I
El príncipe Paris se
había llevado a la princesa Elena a Troya. La fuerza expedicionaria griega se
había embarcado con el fin de recuperada, pero se vio detenida a mitad de
camino por persistentes vientos contrarios. Agamenón, el general griego, mandó
traer a su hija y ceremonialmente la mató en sacrificio a fin de apaciguar a
los dioses, que evidentemente le eran hostiles. El recurso dio resultado; los
vientos del occidente volvieron a soplar, y la flota llegó a Troya sin mayores
dificultades.
Este incidente en la
leyenda guerrera de Troya, que data del 1000 A.C., refleja la idea de la
propiciación en que se basan las religiones paganas en todo el mundo y en todas
las épocas. El concepto es como sigue. Hay diversos dioses, ninguno de los
cuales disfruta del dominio absoluto, pero cada uno con cierta facultad de
hacer que la vida sea más fácil o más difícil. Su humor es uniformemente
imprevisible; se ofenden ante las cosas más insignificantes, o se ponen celosos
porque consideran que se les está prestando demasiada atención a otros dioses o
personas en detrimento de ellos, y se desquitan manipulando las circunstancias
en contra del ofensor. El único recurso a esa altura es seguidas la corriente y
aplacados ofreciendo un sacrificio. La regla con los sacrificios es la de que cuanto
mayor sea tanto mejor, por cuanto los dioses. Refieren algo más bien grande. En
esto son crueles e implacables; pero ellos tienen la ventaja, y, por lo tanto,
¿qué se puede hacer? El hombre sabio se inclina ante lo inevitable, y se
asegura de que ofrece algo lo suficientemente atractivo como para obtener el
resultado deseado. Los sacrificios humanos, en particular, resultan costosos
pero son efectivos. De modo que la religión pagana aparece como un
comercialismo insensible, cuestión de manejar y manipular a los dioses mediante
astutos sobornos; y, dentro del paganismo, la propiciación, el aplacamiento del
mal humor celestial, tiene su lugar como parte normal de la vida, una de las
muchas necesidades fastidiosas que no se pueden eludir.
Ahora bien; la Biblia
nos saca completamente de ese mundo que es la religión pagana. Condena al
paganismo de entrada, tomándolo como una distorsión monstruosa de la verdad. En
lugar de un núcleo de dioses hechos todos obviamente a la imagen del hombre, y
que se comportan como muchas de las estrellas de cine de Hollywood, la Biblia
coloca al único Dios todopoderoso, el único Dios real y verdadero, en el que
toda bondad y verdad tienen su fuente, y al que toda perversión moral resulta
aborrecible. En él no hay mal humor, ni capricho, ni vanidad, ni mala voluntad.
Podría suponerse, por ello, que no cabría en la religión bíblica la noción de
la propiciación.
Pero de ningún modo
encontramos esto: todo lo contrario. La idea de la propiciación -es decir, la
de conjurar el furor de Dios mediante el sacrificio- recorre toda la Biblia. En
el Antiguo Testamento dicha idea está en la base de los rituales establecidos
para "el sacrificio expiatorio", el "sacrificio por la
culpa", el día de la expiación (Lev. 4: 1-6:7;16); además, encuentra
expresión clara en relatos tales como el de Números l6:41ss, donde Dios amenaza
con destruir al pueblo por difamar su juicio sobre Coré, Datán, y Abiram:
"Y dijo Moisés a Aarón: Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y
sobre él pon incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por
ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha
comenzado. Entonces, Aarón hizo expiación por el pueblo... y cesó la
mortandad" (v.46).
En el Nuevo
Testamento el grupo de vocablos relacionados con la "propiciación" se
encuentra en cuatro pasajes de importancia tan trascendental que conviene que
nos detengamos a considerados a fondo.
EL PRIMERO es la clásica declaración de Pablo relativa a la
exposición razonada de la justificación de los pecadores por Dios. Pero ahora,
aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios la justicia de Dios por
medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay
diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es
en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su
sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su
justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe
de Jesús" (Rom: 3:22-26).
EL SEGUNDO es parte de la exposición en Hebreos relativa a la
exposición racional de la encarnación de Dios Hijo. "Convenía que en todo
fuese semejado a sus hermanos, a fin de que les fuese un sumo sacerdote
misericordioso y fiel, en lo perteneciente a Dios, para hacer propiciación por
los pecados del pueblo" (Heb. 2: 17, VM).
EL TERCERO es el testimonio de Juan sobre el ministerio
celestial de nuestro Señor. "Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos
para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros
pecados" (I Juan 2: 1).
EL CUARTO es la definición del amor de Dios que hace Juan.
"Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que
Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó a nosotros, y envió a su hijo en propiciación por nuestros pecados" (I
Juan 4: 8-10).
¿Tiene la palabra
"propiciación" algún lugar en nuestro cristianismo? En la fe
neotestamentaria ocupa un lugar central. El amor de Dios, el acto de hacerse
hombre el Hijo, el significado de la cruz, la intercesión celestial de Cristo,
y el camino de la salvación, se explican todos por ella, como lo demuestran los
pasajes transcriptos; y toda explicación en la que falte la noción de la
propiciación será incompleta; más todavía, conducirá al error, según los
cánones neotestamentarios. Al decir esto, nadamos en contra de la corriente de
buena parte de la enseñanza moderna, y condenamos de un solo trazo los puntos
de vista de un gran número de distinguidos dirigentes eclesiásticos del día de
hoy; pero esto no lo podemos evitar. Pablo dijo: "Mas si aun nosotros, o
un ángel del cielo, [cuanto más un ministro, obispo, profesor o maestro, o
algún conocido escritor] os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos
anunciado, sea anatema" ["Sea puesto bajo maldición", VP;
"sea maldito", Fuenterrabía] (Gál. 1:8). Y un evangelio sin
propiciación en su centro es otro evangelio, diferente del que predicaba Pablo.
Las implicaciones de esto no deben eludirse.
II
En algunos casos las
versiones castellanas han empleado la palabra expiación (o "sacrificio
expiatorio", "expiar") en lugar de propiciación. ¿Dónde está la
diferencia? La diferencia está en que expiación tiene la mitad del significado
de la propiciación. La expiación es una acción que tiene como su objeto el
pecado; denota el acto de esconder, cubrir, apartar, borrar el pecado [cf. aquí
la VP - N. del T.], de modo que no constituya ya una barrera para una amistosa
comunión entre el hombre y Dios. La propiciación, sin embargo, en la Biblia,
denota todo lo que significa la expiación, además de la consiguiente
pacificación de la ira de Dios. Así han sostenido, por lo menos, los eruditos
cristianos a partir de la Reforma, cuando estas cosas comenzaron a estudiarse
por primera vez con vigor; y lo mismo puede sostenerse convincentemente hoy
(Véase León Morris, The Apostolic Preaching of the cross. La predicación
apostólica de la cruz, pp. 125-285, para un ejemplo de ello). Pero en el
presente siglo una cantidad de investigadores, notablemente el DI. C. H. Dodd,
han redescubierto el punto de vista del unitario Socino del siglo dieciséis,
una perspectiva que ya había sido retornada hacia fines del siglo diecinueve
por Albrecht Ritschl, uno de los fundadores del liberalismo alemán, en el sentido
de que no hay en Dios tal cosa como furor ocasionado por el pecado humano, y en
consecuencia no hay necesidad alguna, ni posibilidad, de propiciación. Dodd se
ha esforzado en demostrar que el grupo de palabras relacionado con la
"propiciación" en el Nuevo Testamento no lleva en sí el sentido de
apaciguar el furor de Dios, sino que denota solamente el apartamento del
pecado, y que; por consiguiente, resulta más acertado traducir
"expiación".
¿Logra dicho autor
lo que se propone? No podemos entrar aquí en los tecnicismos de lo que
constituye esencialmente una disquisición entre eruditos; más, por lo que
pudiera valer, adelantamos aquí nuestro veredicto. Dodd, parece, ha demostrado
que este conjunto de palabras no significa más que "expiación", si el
contexto no requiere un significado más amplio; pero no ha demostrado que el
conjunto no puede significar "propiciación" en contextos donde se
requiere dicho significado. Esta es, no obstante, la cuestión crucial: en la
epístola a los Romanos (para referirnos al pasaje más claro y más obvio de
entre los cuatro) el contexto sí requiere el significado de
"propiciación" en 3:25.
Porque en Romanos 1:
18 Pablo prepara su escena para la declaración del evangelio afirmando que
"la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia
de los hombres". "La ira de Dios es dinámicamente y efectivamente
operativa en el mundo de los hombres, y por cuanto procede del cielo, el trono
de Dios, es que resulta así de activa" (John Murray, The Epistle to the
Romans. La epístola a los Romanos, tomo 1, pág. 34). En lo demás de Romanos 1
Pablo traza la actividad presente de la ira de Dios en el endurecimiento
judicial del hombre apóstata, expresada en la triple repetición de la frase
"Dios los entregó" (vv. 24, 26,28). Luego, en Romanos 2:1-16, Pablo
nos coloca ante la certidumbre del "día de la ira y de la revelación del
justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: a los que
no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia, tribulación y
angustia... en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los
hombres, conforme a mi evangelio" (vv. 5s, 8,16). En la primera parte de
Romanos 3 Pablo prosigue con el argumento para probar que todo hombre, tanto
judío como gentil, por estar "bajo pecado" (v. 9), está expuesto a la
ira de Dios, tanto en su manifestación presente como futura. Aquí tenemos, por
tanto, a todo hombre en su estado natural, sin el evangelio; la realidad
definitiva en su vida, esté consciente de ello o no, es el furor activo de
Dios. Pero ahora, dice Pablo, a todos aquellos que antes eran
"impíos" (4: 5) y "enemigos de Dios" 114
(5: 10), pero ahora
depositan su fe en Cristo Jesús, "a quien Dios puso como propiciación por
medio de la fe en su sangre", les son dados gratuitamente aceptación,
perdón, y paz. Y los creyentes saben que "mucho más, estando justificados'
ya en su sangre, por él seremos salvos de la ira" (5:9).
¿Qué ha ocurrido? La
ira de Dios contra nosotros, tanto presente como venidera, ha sido sofocada.
¿Cómo se operó esto? Mediante la muerte de Cristo. "Siendo enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (5: 10). La
"sangre" -es decir, la muerte expiatoria de Jesucristo- anuló la ira
de Dios contra nosotros, y aseguró el que su relación con nosotros habrá de ser
para siempre ya propicia y favorable. De allí en más, en lugar de aparecer
contrario a nosotros, habrá de manifestarse a favor de nosotros en nuestra vida
y nuestra experiencia. ¿Qué es lo que expresa, en consecuencia, la frase
"propiciación por medio de... su sangre"? Expresa, en el contexto de
la argumentación de Pablo, precisamente el siguiente pensamiento: que por su
muerte expiatoria a favor de nuestros pecados Cristo apaciguó la ira de Dios.
Cierto es que en la
generación anterior Dodd intentó eludir esta conclusión arguyendo que la ira de
Dios en Romanos es un principio cósmico e impersonal de retribución, en el que
la mente y el corazón de Dios hacia los hombres no encuentra verdadera
expresión; en otras palabras, la ira de Dios es un proceso externo a la
voluntad de Dios mismo. Pero ahora se admite en forma creciente que este
intento resultó ser un elegante fracaso. "Resulta inadecuado -escribe T.
V. G. Tasker- considerar al término ira meramente como una descripción del
"inevitable proceso de causa y efecto en un universo moral", o como
otra manera de hablar acerca de los resultados del pecado. Es una cualidad más
bien personal, sin la cual Dios dejaría de ser plenamente justo y su amor se
degeneraría hasta transformarse en sentimentalismo" (New Bible Dictionary
/Nuevo Diccionario Bíblico, ver bajo "Ira"). La ira de Dios es tan
personal, y tan potente, como lo es su amor; y, como el derramamiento de la
sangre del Señor Jesús fue la manifestación directa del amor de su Padre para
nosotros, así también fue la directa conjura de la ira de su Padre para con
nosotros.
III
¿Qué viene a ser esa
ira de Dios que fue propiciada en el Calvario? No es el furor caprichoso,
arbitrario, mal humorado y consentido que los paganos atribuyen a sus dioses.
No es el furor pecaminoso, resentido, malicioso, infantil que encontramos entre
los hombres. Es una función de esa santidad que le expresa en las demandas de
la ley moral de Dios ("Sed santos, porque yo soy santo"- 1 Pedo 1: 16)
y de esa justicia que se expresa en los actos divinos de juicio y recompensa.
"Conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago" (Heb.
10: 30). La ira de Dios es "la santa revulsión del ser de Dios contra
aquello que es' la contradicción de su santidad"; da como resultado
"una positiva: exteriorización del desagrado divino" (John Murray,
loco cit.). Y esto es ira justa -la reacción correcta de la perfección moral en
el Creador hacia la perversión moral en la criatura. Lejos de ser moralmente dudosa
la manifestación de la ira de Dios al castigar el pecado, lo que sería
realmente dudoso moral mente sería que él no mostrase su ira de este modo. Dios
no es justo -es decir, no obra del modo que es correcto, no hace lo que
corresponde que haga el juez- a menos que castigue como se lo merece todo lo
que sea pecado y obrar indigno. Dentro de un momento veremos a Pablo mismo
razonando sobre esta base.
IV
Notemos, a
continuación, tres hechos en relación con la propiciación, como la describe
Pablo.
1. LA PROPICIACIÓN ES OBRA
DE, DIOS MISMO
En el paganismo el
hombre propicia a sus dioses, y la religión se transforma en una especie de
comercialización y, más todavía, de soborno. En el cristianismo, empero, Dios
propicia su ira con su propia actuación. Dios puso a Cristo Jesús, dice Pablo,
como propiciación; envió a su Hijo, dice Juan, para ser la propiciación de
nuestros pecados. No fue el hombre, a quien Dios era hostil, el que tomó la
iniciativa para obtener la amistad de Dios, ni fue Cristo Jesús, el Hijo
eterno, quien tomó la iniciativa para volver la ira del Padre en amor. La idea
de que el bondadoso Hijo le hizo cambiar la actitud a su despiadado Padre,
ofreciéndose en lugar del hombre pecador, no tiene parte en el mensaje
evangélico, es un concepto sub-cristiano, más aun, anti-cristiano, porque niega
la unidad de la voluntad en el Padre y el Hijo y por ello pasa a ser en
realidad 'politeísmo, con su creencia en dos dioses diferentes. Pero la Biblia
elimina esta posibilidad totalmente al insistir en que fue Dios mismo quien
tomó la iniciativa cuando sofocó su propia ira contra aquellos a quienes, a
pesar de no merecido, amó y eligió para salvar.
La doctrina de la
propiciación es precisamente esto, que Dios tanto amó a los objetos de su ira
que dio a su propio Hijo con la mira de que él, por su sangre, hiciera
provisión para la remisión de su ira. Correspondía a Cristo resolver la
cuestión de la ira de modo que quienes Dios amó no volvieran a ser objeto de su
ira, y que el amor lograse su objetivo, consistente en hacer de los hijos de la
ira los hijos de la buena voluntad de Dios (John Murray, The Atonement. La
expiación, p. 15).
Tanto Pablo como
Juan afirman esto en forma explícita y enfática. Dios revela su justicia, dice
Pablo, no solamente por medio de la retribución y el juicio según la ley de
Dios, sino también "aparte de la ley", al declarar justos a los que
ponen su fe en Jesucristo. Todos han pecado, más son todos justificados
(absueltos, aceptados, rehabilitados, puestos en la debida relación con Dios)
en forma libre y gratuita (Rom. 3:21-24). ¿Cómo se lleva a cabo esto? "Por
gracia" (es decir, misericordia por oposición a mérito; amor para con los
que no aman ni, podría decirse, son dignos de ser amados). ¿En qué forma obra
la gracia? "Mediante la redención" (liberación por rescate) "que
es en Cristo Jesús". ¿Cómo es que, para quienes depositan su fe en él,
Cristo Jesús es la fuente, el medio, y la sustancia de la redención? Porque,
dice Pablo, Dios lo puso para ser propiciación. De esta iniciativa divina
surgen la realidad y la disponibilidad de la redención.
El amor entre
hermanos, dice Juan, es la semejanza familiar de los hijos de Dios; el que no
ama a los cristianos evidentemente no forma parte de la familia, por cuanto
"Dios es amor", y él comunica amor como parte de su naturaleza a
todos los que lo conocen (I Juan 4:7s). Pero "Dios es amor" es una
fórmula vaga; ¿cómo podemos formamos una idea cabal del amor que Dios quiere
reproducir en nosotros? "En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros,
en que Dios mandó a su Hijo unigénito... para que vivamos por él." Y esto
que Dios hizo no fue en reconocimiento de alguna devoción real de nuestra
parte, en absoluto. "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino que (en una situación en que nosotros no lo amábamos a él, y
no había en nosotros nada que lo moviera a hacer otra cosa que maldecimos y
desahuciamos por nuestra inveterada religiosidad] él nos amó a nosotros, y
envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados." Mediante esta
iniciativa divina, dice Juan, podemos conocer el sentido y la medida del amor
que tenemos que emular.
El testimonio de
ambos apóstoles a la iniciativa de Dios en la propiciación no podía ser menos
claro.
2. LA PROPICIACIÓN ES
PRODUCTO DE LA MUERTE DE JESUCRISTO
La palabra
"sangre", como lo indicamos más arriba, se refiere a la muerte
violenta que padecían los animales sacrificados según el pacto antiguo. Dios
mismo instituyó dichos sacrificios con mandamientos directos, y en Levítico 17:
11 explica por qué. "La vida de la carne en la sangre está, y yo os la he
dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre
hará expiación ... " Cuando Pablo nos dice que Dios puso a Jesús para ser
la propiciación "por su sangre", lo que quiere decir es que lo que
apagó la ira de Dios, y con ello nos redimió de la muerte, no fue la vida o las
enseñanzas de Jesús, ni su perfección moral, ni su fidelidad al Padre, como
tales, sino el derramamiento de su sangre al morir. Con los otros escritores del
Nuevo Testamento Pablo señala la muerte de Jesús como el acto expiatorio, y
explica la expiación en términos de sustitución representativa -en la que el
inocente toma el lugar del culpable, en el nombre del culpable y por su bien,
bajo el hacha del castigo judicial de Dios. Para ilustrar esto podemos citar
dos pasajes.
"Cristo nos
redimió de la maldición de la ley." ¿Cómo? "Hecho por nosotros
maldición" (Gal. 3: 13). Cristo llevó la maldición de la ley que era para
nosotros, para que no tuviésemos que llevada nosotros. Esto es sustitución
representativa.
"Uno murió por
todos", y en la muerte de Jesús Dios estaba "reconciliando consigo al
mundo". ¿Qué envuelve esta reconciliación? "No tomándoles en cuenta a
los hombres sus pecados", sino haciendo que en Cristo fuesen "hechos
justicia de Dios", vale decir, aceptados como justos por Dios. ¿Cómo se
logra esto de que no se les tome en cuenta sus pecados? Imputando los pecados a
otro, quien soportó las consecuencias. "Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado". De este modo surge que fue en sacrificio por los
pecadores, sufriendo la pena de muerte en su lugar, que "uno murió por
todos" (II Coro 5: 14,18-21). Esto es sustitución representativa.
La sustitución
representativa, como forma y medio de expiación, fue enseñada típicamente por
el sistema de sacrificios instituido por Dios en el Antiguo Testamento. Allí,
al animal perfecto que iba a ser ofrecido por el pecado se lo constituía
simbólicamente en representante, para lo cual el pecador ponía su mano sobre la
cabeza del animal identificando de este modo al animal consigo y a sí mismo con
el animal (Lev. 4: 4,24; 29: 33); luego este era muerto como sustituto del
oferente y la sangre era rociada "delante de Jehová" y aplicada a uno
de los altares, o a los dos, en el santuario (vv. 6s, l7s, 25,30), como señal
de que se había cumplido la expiación, conjurando la ira y restaurando la
comunión. En el día anual de expiación se utilizaban dos machos cabríos: uno
era muerto como sacrificio por el pecado en la forma acostumbrada, y el otro,
luego de que el sacerdote hubiese puesto sus manos sobre la cabeza del animal y
puesto los pecados de Israel "sobre la cabeza" del animal mediante la
confesión de los mismos, era enviado al desierto para que llevara "sobre
sí todas las iniquidades de ellos a tierras inhabitadas" (Lev. 16:21s).
Este doble ritual enseñaba una sola lección: que mediante el sacrificio de un
sustituto representativo se conjura la ira de Dios y se trasladan los pecados a
un lugar fuera de la vista, de modo que no vuelvan a perturbar la relación del
individuo con Dios. El segundo macho cabrío (la víctima propiciatoria) ilustra
lo que, según el tipo, se lograba mediante la muerte del primer macho cabrío.
Dichos rituales constituyen el trasfondo inmediato de la enseñanza de Pablo
sobre la propiciación: es el cumplimiento del sistema de sacrificios del
Antiguo Testamento lo que proclama Pablo.
3. LA PROPICIACIÓN
MANIFIESTA LA JUSTICIA DE DIOS
Lejos de poner en
tela de juicio la moralidad del método divino para resolver la cuestión del
pecado, dice Pablo, la doctrina de la propiciación la establece, y justamente
tenía como fin explícito el establecerla. Dios puso a su Hijo como propiciación
de su propia ira "para manifestar su justicia... a fin de que él sea el
justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús". La palabra
"puso" implica una exhibición pública. Lo que Pablo quiere significar
es que el espectáculo público de la propiciación, en la cruz, fue una
manifestación pública, no sólo de misericordia justificante de parte de Dios,
sino de justicia como base de esa misericordia justificante.
Tal manifestación se
hacía necesaria, dice Pablo, "a causa de haber pasado por alto, en su
paciencia, los pecados pasados". Lo que importa aquí es que aun cuando los
hombres eran, y lo habían sido desde tiempos inmemorables, tan malos como los
pinta Romanos 1, Dios no se había propuesto en ningún momento desde el diluvio
darle públicamente a la raza lo que se merecía. Si bien los hombres no habían
sido en nada mejores desde el diluvio, de lo que fueron sus padres antes del
mismo, Dios no había reaccionando ante su impenitencia, su irreligiosidad, y
desobediencia con actos públicos de providencia adversa. En cambio de ello
había obrado "haciendo bien, dándonos lluvia... y tiempos fructíferos,
llenando de sustento y de alegría nuestros corazones" (Hech. 14: 17). Este
"pasar por alto" de los pecados "en su paciencia" no era,
desde luego, perdón, sino postergación del juicio solamente; no obstante,
sugiere una pregunta. Si, como ocurre, los hombres hacen lo malo, y el Juez de
toda la tierra sigue haciéndoles el bien, ¿puede él seguir preocupándose de la
moralidad y la santidad, la distinción entre el -bien y el mal en la vida de
sus criaturas, como parecía preocuparse anteriormente, y como parecería
requerirlo la justicia perfecta? Más aun, si permite que los pecadores sigan
sin castigo, ¿no podría decirse acaso que está lejos de ser perfecto en el
cumplimiento de su oficio de Juez de todo el mundo?
Pablo ya ha
contestado la segunda parte de esta pregunta con su doctrina del "día de
la ira y del justo Juicio" en Romanos 2: 1-6. Aquí responde a la primera
parte, diciendo en efecto que, lejos de no importarle a Dios las cuestiones
morales, y la justa retribución del mal obrar, a Dios le preocupan tanto estas
cosas que no perdona -aun más, nos parece que Pablo diría rotundamente que no
puede perdonar- a los pecadores, ni justifica a los incrédulos, salvo sobre la
base de la justicia que se manifiesta en la retribución. Nuestros pecados ya
han sido castigados; la rueda de la retribución ya ha girado; el juicio ya ha
sido desencadenando sobre nuestra impiedad- pero cayó sobre Jesús, el cordero
de Dios, que ocupó nuestro lugar. De este modo Dios es justo -y además el que
justifica a los que depositan su fe en Jesús, "el cual fue entregado por
nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (4: 25).
De modo que la
justicia de Dios Juez, que se declara en forma tan vívida en la doctrina de la
ira divina en la primera parte de la carta de Pablo, vuelve a declararse en la
doctrina paulina sobre el modo en que esa ira divina fue conjurada. Resulta
vitalmente importante para su argumentación demostrar que las doctrinas de la
salvación y de la condenación manifiestan ambas la esencial justicia
retributiva inherente al carácter divino. En cada caso -la salvación de los que
se salvan, y la condenación de los que se pierden- se produce la retribución;
se inflige castigo; Dios es justo, y la justicia se cumple.
V
Lo que hemos dicho
hasta aquí puede re sumirse del siguiente modo. El evangelio nos dice que
nuestro Creador es ahora nuestro Redentor. Anuncia que el Hijo de Dios se ha
hecho hombre para nosotros los hombres y nuestra salvación, y ha muerto en la
cruz para salvamos del juicio eterno. La descripción básica de la muerte
salvante de Cristo en la Biblia es que se trata de una propiciación, es decir,
aquello que sofocó la ira de Dios contra nosotros borrando nuestros pecados de
su vista. La ira de Dios es su justicia reaccionando con la injusticia; ella se
muestra en la justicia retributiva. Pero Cristo Jesús nos ha protegido de la
alucinadora perspectiva de la justicia retributiva haciéndose nuestro sustituto
representativo, en obediencia a la voluntad de su Padre, y recibiendo el pago
de nuestro pecado en nuestro lugar. De este modo se ha hecho justicia, por
cuanto los pecados de todos los que alguna vez serán perdonados fueron juzgados
y perdonados en la persona de Dios Hijo, y es sobre esta base que ahora se nos
ofrece perdón a nosotros los que hemos ofendido. El amor redentor y la justicia
retributiva unieron sus manos, por decirlo así, en el Calvario, porque allí
Dios se mostró "justo, y el que justifica al que es de la fe de
Jesús"
-¿Entendemos esto?
En caso afirmativo hemos penetrado hasta el corazón mismo del evangelio
cristiano. Ninguna versión de dicho mensaje va más profunda que aquella que
declara que el problema fundamental del hombre ante Dios es su pecado, pecado
que despierta la ira, y que la provisión básica de Dios para el hombre es la
propiciación, propiciación que surgiendo de la ira produce paz. En verdad,
algunas versiones del evangelio son dignas de censura porque jamás llegan a
este nivel.
Todos habremos oído
presentaciones del evangelio como si fuese la respuesta triunfante de Dios para
los problemas humanos -problemas de relación del hombre consigo mismo, con sus
semejantes, y con su medio. Bien es cierto que el evangelio aporta soluciones
para dichos problemas, pero lo hace resolviendo primero un problema más
profundo -el más profundo de los problemas humanos, el problema de la relación
del hombre con su Hacedor; y a menos que dejemos bien en claro que la solución
de aquellos problemas depende de que resolvamos primeramente el problema básico,
falseamos el mensaje y somos testigos falsos de Dios; porque una media verdad
presentada como si fuera toda la verdad se transforma por ese mismo hecho en
una falsedad. Ningún lector del Nuevo Testamento puede dejar de ver que sus
escritores conocen perfectamente todos nuestros problemas humanos -temor,
cobardía moral, debilidad corporal y mental, soledad, inseguridad,
desesperanza, desesperación, crueldad, abuso de poder, y todo lo demás-, pero
de la misma manera ningún lector del Nuevo Testamento puede perder de vista el
hecho de que, de un modo u otro, todos esos problemas tienen su origen en el
problema fundamental que es el pecado contra Dios. Por pecado el Nuevo
Testamento no entiende los errores sociales o los fracasos, en primera
instancia, sino la rebelión contra el Dios Creador, el desafío a su soberanía,
el apartamento de él, y la consiguiente culpabilidad ante él; y el pecado, dice
el Nuevo Testamento, es el mal principal del cual necesitamos ser liberados;
justamente, para salvamos de él murió Cristo. Todo lo que ha andado mal en la
vida humana entre hombre y hombre es, en última instancia, debido al pecado; y
nuestra situación actual, la de estar en malas relaciones con nosotros mismos y
con nuestros semejantes, no puede ser remediada mientras no hayamos arreglado
nuestra situación con Dios.
La falta de espacio
nos impide embarcamos aquí en una demostración de que el tema del pecado, el de
la propiciación, y el del perdón, constituyen los aspectos estructurales
básicos del evangelio neotestamentario; mas si nuestros lectores quisieran
repasar atentamente Romanos 1-5, Gálatas 3, Efesios 1-2, Hebreos 8-10, 1 Juan
1-3, y los sermones en Hechos, creemos que encontrarán que no cabe duda alguna
en cuanto a esto. Si surgiera un interrogante sobre la base de que la palabra
"propiciación" sólo aparece en el Nuevo Testamento cuatro veces, la
respuesta es que el concepto de la propiciación aparece constantemente.
Algunas veces la
muerte de Cristo se describe como reconciliación, o la concertación de la paz
luego del odio y la guerra (Rom. 5: 10; II Coro 5: 18ss; Col. 1:20ss); a veces
se la describe como redención, o liberación por rescate del peligro y la
cautividad (Rom. 3:24; Gal. 3: 13; 4:5; 1 Pedo 1: 18, Apo. 5: 9); otras veces
se la pinta como un sacrificio (Efe. 5:2; Heb. 9 - 10: 18), como un acto de
entrega voluntaria (Gal. 1: 4; 2: 20; 1 Tim. 2: 6), de cargar con el pecado
(Juan 1: 29; 1 Pedo 2: 24; Heb. 9: 28), y de derramamiento de sangre (Mar.
14:24; Heb. 9:14; Apo. 1:5). Todos estos aspectos tienen que ver con la idea de
quitar el pecado y la restauración de una comunión franca entre el hombre y
Dios, como lo demuestra la lectura de los versículos mencionados; y todos ellos
tienen como su trasfondo la amenaza del juicio divino, juicio que fue conjurado
por la muerte de Jesús. En otras palabras, son otras tantas figuras e
ilustraciones de la realidad de la propiciación, vista desde distintos puntos
de vista. Es falaz imaginar, como lo hacen muchos investigadores
lamentablemente, qué esa variedad de lenguaje deba significar al mismo tiempo
variación en el pensamiento.
A esta altura
debemos agregar una consideración más. No es solamente que la doctrina de la
propiciación nos lleve al corazón del evangelio neotestamentario; también nos
conduce a una posición ventajosa desde la cual podemos ver lo fundamental de
muchas otras cosas. Cuando estamos en la cumbre de una montaña, podemos ver
toda la campiña alrededor, y disfrutamos de una amplitud de visión que resulta
imposible desde cualquier otro punto en la zona. De igual manera, cuando hemos
dominado la doctrina de la propiciación, podemos ver toda la Biblia en
perspectiva, y estamos en posición de medir cuestiones vitales que no pueden
comprenderse adecuadamente en ninguna otra condición. En lo que sigue, hemos de
tocar cinco de dichas cuestiones: la fuerza motriz en la vida de Jesús; el
destino de aquellos que rechazan a Dios; el don de la paz con Dios; las
dimensiones del amor de Dios; y el significado de la gloria de Dios.
VI
PENSEMOS PRIMERO, entonces, en la fuerza motora en la vida de Jesús.
Si dedicamos una hora a leer enteramente el evangelio según Marcos (un
ejercicio sumamente provechoso:' encarecemos al lector que lo haga aquí y
ahora), obtenemos una impresión de Jesús que incluye por lo menos cuatro
aspectos.
La impresión básica
será la de un hombre de acción: un hombre que está siempre en movimiento,
invariablemente modificando situaciones y provocando cosas, obrando milagros;
llamando y formando discípulos; desbaratando errores que pasaban por verdades,
y la irreligiosidad que pasaba por piedad; y, finalmente, dirigiéndose
directamente y con los ojos abiertos hacia la traición, la condenación, y la
crucifixión, una especie de antojadiza secuencia de irregularidades sobre las
que nos queda, del modo más extraño, la impresión de que él mismo las
controlaba en todo momento.
La impresión
siguiente será la de un hombre que se sabía persona divina (Hijo de Dios), que
cumplía un papel mesiánico (Hijo del Hombre). Marcos nos muestra claramente que
cuanto más se entregaba Jesús a sus discípulos, tanto más tremendamente
enigmático lo encontraban; cuanto más próximos estaban a él, tanto menos lo
entendían. Esto suena paradójico, pero es estrictamente cierto, porque a medida
que aumentaba su intimidad con él se acercaban más a la comprensión que él
tenía de sí mismo como Dios y Salvador, y esto es algo a lo cual ellos no le
veían pie ni cabeza. Pero esa singular autoconciencia doble de Jesús,
confirmada por la voz de su Padre desde el cielo en el bautismo y la
transfiguración (Mar. 1:11; 9:7), surgía constantemente. Basta pensar, de una
parte, en la pasmosa naturalidad con la que asumía autoridad absoluta en todo
lo que decía y hacía (Véase 1: 22,27; 14: 27 -33), Y por otra, su respuesta a
la doble pregunta del sumo sacerdote durante su proceso judicial: "¿Eres
tú el Cristo [Mesías, el Rey-salvador de Dios], el Hijo del Bendito [persona
sobrenatural y divina]?" - a lo cual Jesús respondió categóricamente:
"Yo soy" (14:61s).
A continuación
nuestra impresión será la de un ser cuya misión mesiánica se centraba en el
hecho de que sería entregado a la muerte un ser que se estaba preparando
conscientemente y sin distracciones de este modo mucho antes de que la idea de
un Mesías sufriente fuera captada por nadie. Cuatro veces por lo menos, después
de que Pedro lo hubiera saludado como el Cristo en Cesárea de Filipo, Jesús
predijo que habría de ser muerto y que resucitaría, aunque sin que los
discípulos pudieran comprender lo que les decía (8:31, cf. v. 34s; 9:9; 9:31; 10:33s).
En otras ocasiones hablaba del hecho de su muerte como algo seguro (12:8; 14:
18ss), algo predicho ya en la Escritura (14:21,49), y algo que habría de
conquistar para muchos una trascendental relación con Dios. "El Hijo del
Hombre... vino para dar su vida en rescate por muchos" (10: 45).
"Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada"
(14:24).
La impresión final
será la de un ser para el cual esta experiencia de la muerte fue la más
tremenda prueba. En Getsemaní "comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y
les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte" (14:34). La gran
ansiedad manifestada en su oración (para la que "se postró en tierra"
en lugar de arrodillarse o quedarse en pie) era índice del rechazo y la desolación
que sentía al contemplar lo que le esperaba. Jamás sabremos hasta qué punto se
habrá sentido tentado a decir amén después de la expresión "aparta de mí
esta copa", más bien que agregar "mas no lo que yo quiero, sino lo
que tú" (14: 36). Luego, en la cruz, Jesús evidenció que se encontraba en
oscuridad interior cuando exclamó ante su soledad: "Dios mío, ¿por qué me
has desamparado?" (15:34).
¿Cómo podemos
explicar la creencia de Jesús en la necesidad de su muerte? ¿Cómo podemos dar
cuenta del hecho de que lo que lo empujaba durante su ministerio público, como
lo afirman los cuatro evangelios, era la convicción de que debía ser muerto? ¿Y
cómo podemos explicar el hecho de que, mientras que los mártires como Esteban
afrontaban la muerte con gozo, y hasta Sócrates, el filósofo pagano, bebió la
cicuta y murió sin estremecerse, Jesús el siervo perfecto de Dios, que jamás
había demostrado anteriormente el menor temor hacia el hombre, ni dolor, ni
sentido de pérdida, en el Getsemaní parecería estar muerto de miedo, y en la cruz
se declaró abandonado por Dios? "Jamás hombre alguno temió a la muerte
como este hombre", comentó Lutero. ¿Por qué? ¿Qué significa esto?
Quienes ven en la
muerte de Jesús nada más que un trágico accidente, en nada diferente
esencialmente de la muerte de cualquier otro hombre condenado falsamente, no
pueden sacar nada en limpio de todos estos hechos. El único curso que les
queda, sobre la base de sus principios, es el de suponer que Jesús tenía en su
ser un mórbido rasgo de timidez que de tanto en tanto lo traicionaba: primero,
induciendo en su ánimo una especie de deseo de morir, y luego abrumándolo con
el pánico y la desesperación cuando llegó el momento de la muerte. Pero como
Jesús fue resucitado de la muerte, y en el poder de su vida resucitada siguió enseñándoles
a sus discípulos que su muerte había sido una necesidad (Luc. 24:26s), esta así
llamada explicación pareciera ser tanto absurda como penosa. Con todo, quienes
niegan la realidad de la expiación no tienen nada mejor que decir.
Más, si relacionamos
los hechos en cuestión con la enseñanza apostólica acerca de la propiciación,
las cosas se aclaran de inmediato. "¿Acaso no podemos argumentar",
preguntaba James Denney, "que estas experiencias de temor mortal y de
desamparo son de una pieza con el hecho de que, en su muerte y en la agonía del
Getsemaní, por los que aceptó esa muerte como la copa que su Padre le había
dado que bebiese, Jesús estaba cargando sobre sí los pecados del mundo,
aceptando que se lo contase entre los transgresores, e incluso llegando a
serlo?" (The Death of Christ. La muerte de Cristo, ed. 1911, p. 46). Si a
Pablo o a Juan se le hubiese hecho esta pregunta no cabe duda alguna de lo que
hubieran contestado. Jesús tembló en el Getsemaní porque iba a ser hecho
pecado, e iba a recibir el juicio de Dios por el pecado; y fue porque
efectivamente sufrió el juicio que se declaró abandonado por Dios en la cruz.
La fuerza motora en la vida de Jesús era su decisión de hacerse "obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil. 2:8), y el carácter único y
tremendo de su muerte radica en el hecho de que gustó en el Calvario la ira de
Dios que nos correspondía a nosotros; pero de este modo hizo propiciación por
nuestros pecados. Siglos antes ya lo había declarado Isaías. "Le tuvimos
por herido de Dios...; el castigo de nuestra paz fue sobre él...; Jehová cargó
en él el pecado de todos nosotros; por la rebelión de mi pueblo fue herido con
todo eso, Jehová quiso quebrantarlo; cuando haya puesto su vida en expiación
por el pecado... verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará
satisfecho" (Isa. 53:4-10).
¡Oh Cristo, qué
cargas te hicieron inclinar la cabeza! Nuestra carga fue depositada sobre ti;
tú ocupaste el lugar del pecador, llevaste todas mis enfermedades por mí.
Llevado como
víctima, tu sangre fue derramada; ahora ya no hay carga para mí. El Santo
escondió su rostro, oh Cristo, ese rostro fue escondido de ti: la muda
oscuridad envolvió tu alma por un momento, esa oscuridad nacida de mi culpa.
Pero ahora ese rostro de gracia radiante brilla y me da a m í la luz. Hemos
discurrido en extenso en esto, dada su importancia para comprender los hechos
básicos del cristianismo; las secciones que siguen no necesitan ser tan largas.
VII
PENSEMOS, EN SEGUNDO lugar, en el destino de los que rechazan a Dios. Los
universalistas suponen que la clase de personas mencionadas en este
encabezamiento terminará finalmente por no tener miembros; pero la Biblia
indica lo contrario. Las decisiones que se toman en esta vida tienen
consecuencias eternas. "N o os engañéis [como ocurriría si hicieseis caso
a los universalistas]; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará" (Gal. 6:7). Aquellos que en esta vida
rechazan a Dios serán rechazados para siempre por Dios. El universalismo es la
doctrina de que, entre otros, Judas será salvo; pero Jesús no creyó así.
"A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de
aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese
hombre no haber nacido" (Mar. 14: 21). ¿Cómo hubiera podido decir esas
últimas palabras Jesús si pensaba que en última instancia Judas iba a ser
salvo?
Algunos, por lo
tanto, tendrán que afrontar una eternidad en el destierro. ¿Cómo podemos
comprenderlo que se acarrean para sí dichas personas? Desde luego que no
podemos formamos ninguna idea acertada del infierno, como tampoco podemos
hacerlo del cielo, y sin duda es mejor que no podamos; pero quizá la noción más
clara que podamos formarnos es la que se deriva de la contemplación de la cruz.
En la cruz, Dios
juzgó nuestros pecados en la persona de su Hijo, y Jesús soportó los resultados
de la acción retributiva correspondiente a nuestro mal obrar. Contemplemos la
cruz, por lo tanto, y veremos cómo será en definitiva la reacción judicial de
Dios para con el pecado de la humanidad. ¿Cómo será? En una palabra, retiro del
bien y anulación de sus efectos. En la cruz Jesús perdió todo el bien que tuvo
antes: todo sentido de la presencia y el amor de Dios, todo sentido de
bienestar físico, mental, y espiritual, todo disfrute de Dios y de las cosas
creadas, todo lo agradable y reconfortante de las amistades, le fueron
retirados, y en su lugar no quedó sino soledad, dolor, y un tremendo sentido de
la malicia y la insensibilidad humanas, y el horror de una gran oscuridad
espiritual. El dolor físico, si bien grande (porque la crucifixión sigue siendo
la forma más cruel de ejecución judicial que el mundo haya conocido), era, no
obstante, una parte pequeña de su agonía; los sufrimientos principales de Jesús
fueron mentales y espirituales, y lo que estaba contenido en un lapso de menos
de cuatrocientos minutos era en sí mismo una eternidad, como bien lo saben los
que sufren mentalmente.
Así, también, los
que rechazan a Dios tienen que prepararse- para el momento en que se verán
desprovistos de todo bien, y la mejor forma de hacerse una idea de lo que será
la muerte eterna es la de considerar este hecho. En la vida corriente, jamás
notamos todo el bien de que disfrutamos, como consecuencia de la gracia común
de Dios, hasta que nos vemos privados de ella. Jamás valoramos la salud, o
condiciones seguras de vida, o la amistad y el respeto de los demás, como
debiéramos hacerla, hasta que los perdemos. 123
El Calvario nos
muestra que bajo el juicio final de Dios nada podremos retener de lo que
hayamos valorado, o pudiéramos valorar; nada de lo que podamos llamar bueno. Es
un pensamiento terrible, pero podemos estar seguros de que la realidad es más
terrible aun. "Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido... “Que Dios
nos ayude a aprender esta lección, lección que el espectáculo de la
propiciación mediante la sustitución penal en la cruz nos enseña tan
claramente, y que al final cada cual sea hallado en Cristo, con los pecados
cubiertos por su sangre.
VIII
TERCERO, PENSEMOS en el don de la paz de Dios. ¿Qué es lo que nos
ofrece el evangelio de Dios? Si decimos "la paz de Dios" no habrá
objeción, ¿pero entenderán todos? ¡El empleo de las palabras adecuadas no
garantiza que se entiendan bien! Con harta frecuencia se piensa que la paz de
Dios fuera esencialmente un sentimiento de tranquilidad interior, alegre y
despreocupada, que nace del conocimiento de que Dios nos va a proteger de los
golpes más duros de la vida. Pero esto es falso, porque, por una parte, Dios no
proporciona a sus hijos un lecho de rosas de esta manera, y el que así piensa
se llevará un chasco; y, por otra, lo que resulta básico y esencial para la paz
de Dios no entra para nada que ver con este concepto. Las realidades que este
concepto de la paz de Dios busca (aunque las falsea, como hemos dicho) son las
de que la paz de Dios proporciona tanto el poder para enfrentar las propias
bajezas y fracasos, y aprender a vivir con ellos, como también la aceptación de
"las hondas y flechas de la fortuna desaforada" (para lo cual la
denominación cristiana es la sabia providencia de Dios). La realidad que esta
noción ignora es la de que el ingrediente básico de la paz de Dios, sin el cual
las demás no pueden existir, es el perdón y la aceptación en el pacto, es
decir, adopción en la familia de Dios. Pero donde no se proclama este cambio de
relación con Dios -de la hostilidad a la amistad, de la ira a la plenitud del
amor, de la condenación a la justificación- tampoco se está proclamando
verazmente el evangelio de la gracia. La paz de Dios es, primero y
principalmente, paz con Dios; es el estado de cosas en que Dios, en lugar de
estar contra nosotros, está por nosotros. Ninguna relación de la paz de Dios
que no comience por allí puede hacer sino daño. Una de las miserables ironías
de nuestro tiempo es la de que, mientras los teólogos liberales y
"radicales" creen que están re-descubriendo el evangelio para hoy, en
su mayor parte han rechazado las categorías de la ira, la culpa, la
condenación, y la enemistad de Dios, y de este modo no pueden presentar jamás
el evangelio, porque ya no pueden proclamar el problema básico que el evangelio
de la paz resuelve.
La paz de Dios, por
lo tanto, es primaria y fundamentalmente, una nueva relación de perdón y
aceptación, y la fuente de la cual proviene es la propiciación. Cuando Jesús
llegó a donde estaban sus discípulos en el aposento alto, al atardecer del día
de la resurrección, les dijo: "Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho
esto, les mostró las manos y el costado" (Juan 20: 19s). ¿Por qué hizo
eso? No solamente para establecer su identidad sino para recordarles la muerte
propiciatoria en la cruz mediante la cual había hecho la paz para ellos ante el
Padre. Habiendo sufrido en lugar de ellos, como su sustituto, para lograr la
paz para ellos, ahora volvía en el poder de su resurrección para traerles esa
paz. "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." Es
aquí o sea, en el reconocimiento de que -mientras que nosotros por naturaleza
estamos de punta con Dios, y Dios con nosotros- Jesús ha hecho "la paz
mediante la sangre de' su cruz" (Col. 1: 20), donde comienza el verdadero
conocimiento de la paz de Dios.
IX
PENSEMOS, EN CUARTO lugar, en las dimensiones del amor de Dios. Pablo
ora pidiendo que los lectores de su carta a los Efesios sean "plenamente
capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la
profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento" (Efe. 3: 18s). El toque de incoherencia y de paradoja en su
lenguaje refleja el sentido que tenía Pablo de que la realidad del amor divino
es inexpresablemente grande; con todo, piensa que alguna medida de comprensión
del mismo puede alcanzarse. ¿Cómo? La respuesta en Efesios es esta: considerar la
propiciación en su contexto, vale decir, todo el plan de la gracia como aparece
en los primeros dos capítulos de la carta (elección, redención, regeneración,
preservación, glorificación), en cuyo plan el sacrificio expiatorio de Cristo
ocupa el lugar central. Véanse las referencias clave a la redención y la
remisión de pecados, y el acercamiento a Dios de los que estaban lejos,
mediante la sangre (sacrificio de muerte) de Cristo (1: 7; 2: 13). Véase
también la enseñanza del capítulo 5, la que dos veces señala el sacrificio
propiciatorio de Cristo como demostración y medida de su amor por nosotros, ese
amor que hemos de imitar en nuestro trato con los demás. "Andad en amor,
como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio
a Dios en olor fragante" (v. 2). "Maridos, amad a vuestras mujeres,
así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella" (v.
25). El amor de Cristo fue gratuito, no fue resultado de ninguna bondad en
nosotros ( 2: 1); fue eterno, siendo uno con la elección de los pecadores, para
salvar a los cuales el Padre "los escogió en él antes de la fundación del
mundo" (1:4); fue sin reservas, porque condujo al Señor a las
profundidades de la humillación, y, más todavía, a las profundidades del infierno
mismo, en el Calvario; y fue soberano, por cuanto ha logrado lo que se
proponía: la gloria final de los redimidos, su perfecta santidad y felicidad en
la fruición de su amor (cf. 5:25-27), están ya garantizadas y aseguradas (cf.
1:14; 2:7ss; 4: 30; 4: 11-16). Mediten en estas cosas, urge Pablo, si quieren
obtener una vista, por borrosa que sea, de la grandeza y la gloria del amor
divino. Son estas cosas las que conforman "la gloria de su gracia"
(1: 6); solamente aquellos que las conocen pueden alabar el nombre del trino
Dios como corresponde. Y esto nos lleva al último punto.
X
PENSEMOS, FINALMENTE, en el significado de la gloria de Dios. En el
aposento alto, después de que Judas hubo salido a la oscuridad de la noche para
traicionado, Jesús dijo: "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios
es glorificado en él" (Juan 13:31). ¿Qué quiso decir? "Hijo del
Hombre" era su nombre en la función de Rey-Salvador que antes de ser
entronizado debía cumplir lo que profetizó Isaías 53; y cuando habló de la
glorificación del Hijo del Hombre en ese momento, y de la glorificación de Dios
en él, estaba pensando específicamente en la muerte expiatoria, en el "ser
levantado" en la cruz, lo cual Judas había ido a precipitar. ¿Alcanzamos a
ver la gloria de Dios en su sabiduría, poder, justicia, verdad, y amor,
exhibidos en forma suprema en el Calvario, en el acto de hacer propiciación por
nuestros pecados? La Biblia sí la ve; y nos atrevemos a agregar que si
sintiésemos la carga y la presión de nuestros propios pecados en su real
dimensión, nosotros también la veríamos. En el cielo, donde estas cosas se
comprenden mejor, los ángeles y los hombres se unen para alabar al
"Cordero que fue inmolado" (Apo. 5: 11ss; 7:9ss). Aquí en la tierra
quienes por la gracia se han constituido en realistas espirituales hacen lo
propio.
Soportando la
vergüenza y desestimando el vituperio fue condenado en mi lugar; selló mi
perdón con su sangre: ¡Aleluya! ¡Qué salvador! ...Dejó el trono de su Padre en
el cielo, tan gratuita, tan infinita su gracia; se vació de todo menos el amor
y sangró por la impotente raza de Adán. ¡Asombroso amor! ¿Cómo puede ser? ¡Pues
me encontró, oh Dios, a mí ...Si tú has procurado mi libertad, y soportado
gratuitamente en mi lugar la plenitud de la ira divina, Dios no puede exigir
dos veces el pago, primero de la mano de mi ensangrentado fiador, y luego
nuevamente la mía. Vuélvete luego, mi alma, a tu descanso; los méritos de tu
gran Sumo Sacerdote han comprado tu libertad. Confía en su sangre eficaz, y no
temas que seas expulsado por Dios, ¡porque Jesús murió por ti!
Estas son las
canciones de los herederos del cielo, aquellos que han visto "la
iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz [es decir, la
persona, el ministerio, la obra terminada] de Jesucristo" (II COL 4:6).
Las buenas nuevas
del amor redentor y de la misericordia propiciatoria, que es lo que constituye
la médula del evangelio, los estimula a alabar incesantemente. ¿Estamos
nosotros entre ellos?