I
El paganismo de la
antigüedad consideraba que cada uno de sus dioses estaba ligado a los que lo
adoraban con lazos egoístas, porque dependía de sus servicios y dones para su
propio bienestar. El paganismo moderno tiene en el fondo un sentimiento similar
de que Dios está de algún modo obligado a amamos y ayudamos, por poco que lo
merezcamos nosotros. Este es el pensamiento del que se hizo eco el
librepensador francés que murió diciendo:"Dios ha de perdonar -es su
oficio (c'est son métier)". Pero es un sentimiento que no está fundado adecuadamente.
El Dios de la Biblia no depende de sus criaturas humanas para su bienestar (Véase
Salmo 50:8-13; Hechos 17:25), ni tampoco, ya que nosotros hemos pecado, está
obligado a mostramos ningún favor. Todo lo que podemos exigirle es justicia -y
justicia, para nosotros, significa condenación segura. Dios no tiene por qué
evitar que la justicia siga su curso. No está obligado a tener lástima ni a
perdonar; si lo hace es un acto que hace, como se dice, "por su propia y
libre voluntad", y nadie lo obliga hacer lo que no quiere. "No
depende de querer o de esforzarse, sino de que Dios tenga compasión" (Rom.
9:16, VP). La gracia es libre, en el sentido de que se origina en sí misma, y
en el sentido de proceder de aquél que estaba en libertad de no obrar con
gracia. Sólo cuando se comprende que lo que decide el destino de cada hombre es
el que Dios haya resuelto o no salvado de sus pecados, y que se trata de una
decisión que Dios no está obligado a tomar en ningún caso, se puede comenzar a
comprender la perspectiva bíblica de la gracia.
II
La gracia de Dios es
amor libremente manifestado hacia pecadores culpables, a pesar de lo que
merecían o, mejor dicho, a despecho de su falta de mérito. Es Dios manifestando
su bondad hacia personas que sólo merecen severidad, y que no tenían razón
alguna para esperar otra cosa que severidad. Hemos visto por qué es que el
concepto de la gracia significa tan poco para mucha gente de la iglesia -a
saber, que no comparten las creencias acerca de Dios y el hombre que la
presuponen. Ahora tenemos que preguntar: ¿por qué es que este concepto
significa tanto para otros? No es necesario andar mucho para encontrar la
respuesta; más aun, resulta evidente de lo que ya se ha dicho. De seguro que
queda claro que, una vez que el hombre se convence de que su estado y su
necesidad son tales como se han descrito, el evangelio neotestamentario de la
gracia no puede menos que infundida gran alegría y admiración. Porque nos
cuenta la forma en que nuestro Juez se ha transformado en nuestro Salvador.
La
"gracia" y la "salvación" son conceptos que van juntos como
causa y efecto. "Por gracia sois salvos" (Efe. 2: 5, v. 8). "La
gracia de Dios se ha manifestado para salvación" (Tito 2: 11). El
evangelio declara que "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna" (Juan 3: 16); que "Dios muestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom.
5:8); que un manantial ha sido abierto, según la profecía (Zac. 13: 1) para el
pecado y la inmundicia, y que el Cristo viviente ahora llama a todos los que
escuchan el evangelio diciendo: "Venid a mí ... y yo os haré
descansar" (Mat. 11: 8).
Como lo expresó
Isaac Watts, en su poesía más evangélica, si no la más exaltada, estamos por
naturaleza en un estado de total extravío, Pero hay una voz de gracia
principesca que resuena de la Santa Palabra de Dios; ¡ah! pobres pecadores
cautivos, venid, y confiad en el Señor. Mi alma obedece al soberano llamado, y corre
hacia este alivio; quiero creer tu promesa, Señor, oh, ayuda mi incredulidad. A
la bendita fuente de tu sangre, Dios encarnado, acudo, para lavar mi alma de
manchas escarlata, y pecados del tinte más profundo. Como gusano vil, débil e
impotente, en tus manos me entrego; tú eres el Señor, mi justicia, mi Salvador,
y mi todo.
El hombre que pueda
sinceramente repetir con: sus propios labios las palabras de Watts no se ha de
cansar fácilmente de cantar las alabanzas de la gracia.
El Nuevo Testamento
declara la gracia de Dios en tres sentidos particulares, cada uno de los cuales
constituye un motivo constante de maravilla para el creyente cristiano.
1. LA GRACIA COMO FUENTE
DEL PERDÓN DEL PECADO
El evangelio se
centra en la justificación; es decir, en la remisión de pecados y en la
consecuente aceptación de nuestra persona. La justificación es la transición
verdaderamente dramática del estado del criminal condenado que espera una
terrible sentencia, al de un heredero que espera una herencia fabulosa. La justificación
viene por fe; se produce en el momento en que el hombre pone su confianza en
forma incondicional en el Señor Jesucristo como su Salvador. La justificación
es gratuita para todos, pero a Dios le resultó costosa, por cuanto su precio
fue la muerte expiatoria del Hijo de Dios. ¿Por qué fue que Dios "no
escatimó ni a -su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros"
(Rom. 8: 32)? A causa de su gracia. Su propia decisión, tomada libremente; de
salvar dio como resultado la expiación. Pablo deja esto bien en claro. Somos
justificados, dice, "gratuitamente [es decir, sin pago alguno] por su
gracia [es decir, como consecuencia de la misericordiosa decisión de Dios],
mediante la redención que es en Cristo Jesús: a quien Dios puso como propiciación
[es decir, el que desvía la ira divina expiando los pecados] por medio de [es
decir, haciéndose efectiva para los individuos] la fe en su sangre" (Rom.
3: 24s; cf. Tito 3: 7). Pablo también nos dice que en Cristo "tenemos
redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su
gracia" (He. 1: 7). La reacción del corazón cristiano que contempla todo
esto, que compara cómo eran las cosas con lo que son ahora, como consecuencia
de la presencia de la gracia en el mundo, recibió expresión sublime en el que
fuera presidente de la Universidad de Princeton, Samuel Davies:
¡Gran Dios de
maravillas! Todos tus caminos despliegan los atributos divinos; pero
innumerables actos de gracia perdonadora brillan más allá de tus otras
maravillas; ¿quién es Dios perdonador como tú? ¿O quién tiene gracia tan rica y
gratuita? Envueltos en el asombro, con tembloroso gozo, aceptamos el perdón de
nuestro Dios; perdón para los crímenes del más profundo tinte, perdón comprado
con la sangre de Jesús: ¿quién es Dios perdonador como tú? ¿O quién tiene
gracia tan rica y gratuita? ¡Oh, que esta extraña, esta incomparable gracia,
este divino milagro de amor, llene este ancho mundo con agradecida alabanza,
como ya llena los coros celestiales! ¿Quién es Dios perdonador como tú? ¿O quién
tiene gracia tan rica y gratuita?
2. LA GRACIA COMO EL MOTIVO
DEL PLAN DE SALVACIÓN
El perdón es la
médula del evangelio, pero no constituye toda la doctrina de la gracia. Porque
el Nuevo Testamento coloca el don del perdón divino en el contexto de un plan
de salvación que comenzó con la elección antes que el mundo fuera y se
completará sólo cuando la Iglesia sea perfeccionada en la gloria. Pablo se
refiere brevemente a este plan en varias partes (Véase, por ejemplo, Rom.
8:29s; 11 Tes. 2: 12s), pero la versión más completa del mismo se encuentra en
un largo párrafo -porque, a pesar de las subdivisiones, la continuidad del
pensamiento hace que sea un sólo párrafo- que comienza en Efesios 1: 3 y sigue
hasta 2: 10. Como otras veces, Pablo comienza con un breve resumen y luego
dedica el resto del párrafo a analizarlo y explicarlo. El resumen dice que
"Dios... nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales [es decir, el reino de las realidades espirituales] en Cristo"
(v. 3). El análisis empieza con la elección y predestinación eternas para ser
hijos en Cristo (v. 4), prosigue con la redención y remisión de pecados en
Cristo (v. 7), y sigue luego con la esperanza de glorificación en Cristo (v.
11s) y el don del Espíritu en Cristo para sellamos como posesión de Dios para
siempre (v. 13s). De allí, Pablo pasa a concentrar su atención en el acto de
poder mediante el cual Dios regenera en Cristo a los pecadores (1: 19; 2: 7),
despertando en ellos la fe como parte del proceso (cf. 2: 8). Pablo pinta todos
estos elementos como partes de un sólo y grande propósito de salvación
(1:5,9,11) y nos dice que la gracia (la misericordia, el amor, la bondad,
2:4,7) es su fuerza motivadora (Véase 2:4-8); que "las riquezas de su
gracia" aparecen en el transcurso de su administración (1:7, 2:7); y que
la alabanza de su gracia es su meta última (1: 6, cf. 12,14, 2: 7). De manera
que el creyente puede alegrarse en el conocimiento de que su conversión no fue
ningún accidente sino un acto de Dios que tuvo su lugar en un plan eterno para
bendecirlo con el don gratuito de la salvación del pecado (2:8-10); Dios
promete, y se propone cumplir su plan hasta el final, y, en razón de que se
ejecuta el mismo con su soberano poder (1: 19ss), nada puede desbaratarlo. Bien
podía Isaac Watts exclamar, en palabras que son tan magníficas como verdaderas:
Anunciemos su
maravillosa fidelidad, y proclamemos su poder por doquier; cantemos la dulce
promesa de su gracia, ya nuestro actuante Dios. Grabada como en bronce eterno
brilla la poderosa promesa; no pueden los poderes de las tinieblas borrar esas
líneas imperecederas.
Su misma palabra de
gracia es fuerte como aquella que hizo los cielos; la voz que hace trasladarse
a las estrellas anuncia todas las promesas. Las estrellas, por cierto, podrán
caer, pero las promesas de Dios permanecerán y se cumplirán. El plan de la
salvación se llevará a cabo en forma triunfante; y así se dejará ver que la
gracia es soberana.
3. LA GRACIA COMO GARANTÍA
DE LA PRESERVACIÓN DE LOS SANTOS
Si el plan de
salvación se ha de cumplir ineludiblemente, el I futuro del cristiano está
asegurado. "Sois [y seréis] guardados por el poder de Dios mediante la fe,
para alcanzar la salvación" (I Pedro 1: 5). No necesita atormentarse con
el temor de que su fe fracase; como la gracia lo encaminó hacia la fe en primer
término, así también la gracia lo ayudará a mantenerse en la fe hasta el final.
La fe en su origen y en su continuidad es un don de la gracia (cf. F n. 1: 29).
De manera que el cristiano puede decir con Dodridge:
La gracia primero
inscribió mi nombre, en el eterno libro de Dios: fue la gracia la que me llevó
al Cordero, quien quitó todos mis pesares. La gracia enseñó a mi alma a orar, y
a conocer el amor perdonador; fue la gracia la que me guardó hasta este día, y
que no me dejará.
III
No necesitamos pedir
disculpas por haber echado mano tan libremente a nuestro rico acervo de
"himnos de la gracia gratuita" (pobremente representados,
lamentablemente, en la mayoría de los himnarios corrientes del siglo veinte),
porque ellos destacan lo que queremos decir en forma más penetrante de lo que
jamás se podría hacer con la prosa. Tampoco necesitamos pedir disculpas por el
que citaremos en seguida, al volver, a modo de conclusión, a pensar un momento
en la respuesta que el conocimiento de la gracia de Dios debiera arrancar de
nosotros. Se ha dicho que en el Nuevo Testamento la doctrina es gracia, y la
ética gratitud; algo anda mal con cualquier forma de cristianismo en el que,
experimental y prácticamente, no se verifique este dicho. Quienes suponen que
la doctrina de la gracia de Dios tiende a favorecer el relajamiento moral
("la salvación final está asegurada de todos modos, hagamos lo que
hagamos; por lo tanto nuestra conducta no interesa") demuestran simplemente
que, en el sentido más literal, no saben lo que están diciendo. Porque el amor
despierta amor a su vez; y el amor, una vez que ha sido despertado, desea
complacer; y la voluntad revelada de Dios es la de que aquellos que han sido
receptores de la gracia deben en adelante entregarse a las "buenas
obras" (Efe. 2: 10, Tito 2: 11s); y la gratitud ha de impulsar a todo
hombre que en verdad ha recibido la gracia a obrar como Dios desea, y a
exclamar diariamente de este modo:
¡Oh! ¡Qué gran
deudor a la gracia diariamente estoy obligado a ser! ¡Que esa gracia ahora como
una cadena ligue mi descarriado corazón a ti! Inclinado a vagar, Señor, la
siento; ¡toma mi corazón, oh, tómalo y séllalo, séllalo desde tu trono
celestial!
¿Estima el lector
que conoce el amor y la gracia de Dios en su propia vida? Pues que lo
demuestre, entonces, orando de este modo.