I
Existe cierto tipo
de ministerio del evangelio que es cruel. No lo es intencionalmente, pero esto
no lo hace menos cierto. Se propone magnificar la gracia, pero en realidad lo
que hace es todo lo opuesto. Minimiza el problema del pecado, y pierde contacto
con los propósitos de Dios. El efecto es doble: primero, pintar la obra de la
gracia como si fuera menos de lo que en realidad es; segundo, dejar a la gente
con un evangelio que no es lo suficientemente grande para cubrir toda la
variedad de sus necesidades. En cierta ocasión Isaías describió la miseria de
los recursos inadecuados en términos de camas cortas y mantas angostas (Isa.
28: 20) -receta segura para el descontento y la incomodidad a largo plazo, con
la posibilidad de contraer una enfermedad seria por añadidura. A tal
infelicidad, en el reino espiritual, expone ese tipo de ministerio a todos los
que lo toman con seriedad. Su predominio constituye uno de los mayores
impedimentos al conocimiento de Dios y al crecimiento en la gracia en los
tiempos actuales. Esperamos poder hacer un servicio a alguna persona
denunciándola, y procurando mostrar dónde están sus fallas.
¿Qué clase de
ministerio es este? Lo primero que tenemos que decir es que, por triste que
parezca, es un ministerio evangélico. Su base es la aceptación de la Biblia
como la Palabra de Dios y de sus promesas como las seguridades que nos da Dios.
Temas comunes son la justificación por la fe mediante la cruz, el nuevo
nacimiento por obra del Espíritu, y nueva vida en el poder de la resurrección
de Cristo. Su objetivo es el de lograr que se produzca el nuevo nacimiento en
la gente y de allí conducidas a la experiencia más plena que pueda lograrse en
la vida de resurrección. En todo sentido se trata de un ministerio evangélico.
Sus errores no son los de aquellos que se alejan del mensaje evangélico
central. Son errores a los cuales únicamente un ministerio evangélico puede
verse expuesto. Esto debe quedar claro desde el comienzo.
Pero si realmente se
trata de un ministerio evangélico y doctrinalmente sano, ¿qué puede tener de
malo? ¿Cómo puede estar equivocado seriamente cuando su mensaje y sus fines son
tan bíblicos? La respuesta es que el ministerio que se concentra enteramente en
las verdades evangélicas puede no obstante malograrse si da a dichas verdades
una aplicación equivocada. La Escritura está llena de verdades que pueden curar
las almas, del mismo modo -que la farmacia está llena de medicamentos para
curar desórdenes corporales; pero en ambos casos una aplicación desacertada de
10 que, usado adecuadamente, sana, habrá de tener un efecto desastroso. Si en
lugar de frotamos con yodo, lo bebemos, el efecto será lo contrario de la
curación; y las doctrinas del nuevo nacimiento y de la nueva vida pueden
desvirtuarse también, con resultados poco felices. Esto es lo que ocurre,
aparentemente, con el caso que estamos considerando, como vamos a ver.
II
El tipo de
ministerio que aquí estamos considerando comienza enfatizando, en un contexto
evangelístico, lo que significa hacerse cristiano. No sólo le otorga al hombre
el perdón de pecados, paz a la conciencia, y comunión con Dios como Padre;
significará también que, por el poder del Espíritu que mora en él, podrá vencer
los pecados que anteriormente lo dominaban, y la luz y la guía que le dará Dios
le permitirán encontrar una salida a los problemas de la orientación en la
vida, de la realización propia, de las relaciones personales, de los deseos del
corazón, y otros términos semejantes, que hasta ese momento lo habían derrotado
completamente. Ahora bien: dicho así, en términos generales, estas grandes
posibilidades son escriturarías y verdaderas - ¡y gracias a Dios que sea así!
Pero es posible enfatizadas de tal modo y, como consecuencia, minimizar el lado
más duro de la vida cristiana -la disciplina diaria, la guerra interminable con
Satanás y el pecado, el vagar ocasionalmente en la oscuridad- que se cree la
impresión de que la vida cristiana normal es un perfecto lecho de rosas, un
estado de cosas en que todo lo que hay en el jardín es invariablemente hermoso,
y que ya no existen problemas, o, si vienen, no hay más que presentados ante el
trono de la gracia, y de inmediato desaparecen. Esto es sugerir que el mundo,
la carne, y el diablo, no constituirán un problema serio una vez que uno se
hace cristiano; tampoco acarrearán problemas las circunstancias ni las
relaciones personales; se acabarán también los problemas que uno tiene consigo
mismo. Tales sugerencias son perjudiciales por la sencilla razón de que son
falsas.
Por supuesto que
también puede darse una impresión igualmente desequilibrada desde el otro
extremo. Es posible enfatizar el lado duro de la vida cristiana, y minimizar de
tal forma el halagüeño que se dé la impresión de que la vida cristiana es en
gran medida penosa y sombría como un infierno en la tierra, con la sola
esperanza del cielo en el más allá! No cabe duda de que de tiempo en tiempo
esta es la impresión que se ha dado, como es indudable que el ministerio que
estamos examinando aquí es, en parte, una reacción contra ella. Pero se hace
necesario manifestar que, de estos dos extremos equivocados, el primero es el
peor, de la misma manera que las esperanzas falsas constituyen un mal peor que
los falsos temores. El segundo error llevará, en la misericordia de Dios, a la
sorpresa agradable de descubrir que los cristianos tienen también momentos de
alegría; no sólo de tristeza. Pero el primero, que describe la vida cristiana
normal como si estuviese enteramente libre de dificultades y problemas, no
puede menos que conducir tarde o temprano a una amarga, desilusión.
Lo que sostenemos
nosotros es que, con el fin de apelar en forma convincente a la ansiedad
humana, el tipo de ministerio que estamos analizando se permite prometer en
este sentido más de lo que Dios se ha dispuesto a cumplir en este mundo. Esto,
insistimos, es el primer aspecto que lo señala como cruel. Busca los resultados
mediante esperanzas falsas. Desde luego que esa crueldad no es malicia. Más
bien es impulsada por una bondad irresponsable. El predicador quiere ganar a
sus oyentes para Cristo; por ello presenta la vida cristiana como si fuese de
color de rosa, procurando hacer que suene lo más agradable y libre de afanes
que pueda con el fin de atraedlos. Pero la ausencia de un motivo malo, y la
presencia de un motivo bueno, de ningún modo reducen el daño que hacen sus
exageraciones.
Porque, como muy
bien lo sabe todo pastor, he aquí lo que sucede. Mientras que los oyentes más
equilibrados que han oído este tipo de cosas antes escuchan las promesas del
predicador con cierta reserva, es seguro que habrá otros seriamente interesados
que le creerán totalmente. Sobre esta base se convierten; experimentan el nuevo
nacimiento; inician las nuevas vidas gozosas y seguras de que han dejado atrás
todos los antiguos dolores de cabeza y todas las angustias. Y luego descubren
que no es así en ningún sentido. Los viejos problemas temperamentales, los
problemas ocasionados por las relaciones personales, los de necesidades no
satisfechas, las tentaciones persistentes, siguen siendo reales; en algunos
casos, hasta se han intensificado. Dios no les ha hecho más fáciles las
circunstancias en que viven; más bien a la inversa. El descontento en relación
con la esposa, el esposo, los padres, los parientes políticos, los hijos, los
colegas, los vecinos, se hacen presentes de nuevo. Las tentaciones y los malos
hábitos, que la experiencia de la conversión parecía haber eliminado para
siempre, reaparecen. Cuando las grandes olas de alegría los cubrieron durante
las semanas iníciales de su experiencia cristiana, realmente sentían que todos
los problemas se habían solucionado; pero ahora ven que no es así, y que la
vida libre de problemas y dificultades no se ha producido. Las cosas que los
desalentaban antes de hacerse cristianos amenazan volver a desalentados. ¿Qué
pueden pensar ahora?
Aquí la verdad está
en que el Dios del que se dijo que "como pastor apacentará a su rebaño; en
su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará" (Isa. 40: 11),
cuida con mucha ternura a los cristianos muy nuevos, igual que la madre a su
bebé. Con frecuencia el comienzo de su carrera cristiana se caracteriza por una
gran alegría emocional, notables acontecimientos providenciales, sorprendentes
respuestas a la oración, y resultados inmediatos en sus primeros intentos de
dar testimonio; así Dios los anima, y los fundamenta en la nueva vida. Pero
cuando se hacen más fuertes y están en condiciones de soportar más, los somete
a una disciplina más rigurosa. Los expone al grado de pruebas que sean capaces
de tolerar, mediante la presión de influencias opuestas y desconcertantes
-aunque no más (Véase la promesa en 1 Coro 10: 13); pero tampoco menos (Véase la
admonición en Hch. 14:22). Así va edificando nuestro carácter, fortaleciendo
nuestra fe, y preparándonos para ayudar a otros. De este modo cristaliza
nuestro sentido de los valores. Así también, se glorifica en nuestras vidas,
porque en nuestra debilidad perfecciona su fortaleza. No hay nada antinatural,
por lo tanto, en el aumento de las tentaciones, los conflictos, y las
presiones, cuando el cristiano aprende a andar con Dios; todo lo contrario,
algo estaría mal si así no ocurriese. Pero el cristiano al que se le ha dicho
que la vida cristiana normal está libre de sombras y dificultades no puede
menos que llegar a la conclusión (cuando en su experiencia comienzan a
amontonarse nuevamente las imperfecciones y los, desaciertos) de que debe
haberse alejado de lo que es normal. "Algo ha fallado -dirá-, ¡esto ya no
funciona!" y la pregunta que se hará será ésta: ¿Cómo puedo hacer que
vuelva a "funcionar"?
III
Aquí es donde
aparece el segundo aspecto cruel del ministerio que estamos considerando.
Habiendo creado la esclavitud -porque es eso justamente-, haciéndoles creer a
los creyentes nuevos que deben considerar todas las experiencias de frustración
y perplejidad como señales de un cristiano subnormal, proceden a crear un mayor
grado de esclavitud al imponer un remedio que es una especie de chaleco de
fuerza con el cual se han de eliminar dichas experiencias. Dicho remedio
consiste en insistir en diagnosticar esa "lucha", que equivale a
"derrota", como un retroceso ocasionado por falta de
"consagración" y "fe". Al comienzo (así se le dice), el convertido
se había entregado totalmente a ese Salvador que acababa de encontrar; de ahí
su alegría. Pero luego se ha enfriado o se ha descuidado, ha limitado su
obediencia en alguna forma, o ha dejado de confiar en el Señor Jesús paso a
paso, y es por ello que se encuentra en ese estado. El remedio, por lo tanto,
es que descubra su error, se arrepienta y lo confiese; que se vuelva a
consagrar a Cristo y que mantenga la consagración diariamente; que aprenda el
hábito, cuando le vienen las tentaciones y surjan los problemas, de pasárselos
a Cristo para que él se los resuelva. Si así obra (se afirma), andará, en el
sentido teológico tanto como el metafórico, en el mejor de los mundos.
Ahora bien, cierto
es que si el creyente se vuelve descuidado para con Dios, y vuelve a caer
deliberadamente en pecado, el gozo interior y la paz tienden a disminuir, y el
descontento se evidencia en su ánimo en forma cada vez más marcada. Los que por
su unión con Cristo están muertos al pecado (Rom. 6:4) -es decir, los que han
descartado el pecado como principio rector de sus vidas- ya no pueden encontrar
en él ni siquiera ese grado limitado de placer que les daba antes que hubiesen
nacido de nuevo. No pueden emprender caminos torcidos sin poner en peligro el
favor de Dios para con ellos; de eso se encargará Dios mismo: "Por la
iniquidad de su codicia me enojé, y lo herí, escondí mi rostro y me indigné; y
él siguió rebelde por el camino de su corazón," (Isa. 57: 17). Así es como
reacciona Dios con los hijos que se descarrían. Los apóstoles no regenerados
pueden ser a veces almas alegres, pero invariablemente el cristiano que se
descarrila se siente miserable. De modo que el cristiano que se pregunta a sí
mismo:
¿Dónde está esa
bendición que conocí cuando por primera vez vi al Señor? haría bien en
preguntarse, antes de continuar más adelante, si no ha habido en su vida
pecados que te hicieron sufrir y que te ahuyentaron de mi pecho, pecados, sobre
todo, practicados voluntariamente. Si así fuera, entonces el remedio que se
receta más arriba, es, por lo menos en líneas generales, el más adecuado.
Pero puede que no
sea así; y tarde o temprano habrá un momento en la vida de todo cristiano en
que no lo será. Tarde o temprano la realidad será que es Dios quien está
ejercitando a su hijo -a ese hijo consagrado- por la senda de la santidad
adulta, como fue el caso de Job, de algunos de los salmistas, y de los
destinatarios de la Epístola a los Hebreos.
Para ellos, Dios
emplea el método de exponerlos a fuertes ataques del mundo, la carne, y el
diablo, a fin de que su poder de resistencia aumente y su carácter como hombres
de Dios se haga más firme. Como hemos dicho más arriba, todos los hijos de Dios
son sometidos a este tratamiento; es parte de la "disciplina del
Señor" (Heb. 12:5, que recuerda a Job 5: 17; Pro. 3: 11) a la que somete a
todo hijo al que ama. Y si es esto lo que le ocurre al cristiano que se siente
confundido, entonces el remedio que se sugiere resultará desastroso.
Porque, ¿qué hace
ese remedio? Sentencia a los cristianos fieles y dedicados a una vida farragosa
de buscar cada día fallas inexistentes en su consagración, en la creencia de
que si pudiesen descubrirlas y confesarlas, podrían entonces recuperar la
experiencia de una inocencia espiritual que Dios en realidad quiere que
abandonen ya. Por lo tanto, no sólo produce regresión y falta de realidad en lo
espiritual, sino que los coloca involuntariamente en pugna con el Dios que les
ha sustraído el inocente brillo de la infancia espiritual, con su enorme dosis
de alegría y complaciente pasividad, precisamente con el fin de conducirlos a
una experiencia más madura y adulta. Para los padres terrenos los niños
pequeños constituyen motivo de alegría; pero no les gusta, por no decir otra
cosa, que cuando los hijos crecen quieran volver a ser niños, y se sienten
tristes o alarmados si sus hijos muestran actitudes infantiles. Así es,
exactamente, con nuestro Padre celestial. Dios quiere que crezcamos en Cristo
Jesús, que no nos quedemos como niños. Pero la orientación que estamos
considerando aquí nos pone en situación antagónica con Dios en este caso, y nos
pone frente a un retorno a la etapa infantil, como si esto fuese el bien
supremo. Repetimos que esto constituye crueldad, igual que la costumbre china
de vendar los pies de las niñas de modo que quedan permanentemente deformados;
el hecho de que el motivo pueda ser bueno no cuenta para nada, no modifica la
situación. El efecto menos pernicioso de aceptar el remedio propuesto será el
de impedir el desarrollo espiritual: dará como resultado una clase de
evangélicos adultos pero infantiles; sonrientes, pero irresponsables y
centrados en sí mismos. El efecto más pernicioso, entre creyentes sinceros y
honestos, será la introspección morbosa, la histeria, los trastornos mentales,
y la pérdida de la fe, por lo menos en su forma evangélica.
IV
¿Qué es lo que tiene
de malo esta enseñanza, fundamentalmente? Es digna de crítica desde muchos
ángulos. Demuestra incomprensión de la enseñanza bíblica sobre la santificación
y la lucha del cristiano. No entiende el significado del crecimiento en la
gracia. No entiende lo qué significa el obrar del pecado que mora en el
creyente. Confunde la vida cristiana aquí en la tierra con la vida cristiana
como ella ha de ser en el cielo. Concibe incorrectamente la psicología de la
obediencia cristiana (actividad impulsada por el Espíritu y no pasividad
inculcada por el Espíritu). Pero la crítica fundamental es sin duda la de que
pierde de vista el método y el propósito de la gracia. Tratemos de explicar más
esto.
¿Qué es la gracia?
En el Nuevo Testamento, la gracia significa el amor de Dios en acción para con
los hombres, que merecían lo opuesto del amor. La gracia significa que Dios se
mueve en cielos y tierra para salvar a los pecadores, que no podían mover un
dedo para salvarse a sí mismos. La gracia significa que Dios envía a su Hijo
unigénito a descender al infierno en la cruz para que nosotros los culpables
pudiéramos ser reconciliados con Dios y recibidos en el cielo. "Al que no
conoció pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos
hechos justicia de Dios en él" (II Coro 5:21).
El Nuevo Testamento
conoce una voluntad de gracia y una obra de gracia. La primera es el plan
eterno de Dios pata salvar; la segunda es "la buena obra" de Dios
"en vosotros" (Fil. 1: 6), mediante la cual induce a los hombres a
entrar en una comunión viviente con Cristo (1 Cor. 1: 9), los levanta de la
muerte a la vida (Efe. 2: 1-6), los sella como propiedad suya mediante el don
del Espíritu (Efe. 1: 13s), los transforma a la imagen de Cristo (II Cor. 3:
18), y finalmente resucitará sus cuerpos en gloria (Rom. 8:30; I Cor.
15:47-54). Entre los investigadores protestantes estaba de moda hace algunos
años decir que la gracia significa la actitud de Dios a diferencia de su obra
de amor, pero se trata de una distinción que no es escritural. Por ejemplo, en
I Corintios 15: 10 -"por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no
ha sido en vano para conmigo" - la palabra "gracia" denota
claramente la obra amante de Dios en Pablo, por la que hizo de él primeramente
un cristiano y luego un ministro del evangelio.
¿Cuál es el
propósito de la gracia? Principalmente el de restaurar la relación entre el
hombre y Dios. Cuando Dios pone el fundamento de esta relación restaurada, al
perdonar nuestros pecados cuando confiamos en su Hijo, lo hace con el fin de
que de allí en adelante nosotros y él podamos vivir en comunión; y lo que hace
al renovar nuestra naturaleza tiene el propósito de guiamos y hacernos capaces
de ejercitar amor, confianza, deleite, esperanza, y obediencia para con Dios,
en acciones que, desde nuestro ángulo, demuestren la realidad de la comunión
con Dios, quien constantemente se hace conocer de nosotros. Toda la obra de la
gracia apunta a esto: a la adquisición de un conocimiento más profundo de Dios,
y a una comunión más profunda con él. Gracia es Dios acercándonos más y más, a
nosotros los pecadores, a sí mismo.
¿Cómo lleva a cabo
Dios este propósito? No ya escudándolas de los ataques del mundo, la carne, y
el diablo, ni protegiéndonos de circunstancias frustrantes y penosas, ni
tampoco escudándonos de los problemas y dificultades que nos ocasionan nuestro
temperamento y psicología personales; sino, más bien, exponiéndonos a todas
esas cosas, con el propósito de abrumarnos con un sentido de nuestra propia
incapacidad, y hacer que nos aferremos más fuertemente de él. En el contexto
humano, esta es la razón básica de que Dios nos llene la vida de problemas y
dificultades de todo tipo; la idea es asegurar que aprendamos a recurrir a él.
La razón de que la Biblia dedique tanto tiempo a reiterar que Dios es una roca
fuerte, defensa firme, seguro refugio, y auxilio para los débiles, es que Dios
dedica mucho tiempo a enseñamos que sornas débiles, tanto mental como
moralmente, y no se atreve a confiar en que nosotros mismos encontremos el
camino recto. Cuando vamos por una senda derecha sintiéndonos muy bien, y
alguien nos toma del brazo para ayudarnos, es muy probable que nos sacudamos de
él con impaciencia; pero cuando nos encontramos en algún lugar difícil, en la
oscuridad, bajo una amenazadora tormenta y sin fuerzas, y alguien nos toma del
brazo para ayudarnos, con seguridad que nos hemos de apoyar en él con gratitud.
Y Dios quiere que nos demos cuenta de que el paso por la vida es difícil y
complejo, a fin de que aprendamos a apoyarnos en él con gratitud. Por lo tanto,
él torna medidas a fin de lograr que perdamos la confianza en nosotros mismos y
aprendamos a confiar en él; en la frase' bíblica clásica relativa al secreto de
la vida del nombre piadoso, a "esperar en Jehová".
Este concepto tiene
muchas implicaciones. Una de las más notables es la de que Dios llega a usar
nuestros pecados y errores para este fin. Con mucha frecuencia se vale de la
disciplina educativa de los fracasos y errores. Es notable comprobar la
considerable proporción de la Biblia que se refiere a hombres de Dios que
cometen errores, y a quienes Dios disciplina. Abraham, a quien fue prometido un
hijo pero a quien se le hizo esperar antes que la promesa se cumpliera, pierde
la paciencia, comete el error de pretender hacer de protagonista de la
providencia, y tiene un hijo de nombre Ismael; y tiene que esperar trece años
más antes de que Dios le vuelva a hablar (Gen. 6: 16-17: 1). Moisés cometió el
error de tratar de salvar al pueblo mediante el recurso de intentar hacer valer
sus derechos con actos de agresividad, matando a un egipcio, y tratando de
resolver los problemas individuales de los israelitas entre sí. Como resultando
de ello fue desterrado por muchas décadas, viviendo en el desierto, para que
aprendiera a no vanagloriarse a sus propios ojos. David comete una serie de
errores -seduce a Betsabé y hace matar a Urías, descuida a su familia, hace
contar al pueblo con fines de prestigio- y en cada caso es castigado
amargamente. Jonás comete el error de huir ante el llamado de Dios; y acaba por
despertar a la realidad en el vientre de un gran pez. Así podríamos seguir.
Pero lo que corresponde recalcar es que el error humano, y el inmediato
desagrado divino, en ninguno de los casos fue el fin de la historia. Abraham
aprendió a esperar que se cumpliese el tiempo de Dios. Moisés se curó de la
confianza en sus propios recursos (en realidad, su ulterior apocamiento fue
casi pecaminoso -Exo. 4: 14). David encontró arrepentimiento después de cada
una de sus caídas, y estaba más cerca de Dios al final que al comienzo. Jonás
oró desde el vientre del pez y vivió para cumplir su misión en Nínive. Dios
puede obtener efectos positivos hasta de nuestro comportamiento más necio; Dios
restablece los años que se ha llevado la langosta. Dicen que los que jamás
hacen errores nunca hacen nada; por cierto que los hombres mencionados arriba
hicieron errores, pero a través de sus errores Dios les enseñó a conocer su
gracia, y a aferrarse a él de un modo que nunca se hubiera logrado de otra
forma. ¿Tiene el lector algún sentido de fracaso? ¿Sabe que ha cometido algún
error abominable? La solución es volver a Dios; su gracia restauradora está a
nuestra disposición.
V
La falta de realidad
en religión es una cosa maldita. La falta de realidad es la maldición del tipo
de doctrina que hemos expuesto en este capítulo. La falta de realidad para con
Dios es la enfermedad que arruina en gran medida al cristianismo moderno.
Necesitamos que Dios nos haga realistas en cuanto a nosotros mismos y a él.
Quizá haya algo para nosotros en el famoso himno en que John Newton describe el
paso hacia el tipo de realidad que estamos intentando propiciar.
Le pedí al Señor que
pudiese crecer en fe, en amor, y en toda gracia; que pudiese conocer de su
salvación, y buscar más intensamente su rostro. Tenía la esperanza de que en
alguna hora feliz hubiera de contestar al instante mi súplica, y mediante el
poder compulsivo de su amor dominar mis pecados, y brindarme descanso. En lugar
de esto, me hizo sentir el mal escondido en mi corazón; y permitió que
coléricos poderes del infierno asaltaran mi alma por todas partes.
No sólo eso; con su
propia mano parecía decidido a agravar mi dolor; contrariaba todos los planes
honestos que me trazaba, marchitaba mis huertas, y me dejaba
tendido."Señor, ¿por qué es esto?" gemí tembloroso,
"¿perseguirás a tu gusano hasta la muerte?" "Es de este modo
", contestó el Señor, "que yo contesto la oración que pide gracia y
fe. "Utilizo estas pruebas interiores para liberarte de ti mismo y de tu
orgullo y para deshacer tus proyectos de gozo terrenal para que busques en mí
el todo para ti.