Como le dijo Cristo a Nicodemo, "el que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios... no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3:3,5).
Hablando corporativamente en su nombre y en el de sus discípulos a Nicodemo, y
a toda esa clase de gente religiosa no regenerada a la que pertenecía Nicodemo,
Cristo siguió explicando que la consecuencia inevitable de estar en ese estado
no regenerado es la incredulidad - "No recibís nuestro testimonio" (v.
11). El evangelio no produce en ellos convencimiento de pecado; la incredulidad
los tiene agarrados.
¿Qué se sigue de
esto? ¿Llegaremos a la conclusión de que predicar el evangelio es perder el
tiempo, y que por lo tanto debemos abandonar la evangelización por tratarse de
una empresa inútil, destinada al fracaso? No; porque el Espíritu permanece con
la iglesia para dar testimonio de Cristo. A los apóstoles les dio testimonio
mediante revelación e inspiración, como ya hemos visto. A los demás hombres, a
través de todas las épocas, les da testimonio iluminándolos: abriendo ojos
enceguecidos, restaurando la visión espiritual, haciendo que los pecadores
puedan ver que el evangelio es en efecto la verdad de Dios, que la Escritura es
en verdad la Palabra de Dios, y que Cristo es efectivamente el Hijo de Dios.
"Cuando él [el Espíritu] venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia
y de juicio" (16: 7). No nos corresponde a nosotros imaginar que podemos
probar la verdad del cristianismo con nuestros propios argumentos; nadie puede
demostrar la verdad del cristianismo salvo el Espíritu Santo, mediante su
propia y todopoderosa obra de renovar el corazón enceguecido. Es la
prerrogativa soberana del Espíritu de Cristo convencer la conciencia de los
hombres acerca de la verdad del evangelio de Cristo; y los testigos humanos de
Cristo deben aprender a cifrar sus esperanzas de éxito no en una hábil
presentación de la verdad por el hombre sino en la poderosa demostración de la
verdad por el Espíritu. Aquí Pablo nos señala el camino: "Hermanos, cuando
fui a vosotros, para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de
palabras o de sabiduría ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras
persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el
poder de Dios" (I Coro 2: 1-5). Y porque el Espíritu da testimonio de este
modo, los hombres acuden a la fe cuando se predica el evangelio. Pero sin el
Espíritu no habría un solo cristiano en todo el mundo.
IV
¿Honramos nosotros
al Espíritu Santo reconociendo su obra y poniendo nuestra confianza en ella? ¿O
lo menospreciamos desconociéndolo, y por lo tanto deshonramos no solamente al
Espíritu sino al Señor que lo envió? En nuestra fe, ¿aceptamos la autoridad de
la Biblia, el Antiguo Testamento profético, y el Nuevo Testamento apostólico
que él inspiró? ¿La leemos y la escuchamos con reverencia y actitud receptiva,
como corresponde a la Palabra de Dios? De lo contrario, injuriamos al Espíritu
Santo. En nuestra vida, ¿aplicamos la autoridad de la Biblia, a fin de vivir de
acuerdo con ella, sea lo que fue re lo que digan los hombres de ella,
reconociendo que la Palabra de Dios no puede menos que ser cierta, y que lo que
Dios ha dicho lo va a cumplir? De lo contrario injuriamos al Espíritu Santo,
que nos dio la Biblia. En nuestro testimonio, ¿tenemos presente que sólo el
Espíritu Santo, por su testimonio, puede autenticar nuestro testimonio?
¿Acudimos a él para que obre de esta manera, poniendo confianza de nuestra
parte, y mostrando la realidad de nuestra confianza en él, como lo hacía Pablo,
evitando las artimañas de la habilidad humana? De lo contrario injuriamos al
Espíritu Santo. ¿Podemos dudar que la presente esterilidad en la vida de la
iglesia constituya el juicio de Dios sobre nosotros por la forma en que hemos
deshonrado al Espíritu Santo? Y, en este caso, ¿qué esperanza tenemos de que
esto se rectifique a menos que aprendamos a honrar al Espíritu Santo en nuestra
manera de pensar, en nuestra manera de orar y en la práctica de la vida?
"El dará testimonio" "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu
dice a las iglesias."