BONDAD Y SEVERIDAD

I

"Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios", escribe Pablo en Romanos 11: 22. La palabra clave aquí es "y". El apóstol está explicando la relación entre judío y gentil en el plan de Dios. Acaba de recordarles a los lectores gentiles que Dios rechazó a la gran masa de los judíos de la época por su incredulidad, mientras que al mismo tiempo colocó a muchos paganos como ellos en una situación de fe salvadora. Ahora los invita a que tomen nota de los dos lados del carácter de Dios que aparecen en la transacción. "Mira, pues, la bondad y la' severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo." Los cristianos de Roma no han de considerar únicamente la bondad de Dios, ni únicamente su severidad, sino a ambas juntas. Ambas constituyen atributos de Dios, es decir, son aspectos del carácter revelado de Dios. Ambas aparecen a la par en la economía de la gracia. Ambas han de ser reconocidas juntas si hemos de conocer verdaderamente a Dios.
Tal vez nunca, desde que escribió Pablo, haya sido tan necesario como lo es hoy explanar esta cuestión. La estupidez y la confusión modernas en cuanto al significado de la fe en Dios resultan casi indescriptibles. Los hombres dicen creer en Dios pero no tienen idea de quién es aquel en el cual creen, ni qué puede significar el creer en él. El cristiano que quiere ayudar al prójimo que se debate en la incertidumbre a fin de que disfrute de lo que un famoso tratado de otros tiempos llamaba "seguridad, certeza, y gozo" se encuentra constantemente perplejo porque no sabe por dónde empezar: la abrumadora mezcolanza de fantasías acerca de Dios con que se enfrenta prácticamente lo deja sin respiración. ¿Cómo ha llegado la gente a semejante estado? se pregunta. ¿Cuál es la causa de semejante confusión? Para estas preguntas existen varias series de respuestas contemporáneas. Una es la de que la gente se ha acostumbrado a seguir sus propios presentimientos religiosos más bien que a aprender de Dios en su propia Palabra; y tenemos que ayudarlas a anular el orgullo, y, en algunos casos, las concepciones equivocadas acerca de la Escritura que dieron lugar a dicha actitud, y en adelante a afirmar sus convicciones, no en lo que sienten sino en lo que dice la Biblia. Una segunda respuesta es que el hombre moderno considera que todas las religiones son iguales y equivalentes, y adopta un conjunto de ideas acerca de Dios, tomándolas tanto de fuentes paganas como cristianas; y tenemos que tratar de demostrarle a la gente el carácter único y definitivo del Señor Jesucristo, la última palabra de Dios al hombre. Una tercera respuesta es la de que los hombres han dejado de reconocer la realidad de su propio pecado, lo cual imparte un grado de perversidad y enemistad contra Dios a todo lo que piensan y hacen; y es tarea nuestra enfrentar a la gente con este hecho a fin de que dejen de confiar en sí mismos y se hagan accesibles a la corrección por medio de la palabra de Cristo. Una cuarta respuesta, no menos importante que las tres anteriores, es la de que la gente hoy en día tiene la costumbre de disociar el pensamiento de la bondad de Dios del de su severidad; y tenemos que procurar erradicar esta costumbre, por cuanto lo único que cabe mientras persiste dicha costumbre es la incredulidad.
La costumbre en cuestión, aprendida primeramente de ciertos teólogos alemanes del siglo pasado, ha invadido al protestantismo occidental y moderno todo. En el hombre común hoy en día constituye más bien la regla que la excepción el rechazar toda idea de ira divina y juicio, y dar por sentado que el carácter de Dios, desfigurado (¡por cierto!) en muchas partes de la Biblia, es en realidad un carácter de indulgente benevolencia sin severidad alguna. Cierto es que algunos teólogos recientes, como reacción, han procurado reafirmar la doctrina de la santidad de Dios, pero sus esfuerzos han resultado débiles y sus palabras en general han caído en oídos sordos. Los protestantes modernos no van a abandonar su adhesión "esclarecida" a la doctrina de un Papá Noel celestial simplemente porque un Brunner o un Niebuhr sospechen que aquí no termina la historia. La certidumbre de que no hay más que decir sobre Dios (si es que hay Dios) que afirmar que es infinitivamente indulgente y bueno es tan difícil de erradicar como la correhuela. Una vez que ha echado raíces, el cristianismo, en el verdadero sentido de la palabra, sencillamente se muere. Porque la sustancia del cristianismo es la fe en el perdón de pecados mediante la obra redentora de Cristo en la cruz. Más, según la teología del Papá Noel, los pecados no ocasionan ningún problema y la expiación resulta innecesaria; el favor activo de Dios se extiende no menos a quienes desoyen sus mandamientos que a quienes los guardan. La idea de que la actitud de Dios hacia mí se afecta por el hecho de que yo haga o no lo que él me dice no tiene lugar en el pensamiento del hombre de la calle, y cualquier intento de indicar la necesidad de sentir temor ante la presencia de Dios, y de temblar ante su palabra, se descarta como algo irremediablemente pasado de moda -como un concepto "victoriano", "puritano”, o "sub-cristiano”.
Mas la teología del Papá Noel lleva en sí la semilla de su propio 'colapso, porque no puede dar razón del mal. No es accidental que cuando la creencia en el "buen Dios" del liberalismo alcanzó difusión, a principios de siglo, el así llamado "problema del mal" (que hasta entonces no había sido ningún problema) súbitamente adquirió prominencia como la cuestión prioritaria de la apologética cristiana. Esto era inevitable, porque no era posible ver la buena voluntad de un Papá Noel celestial en cosas tan desgarradoras y destructivas como la crueldad, la infidelidad matrimonial, la muerte en las calles, o el cáncer al pulmón. La única forma de salvar la perspectiva liberal de Dios es la de disociado de estas cosas, y negar que él tenga relación directa con ellas o control sobre ellas; en otras palabras, negar su omnipotencia y su señorío sobre el mundo. Los teólogos liberales adoptaron esta posición hace cincuenta años, y el hombre de la calle la acepta hoy. De este modo ha quedado con un Dios bueno que quiere hacer el bien, pero que no siempre puede aislar a sus hijos del dolor y las dificultades. Cuando se presentan las dificultades, en consecuencia, no hay otra solución que sonreír y aguantar. De este modo, mediante una irónica paradoja, la fe en Dios que es toda bondad y nada de severidad, tiende a afirmar a los hombres en su actitud fatalista y pesimista hacia la vida.
He aquí, por lo tanto, una de las Veredas religiosas de nuestro día, que conducen (como lo hacen todas de un modo o de otro) al país del Castillo de la Duda y del Gigante Desesperación. ¿Cómo pueden los que se han descarriado de este modo volver al camino verdadero? Solamente aprendiendo a relacionar la bondad de Dios con su severidad, según las Escrituras. El propósito del presente capítulo es el de bosquejar la sustancia de la enseñanza bíblica sobre este asunto.
II
La bondad, tanto en Dios como en el hombre, significa algo admirable, atractivo, digno de alabanza. Cuando los escritores bíblicos llaman a Dios "bueno", están pensando en general en todas aquellas cualidades morales que hacen que su pueblo lo llame "perfecto", y, en particular, en la generosidad que los lleva a llamado "misericordioso" y lleno de "gracia", como también a hablar de su "amor". Ampliemos esto un poco.
La Biblia proclama constantemente el tema de la perfección moral de Dios, como la declaran sus propias palabras y se verifica en la experiencia de su pueblo. Cuando estaba con Moisés en el monte Sinaí "proclamando el nombre (es decir, el carácter revelado) de Jehová (es decir, Dios como el Jehová de su pueblo, el soberano salvador que dice de sí mismo 'Yo soy el que soy' en el pacto de la gracia)", lo que dijo fue esto: "¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado... “(Exo. 34: 5-7). Y este proclamar de la perfección moral de Dios se llevó a cabo como el cumplimiento de su promesa de hacer pasar delante de Moisés todo su bien, su bondad (Exo. 33: 19). Todas las perfecciones particulares que se mencionan aquí, y todas las que van con ellas -toda la veracidad y absoluta honestidad de Dios, su inagotable justicia y sabiduría, su ternura, su paciencia, y su total suficiencia para todos cuantos buscan penitentemente su auxilio, la nobleza de su bondad al ofrecer a 'los hombres el exaltado destino de la comunión con él en santidad y amor-, todas estas cosas en conjunto constituyen la bondad de Dios, en el sentido pleno de la suma total de sus reveladas excelencias. Y cuando David declaró, "En cuanto a Dios, perfecto es su camino" (II Sam. 22: 31; Sal. 18: 30), lo que quiso significar fue que el pueblo de Dios encuentra en la experiencia, como lo había encontrado él mismo, que Dios jamás obra sino encuadrado en el marco de la bondad que ha manifestado poseer. "Perfecto es su camino, y acrisolada la palabra de Jehová; escudo es a todos los que en él esperan." Este salmo en general constituye la declaración retrospectiva de David sobre la forma en que él mismo había comprobado que Dios es fiel a sus promesas y del todo suficiente como escudo y defensor; y todo hijo de Dios que no ha perdido el derecho a la primogenitura reincidiendo, comparte una experiencia similar.
(Incidentalmente, si el lector no ha leído cuidadosamente todo este salmo, preguntándose en cada punto en qué medida su testimonio se compara con el de David, le sugeriría que lo hiciese de inmediato -y que luego lo siga haciendo con frecuencia. Descubrirá que se trata de una disciplina saludable, si bien demoledora.)
Con todo, hay más todavía. Dentro del conjunto de perfecciones morales de Dios hay una en particular a la que apunta el término "bondad" ("misericordia"): la cualidad que Dios destacó en forma específica dentro del total cuando proclamó "todo su bien" (cf. BJ: toda su bondad) a Moisés. Habló sobre sí mismo con la expresión "grande en misericordia y verdad" (Exo. 34: 6). Esta es la cualidad de la generosidad. La generosidad significa una disposición a dar a otros en forma que no tiene motivo mercenario alguno y que no está limitada por lo que merecen los destinatarios, sino que invariablemente va más allá. La generosidad expresa el simple deseo de que otros tengan lo que necesitan para que sean felices. La generosidad es, por decido así, el foco \ central de la perfección moral de Dios; es la cualidad que determina cómo se han de desplegar todas las restantes excelencias de Dios. Dios es "grande en misericordia" ultra bonus, como solían expresado los teólogos latinos de otros tiempos, espontáneamente bueno, rebosante de generosidad. Los teólogos de la escuela reformada emplean la palabra neotestamentaria "gracia" (favor gratuito) para cubrir todo acto de generosidad divina, del tipo que sea, y por lo tanto distinguen entre la "gracia común" de la "creación, preservación, y todas las bendiciones de esta vida", y la "gracia especial" manifestada en la economía de la salvación. El sentido del contraste entre "común" y "especial" está en que todos se benefician de la primera, pero no a todos alcanza la segunda. El modo bíblico de trazar la diferencia sería el de decir que Dios es bueno con todos en algunas maneras y con algunos en todas las maneras.
La generosidad de Dios, consistente en conceder bendiciones naturales, es aclamada en el Salmo 145. "Bueno es Jehová para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras... Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente (vv. 9, 15,16; cf. Hec. 14:17). Lo que quiere decir el salmista es que, desde el momento que Dios controla todo lo que ocurre en su mundo, toda comida, toda alegría, toda posesión, todo momento de sol, toda noche de sueño, todo momento de salud y seguridad, todo cuanto sustenta y enriquece la vida, es don divino. ¡Y cuán abundantes son estos dones! "Cuenta tus bendiciones, menciónalas una por una", dice la canción (el "corito") infantil, y todo el que con sinceridad se dedique a enumerar solamente sus bendiciones naturales comprenderá a poco andar la fuerza de la línea siguiente: "y te sorprenderá lo que ha hecho el Señor". Pero las misericordias de Dios en el plano natural, por abundantes que sean, se empequeñecen ante las bendiciones mayores de la redención espiritual. Cuando los cantores de Israel llamaban al pueblo a dar gracias a Dios "porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia" (Sal. 106: 1; 107: 1; 118: 1; cf. 100:4s; II Cro. 5: 13; 7: 13; Jer. 33: 11), generalmente estaban pensando en misericordias redentoras: misericordias tales como "las poderosas obras" de Dios al salvar a Israel de Egipto (Sal. 106: 2ss, 136), su disposición para ser paciente y perdonar cuando sus siervos caen en el pecado (Sal. 86: 5), y su ánimo pronto para enseñar al hombre 'su camino (Sal. 119: 68). Y la bondad a que se refería Pablo en Romanos 11: 22 era la misericordia de Dios de injertar gentiles "silvestres" en el olivo -es decir, la comunión del pueblo del pacto, la comunidad de los creyentes salvados.
La exposición clásica de la bondad de Dios es el Salmo 107. Allí, para reforzar su llamado a alabar "a Jehová, porque él es bueno", el salmista generaliza basado en experiencias pasadas de Israel en la cautividad, y de israelitas con necesidades personales, para dar cuatro ejemplos de cómo "clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones"(vv. 6, 13, 19,28). El primer ejemplo es el de Dios redimiendo a los impotentes de manos de sus enemigos y conduciéndolos por el desierto hasta encontrar lugar donde vivir; el segundo es el de Dios librando de las "tinieblas y sombra de muerte" a quienes él mismo había llevado a esa condición a causa de su rebeldía contra él; el tercero es el de Dios sanando las enfermedades con las que había castigado a los "insensatos" que no lo tuvieron en cuenta; el cuarto es el de Dios protegiendo a los que andaban en el mar cuando la tempestad amenazaba hundir el barco. Cada uno de los episodios termina con el estribillo" Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres" (vv. 8, 15, 21,31). El Salmo todo constituye un majestuoso panorama de las operaciones de la bondad divina en la tarea de transformar vidas humanas.
III
Veamos ahora lo que es la severidad de Dios. La palabra que emplea Pablo en Romanos 11: 22 significa literalmente I "cortar"; denota el retiro terminante por parte de Dios de (su bondad para con los que la han despreciado. Nos recuerda un hecho en relación con Dios que él mismo declaró I cuando proclamó su nombre ante Moisés; a saber, que si bien él es "grande en misericordia y verdad", "de ningún modo tendrá por inocente al malvado" -vale decir, los culpables obstinados e impenitentes (Exo. 34:6s). El acto de severidad al que se refería Pablo era el rechazo por parte de Dios de Israel como cuerpo -separándolos del olivo, del que constituían ellos ramas naturales- porque no creyeron el evangelio de Jesucristo. Israel calculaba que contaba con la misericordia de Dios, pero no tuvieron en cuenta la manifestación concreta de su misericordia en el Hijo; y la reacción de Dios fue veloz: cortó a Israel. Pablo aprovecha la ocasión para advertir a los cristianos gentiles que si se alejaban como ocurrió con Israel, Dios los cortaría a ellos también. "Tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará" (Rom. 11:20s).
El principio que Pablo aplica en este caso es el de que, por detrás de todo acto de misericordia divina, se yergue una amenaza de severidad en juicio si dicha misericordia es menospreciada. Si no permitimos que ella nos acerque a Dios en espíritu de gratitud y de amor recíproco, no podemos echarle la culpa a nadie sino a nosotros mismos cuando Dios se nos vuelve en contra. En la misma carta a los Romanos Pablo ya se había dirigido al crítico no cristiano y satisfecho de sí mismo en los siguientes términos: "su benignidad te guía al arrepentimiento", es decir, como lo expresa correctamente J. B. Phi1lips en su paráfrasis, "tiene como fin guiarte al arrepentimiento". "Tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo", y, sin embargo, Dios ha cargado con tus faltas, las mismas faltas que 'en tu opinión merecen el juicio divino cuando las ves en otros, y tendrías que sentirte muy humillado y muy agradecido. Mas si, mientras despellejas a otros, tú mismo no te vuelves a Dios, entonces "menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad", y, de este modo, "por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira" (Rom. 2: 1-5). De modo semejante, Pablo les dice a los cristianos romanos que la misericordia de Dios sería su porción si se daba una condición: "si permaneces en esa bondad pues de otra manera tú también serás cortado" (Rom. 11: 22). Es el mismo principio en cada caso. Quienes rehúsan responder a la bondad de Dios arrepintiéndose, y expresan do fe, confianza, y sumisión a su voluntad, no pueden sorprenderse o quejarse si, tarde o temprano las pruebas de su bondad son quitadas, la oportunidad para beneficiarse de ella termina, y sobreviene el castigo.
Pero Dios no es impaciente en su severidad; todo lo contrario. Dios es "tardo ["lento"] para la ira" (Neh. 9: 17; Exo. 34:6; Num. 14: 18; Sal. 86: 15; 103:8; 145:8; Joel 2: 13; Jon. 4:2). La Biblia da gran importancia a la paciencia y la tolerancia de Dios, por cuanto pospone juicios merecidos con el fin de extender el día de la gracia y dar mayor oportunidad para el arrepentimiento. Pedro nos recuerda cómo, cuando la tierra estaba corrompida y clamaba pidiendo juicio, con todo, "esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé" (I Ped. 3:20) -referencia, probablemente, a los ciento veinte años de tregua (como parece haberlo sido) que se mencionan en Gen. 6: 3. Asimismo, en Romanos 9: 22, Pablo nos dice que, a lo largo del curso de la historia,
Dios "soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción". Además, Pedro explica a sus lectores del primer siglo que la razón de que el prometido regreso de Cristo para juzgar no ha ocurrido aún es que Dios "es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (II Pedo 3: 9); y esa misma explicación tiene vigencia hasta hoy aparentemente. La paciencia que Dios manifiesta al dar "tiempo para que se arrepienta" (Apo. 2:21), antes de que se produzca el juicio; constituye una de las maravillas de la historia bíblica. No es de sorprender que el Nuevo Testamento recalque el hecho de que la paciencia es una virtud y una obligación cristianas; es en verdad parte de la imagen de Dios (Gal. 5:22; Efe. 4:2; Col. 3: 12).
IV
Siguiendo la línea de pensamiento expresada arriba podemos aprender por lo menos tres lecciones.

1. DEBEMOS APRECIAR LA BONDAD DE DIOS

Debemos contar nuestras bendiciones. Aprendamos a no dar por sentados los beneficios naturales, capacidades, y deleites; aprendamos a darle gracias a Dios por todo. No menospreciemos la Biblia, ni el evangelio de Jesucristo, con una actitud ligera f hacia cualquiera de los dos. La Biblia nos muestra un Salvador que sufrió y murió con el objeto de que nosotros los pecadores pudiésemos ser reconciliados con Dios; el Calvario es la medida de la bondad de Dios; tomémoslo a pechos. Hagámonos la pregunta del salmista: "¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?" Procuremos tener la gracia suficiente para hacer nuestra su propia respuesta: "Tomaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre de Jehová. Oh Jehová, ciertamente soy yo tu siervo... A Jehová pagaré ahora mis votos. " (Sal. 116: 12ss).

2. DEBEMOS APRECIAR LA PACIENCIA DE DIOS

Pensemos en cómo nos ha aguantado, y nos sigue aguantando, cuando tanto de lo que hay en nuestra vida es indigno de él, y cuando hemos merecido que nos rechace sin contemplación. Aprendamos a maravillamos de su paciencia, y a buscar la gracia necesaria para imitada en nuestro trato con los demás; y procuremos en adelante no poner a prueba su paciencia.

3. DEBEMOS APRECIAR LA DISCIPLINA DE DIOS


El es tanto nuestro sustentador como, en último análisis, nuestro medio; todas las cosas vienen de él y hemos probado su bondad todos los días de nuestra vida. ¿Nos ha llevado esta experiencia al arrepentimiento, y a la fe en Cristo? Si no, estamos jugando con Dios, y estamos expuestos a la amenaza de su severidad. Pero si, ahora, él, en la frase de Whitefield, coloca espinas en nuestra cama, es con el único fin de despertamos del sueño de la muerte espiritual y para hacernos levantar para buscar su misericordia. O si somos verdaderos creyentes, y él todavía nos pone espinas en la cama, es con el único fin de impedir que caigamos en el sopor de la complacencia, y para asegurar que "permanezcamos en esa bondad", permitiendo que nuestro sentido de necesidad nos lleve constantemente a buscar su rostro en actitud de humillación y fe. Esta benévola disciplina, en la que la severidad de Dios nos toca por un momento en el contexto de su bondad, tiene como fin evitar que tengamos que afrontar todo el peso de su severidad sin dicho contexto. Se trata de una disciplina de amor, -y ha de ser aceptada en conformidad. "Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor" (Heb. 12:5). "Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos" (Sal. 119:71).