I
Nos dicen que la
Biblia es la Palabra de Dios lámpara a nuestros pies, lumbrera a nuestro
camino. Nos dicen que en ella encontraremos el conocimiento de Dios y de su
voluntad para nuestra vida. Lo creemos; y acertadamente, porque lo que dicen es
cierto. De manera que tomamos la Biblia y comenzamos a leer. Leemos con
entusiasmo y a conciencia, porque lo hemos tomado con seriedad; queremos
realmente conocer a Dios. Pero a medida que vamos leyendo nos vamos quedando
cada vez más perplejos. Aunque nos resulta emocionante, no recibimos alimento.
La lectura no nos está ayudando; nos deja desconcertados y, para decir la
verdad, más bien deprimidos. Comenzamos a preguntamos si la lectura de la
Biblia vale la pena realmente y si tiene sentido que sigamos.
¿Qué es lo que pasa?
Pues, básicamente, lo siguiente: La lectura Bíblica nos ha transportado a lo
que, para nosotros, es un mundo enteramente nuevo, a saber, el mundo del
Cercano Oriente como era hace miles de años, primitivo y bárbaro, agrícola y
rudimentario. Es en dicho mundo donde se desenvuelve la acción de la historia
que relata la Biblia. En ese mundo encontramos a Abraham y a Moisés, a David y
a los demás, y vemos cómo trata Dios con ellos. Oímos cuando los profetas
denuncian la idolatría y amenazan con juicios a causa del pecado. Vemos al
Hombre de Galilea hacer milagros, discutir con los judíos, morir por los
pecadores, levantarse de la muerte, y ascender al cielo. Leemos cartas escritas
por maestros cristianos para oponerse a herejías extrañas que, hasta donde
sepamos, no existen en el día de hoy. Nos resulta sumamente interesante, pero
nos da la sensación de que es algo muy lejano. Pertenece a aquel mundo, no a
este mundo.
Nos parece que
estamos, por así decido, fuera del mundo bíblico, mirando hacia adentro. Somos
meros espectadores, yeso es todo. Surge en nuestra mente el siguiente razonamiento:
"Claro, Dios hizo todo eso en aquel entonces, y para esa gente debe haber
sido maravilloso, pero ¿qué tiene que ver todo eso con nosotros? Nosotros no
vivimos en ese mundo. ¿Cómo nos puede ayudar a nosotros, que tenemos que vivir
en la era espacial, la lectura de los hechos y las palabras de Dios
relacionados con los tiempos bíblicos, la lectura de lo que Dios hizo con
Abraham y Moisés, David y los demás?" No vemos que haya vínculo alguno
entre los dos mundos, y de aquí que vez tras vez nos preguntemos qué aplicación
pueden tener para nosotros las cosas que leemos en la Biblia. Y cuando, como
ocurre a menudo, lo que leemos resulta emocionante y glorioso en sí mismo, la
sensación de que hemos sido excluidos nos deprime enormemente.
A la mayoría de los
que leen o han leído la Biblia les ha ocurrido esto. No todos saben cómo
encarar el asunto. Algunos cristianos resuelven resignarse a seguir como de
lejos, creyendo lo que leen, por cierto, pero sin buscar ni esperar para sí una
relación tan íntima y directa con Dios como la que disfrutaron los hombres de
la Biblia. Esta actitud, muy frecuente hoy en día, es en realidad una confesión
de haber fracasado en el intento de resolver el problema.
Más, ¿cómo puede
vencerse esta sensación de distancia remota entre nosotros y la experiencia
bíblica de Dios? Podríamos decir muchas cosas, pero la cuestión fundamental es
indudablemente la siguiente. La sensación de distancia remota es una ilusión
que surge de procurar hallar donde no es un vínculo entre nuestra situación y
la de los diversos personajes bíblicos. Cierto es que en términos de espacio,
tiempo y cultura, tanto ellos como la época histórica a la que ellos
pertenecían, están muy distantes de nosotros. Pero el vínculo entre ellos y
nosotros no se ha de encontrar en ese nivel. El vínculo es Dios mismo. Porque
el Dios con el cual estaban en relación ellos es el mismo Dios con el que
tenemos que relacionamos nosotros. Digámoslo más precisamente, es exactamente
el mismo Dios; por cuanto Dios no cambia en lo más mínimo. Por lo tanto,
resulta claro que lo que tenemos que considerar a fin de disipar la sensación
que nos asalta, la de que hay un abismo infranqueable entre la situación de los
hombres de la época bíblica y la nuestra propia, es que Dios es inmutable.
II
Dios no cambia.
Ampliemos este concepto.
1. LA VIDA DE DIOS NO
CAMBIA
Dios es
"eternamente" (Sal. 93.2), "Rey eterno" (Jer. 10: 10),
"incorruptible" (Rom. 1: 23), "el único que tiene
inmortalidad" (I Tim. 6: 16). "Antes que naciesen los montes y formases
la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios" (Sal.
90: 2). La tierra y el cielo, dice el salmista, "perecerán, mas tú
permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido
los mudarás, y serán mudados: pero tú eres el mismo, y tus años no se
acabarán" (Sal. 102:26ss). "Yo el primero -dice Dios-, yo también el
postrero" (Isa. 48: 12). Las cosas de la I creación tienen principio y
fin, pero no así el Creador. La respuesta a la pregunta del niño, "¿Quién
hizo a Dios?", es sencillamente que Dios no tuvo necesidad de que nadie lo
hiciese, porque siempre estuvo allí. Existe para siempre; y nunca cambia. No
envejece. Su vida ni crece ni mengua. No, adquiere nuevos poderes, ni pierde
los que alguna vez tuvo. No madura ni se desarrolla. No aumenta en sabiduría ni
en fuerza, ni se debilita con el paso del tiempo. "No puede experimentar
un cambio para bien", escribió A.W. Pink, "porque ya es perfecto; y
siendo perfecto, no puede experimentar cambio para mal." La diferencia
primera y principal entre el Creador y sus criaturas es que ellas son mutables
y su naturaleza admite cambios, mientras que Dios es inmutable y jamás puede
dejar de ser lo que es. Como lo expresa el himno.
Nosotros florecemos
y prosperamos como las hojas del árbol y nos marchitamos y perecemos -pero nada
te cambia a ti. Tal es el poder de la "vida indestructible" de Dios
(cf. Heb. 7: 16).
2. EL CARÁCTER DE DIOS NO
CAMBIA
Las tensiones; ó un
shock; o una lobotomía, pueden cambiar el carácter de un hombre, pero nada
puede cambiar el carácter de Dios. En el curso de la vida humana, los gustos,
los puntos de vista, y el humor pueden cambiar radicalmente; una persona buena
y equilibrada puede volverse amarga y excéntrica; una persona de buena voluntad
puede hacerse cínica e insensible. Pero al Creador no le puede ocurrir nada
semejante. Jamás se vuelve menos veraz, menos misericordioso, menos justo,
menos bueno, de lo que una vez fue. El carácter de Dios es hoy, y 10 será
siempre, exactamente lo que fue en los tiempos bíblicos.
En relación con esto
resulta instructivo poner juntas las dos revelaciones que de su
"nombre" hace Dios en el libro de Éxodo. El "nombre"
revelado de Dios es, por supuesto, más que un rótulo; es una revelación de 10
que él es en relación con los hombres. En Éxodo 3 leemos que Dios anunció a
Moisés su nombre diciendo: "Yo soy el que soy" (v. 14), frase de la
cual YHVH (Jehová, "el SEÑOR") constituye una forma abreviada (v.
15). Este "nombre" no es una descripción de Dios, sino simplemente
una declaración de su existencia autónoma, y de su eterna inmutabilidad; una
manera de recordamos que él tiene vida en sí mismo, y de que 10 que es ahora,
10 es eternamente. En Éxodo 34, sin embargo, leemos que Dios proclamó "el
nombre de Jehová" a Moisés mediante una lista de las diversas facetas de
su santo carácter. "Jehová ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso;
tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a
millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún
modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres
sobre los hijos" (vv. 5). Esta proclamación complementa la de Éxodo 3 al
decir 10 que en efecto es Jehová; y la de Éxodo 3 complementa a esta otra al
decirnos que Dios es por siempre lo que tres mil años ha le decía a Moisés que
era en ese momento. El carácter moral de Dios es incambiable. Por ello
Santiago, en un pasaje que se refiere a la bondad y la santidad de Dios, a su
generosidad para con los hombres y su hostilidad para con el pecado, habla
acerca de Dios como aquel "en el cual no hay mudanza, ni sombra de
variación" (San. 1: 17).
3. LA VERDAD DE DIOS NO
CAMBIA
A veces los hombres
dicen cosas que en realidad no sienten, sencillamente porque ellos mismos no
saben lo que piensan; además, porque sus puntos de vista cambian, con
frecuencia descubren que ya no pueden sostener lo que dijeron en algún momento
del pasado. Algunas veces todas tenemos que retirar algo que hemos dicho,
porque ya no expresa lo que pensamos; a veces tenemos que tragamos las palabras
porque los mismos hechos las refutan. Las palabras de los hombres son cosas
inestables. Pero no así las palabras de Dios. Permanecen para siempre, como
inalterables expresiones válidas de su pensamiento. No hay circunstancias que
lo obliguen a retiradas; no hay cambios en su propia manera de pensar que le
exijan modificarlas. Isaías escribe que "toda carne es hierba... la hierba
se seca... mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre" (Isa.
40: 6). De igual modo, dice el salmista que "para siempre, oh Jehová,
permanece tu palabra en los cielos". "Todos tus mandamientos son
verdad para siempre los has establecido" (Sal. 119.89, 151s). La palabra
traducida "verdad" en el último versículo encierra la idea de
estabilidad. Cuando lee más la Biblia, por lo tanto, tenemos que recordar que
Dios sigue fiel a todas las promesas, demandas, declaraciones de propósitos,
palabras de advertencia, que allí se dirigen a los creyentes neotestamentarios.
No se trata de reliquias de una época pasada sino de revelación enteramente
válida del pensamiento de Dios para su pueblo en todas las generaciones,
mientras dure este mundo. Como nos lo ha manifestado nuestro propio Señor,
"la Escritura no puede ser quebrantada" (Juan 10:35). Nada puede
anular la eterna verdad de Dios.
4. LA MANERA DE OBRAR DE
DIOS NO CAMBIA
Dios sigue actuando
hacia los hombres pecadores como lo hacía en la historia bíblica. Sigue todavía
demostrando su libertad y su señorío, discriminando entre pecadores, haciendo
que algunos escuchen el evangelio mientras que otros no, y haciendo que algunos
de los que escuchan se arrepientan mientras que otros permanezcan incrédulos;
enseñando de este modo a los santos que él no le debe misericordia a nadie, y
que es enteramente por la gracia divina, y de ningún modo por sus propios
esfuerzos, que ellos mismos hayan podido encontrar la vida. Sigue todavía
bendiciendo a aquellos a quienes concede su amor de un modo que los humilla, a
fin de que toda la gloria sea de él solo. Todavía odia el pecado de su pueblo,
y se vale de toda suerte de penas y dolores internos y externos para ganar el
corazón de ese pueblo, a fin de que no desobedezca ni claudique. Sigue aún
buscando la comunicación con su pueblo, y les manda tanto motivos de pesar como
de gozo con el objeto de lograr que abandonen el amor por otras cosas y lo
concentren en él. Sigue todavía enseñando al creyente a valorar los dones
prometidos mediante el recurso de hacer que tenga que esperarlos, y obligándolo
a orar por ellos persistentemente, antes de que se los conceda. Así leemos que
fue su trato para con su pueblo en el relato de las Escrituras, y así trata con
su pueblo hoy. Sus metas y los principios en que basa su acción permanecen
constantes; en ningún momento actúa saliéndose de su carácter inalterable. El
modo de obrar del hombre, bien lo sabemos, resulta patéticamente inconstante;
pero no el de Dios.
5. LOS PROPÓSITOS DE DIOS
NO CAMBIAN
"La Gloria de
Israel no mentirá, ni se arrepentirá", declaró Samuel, "porque no es
hombre para que se arrepienta" (1 Sam. 15:29). Balaam había dicho lo
propio: "Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se
arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no ejecutará?" (Núm. 23: 19).
Arrepentirse significa revisar los juicios que hemos hecho, y cambiar el plan
de acción. Dios jamás hace esto; jamás necesita hacerlo, por cuanto sus planes
se hacen sobre la base de un conocimiento y un control completos que se
extienden a todas las cosas, tanto pasadas y presentes como futuras, de manera
que no puede haber casos imprevistos y repentinos que puedan tomarlo por
sorpresa. "Una de dos cosas hace que el hombre cambie de parecer y
modifique sus planes: la falta de visión para anticipar algo, o la falta de
visión para ejecutados. Pero como que Dios es omnisciente y omnipotente jamás
se le hace necesario modificar sus decretos" (A. W. Pink). "El
consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por
todas las generaciones" (Salmo 33: 11). Lo que Dios hace en \ el tiempo,
lo planificó desde la eternidad. Y todo lo que planificó en la eternidad lo
lleva a cabo en el tiempo. Todo lo que se ha comprometido a hacer en su Palabra
se cumpliera infaliblemente. Así, leemos acerca de "la inmutabilidad de su
consejo" para hacer que los creyentes disfruten plenamente de la herencia
prometida, y del juramento inmutable mediante el cual confirmó su consejo a
Abraham, el creyente arquetípico, tanto para darle seguridad a Abraham como ¡también
a nosotros (Heb. 6: 17). Así es con todas las intenciones anunciadas por Dios.
No cambian. Ningún aspecto de su plan eterno cambia.
Cierto es que hay un
conjunto de versículos (Gen. 6: 6; Sam. 15:11; II Sam. 24:16; Jon. 3:10; Joel
2:13) que dicen que Dios se arrepintió. En cada caso se trata de una referencia
a la inversión del trato dado anteriormente a alguna persona en particular,
como consecuencia de la reacción de dichas personas al tratamiento en cuestión.
Pero no .te sugiere que dicha reacción no hubiese sido prevista, o que ella
había tomado a Dios por sorpresa, y que no estaba prevista en su plan eterno.
Cuando Dios comienza a tratar a .un hombre de un modo diferente esto no implica
en modo alguno un cambió en sus eternos propósitos.
6. EL HIJO DE DIOS NO
CAMBIA
Jesucristo es el
mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Heb. 13:8), y su toque tiene todavía su
antiguo poder. Sigue siendo cierto que "puede también salvar perpetuamente
a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por
ellos" (Heb. 7:25). Jesucristo no cambia nunca. Este hecho es un poderoso
motivo de consuelo para el pueblo de Dios.
III
¿Dónde está,
entonces, la sensación de distancia y diferencia entre los creyentes de los
tiempos bíblicos y nosotros? Queda excluida. ¿Sobre qué base? Sobre la base de
que Dios no cambia. La comunión con Dios, la confianza en su Palabra, el acto
de vivir por fe, de "descansar en las promesas de Dios", son
esencialmente realidades idénticas para nosotros hoy como para los creyentes
tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Este pensamiento nos consuela al
ir al encuentro de las perplejidades de cada día: en medio de todos los cambios
e incertidumbres de la vida en la era nuclear, Dios y su Cristo permanecen
invariable -con todo el poder necesario para salvar. Pero al mismo tiempo este
pensamiento nos presenta un desafío penetrante. Si nuestro Dios es el mismo
Dios de los creyentes del Nuevo Testamento, ¿cómo podemos justificar el que nos
conformemos con una experiencia de comunión con Dios, y con un nivel de conducta
cristiana que están tan por debajo de los que tuvieron ellos? Si Dios es el
mismo, se trata do una cuestión que ninguno de nosotros puede evadir.