I
Nuestra palabra
"majestad" viene del latín; significa grandeza. Cuando le conferimos
majestad a alguien, estamos reconociendo grandeza en su persona, y haciendo
conocer nuestro respeto por ella: como, por ejemplo, cuando hablamos acerca de
Su Majestad la Reina.
Ahora bien,
"majestad" es un vocablo que en la Biblia se emplea para expresar el
concepto de la grandeza de Dios, nuestro Hacedor y Señor. "Jehová reina;
se viste de majestad. Firme es tu trono desde la antigüedad (Sal. 93: 1 s.,
VM). "Yo meditaré en la hermosura de la gloria de tu majestad, y en tus obras
maravillosas" (Sal. 145: 5). Pedro, al recordar la gloria real de Cristo
en la transfiguración, dice, "habiendo visto con nuestros propios ojos su
majestad" (II Pedo 1: 16). En Hebreos, la frase "la Majestad" se
usa dos veces con el sentido de "Dios"; Cristo, se nos informa,
cuando ascendió se sentó "a la diestra de la Majestad en las
alturas", "a la diestra del trono de la Majestad en los cielos"
(Heb. 1: 3; 8: 1). La palabra "majestad", cuando se aplica a Dios,
constituye siempre una declaración de su grandeza y una invitación a la
adoración. Lo mismo es cierto cuando la Biblia habla de que Dios está "en
las alturas" y "en los cielos"; la idea aquí no es la de que
Dios está separado de nosotros por una gran distancia espacial, sino de que está
muy por encima de nosotros en grandeza, y que por lo tanto es motivo de
adoración. "Grande es J Jehová, y digno de ser en gran manera
alabado" (Sal. 48: 1). "Jehová es Dios grande, y Rey grande... Venid,
adoremos y postrémonos" (Sal. 95:3,6). El instinto cristiano de confiar y
adorar recibe un poderoso estímulo ante el conocimiento de la grandeza de Dios.
Pero se trata de
conocimiento que en buena medida está ausente para muchos cristianos: y esta es
una de las razones que hacen que nuestra fe sea tan débil y nuestro culto tan
flojo. Nosotros somos modernos, y los hombres de esta época, si bien tienen un
gran concepto del hombre mismo, tienen un concepto bastante bajo de Dios.
Cuando, para no hablar del hombre de la calle, un hombre de iglesia emplea la
palabra "Dios", el pensamiento que le viene a la mente no es
generalmente el de la majestad divina. A un libro reciente se lo ha titulado
Your God Is Too Small (Tu Dios es demasiado pequeño); es un título apropiado
para la época. Hoy nos encontramos en el polo opuesto a nuestros antepasados
evangélicos en este orden, aun cuando confesemos nuestra fe con las mismas
palabras que ellos. Cuando empezamos a leer a Lutero, a Edwards, o a
Whitefie1d, aun cuando nuestra doctrina pueda ser igual que la de ellos, pronto
comenzamos a damos cuenta de que tenemos muy poco que ver con ese Dios poderoso
a quien ellos conocían tan íntimamente.
Hoy se pone gran
énfasis en la idea de que Dios es personal, pero se expresa el concepto de tal
modo que nos queda la impresión de que Dios es una persona tal como nosotros:
débil, inadecuado, poco efectivo, más bien patético. ¡Pero este no es el Dios
de la Biblia! Nuestra vida individual es cosa finita: está limitada en todas
las direcciones, en el espacio, en el tiempo, en conocimiento, en poder. Pero Dios
no está limitado. Es eterno, infinito, y todopoderoso. El nos tiene en sus
manos; pero nosotros jamás podemos tenerlo a él en las nuestras. Como nosotros,
él es un ser personal, pero a diferencia de nosotros es grande. A pesar de su
constante prédica sobre la realidad del interés personal de Dios en su pueblo,
y sobre la mansedumbre, la ternura, la benevolencia, la paciencia, y la
anhelosa compasión que nos muestra, la Biblia nunca deja que perdamos de vista
su majestad y su dominio ilimitado sobre todas sus criaturas.
II
Como ilustración de
este concepto no es necesario ir más allá de los capítulos iníciales del
Génesis. Desde el comienzo del relato bíblico, mediante la sabiduría de la
divina inspiración, se cuenta la historia de tal modo que se nos graban las
doctrinas gemelas de que el Dios que se nos presenta en sus páginas es tanto
personal como majestuoso. En ninguna otra parte de la Biblia se expresa en
términos más vívidos la naturaleza personal de Dios. Dios delibera consigo
mismo, "Hagamos... “(Gen. 1:26). Le trae a Adán los animales para que Adán
les ponga nombre (2: 19). Se pasea en el jardín, llamando a Adán (3:8). Les
hace preguntas a sus criaturas (3: 11ss; 4:9; 16:8). Baja del cielo a fin de
enterarse de lo que están haciendo los hombres (11:5; 18:20ss). Lo entristece a
tal punto la maldad de los seres humanos que se arrepiente de haberlos creado
(6:6ss). Las representaciones de Dios, como las mencionadas, tienen por objeto
hacemos ver que el Dios con el que tenemos que tratar no es un mero principio
cósmico, impersonal e indiferente, sino una Persona viviente, pensante, que
siente, que es activa, que aprueba el bien, que desaprueba el mal, y que está
permanentemente interesada en sus criaturas.
Pero no hemos de
colegir de estos pasajes que el conocimiento y el poder de Dios, son limitados,
o de que normalmente está ausente, y por lo tanto no sabe lo que ocurre en el
mundo, excepto cuando viene especialmente con el fin de investigar. Estos
mismos capítulos aclaran adecuadamente esto, puesto que nos dejan ver la
grandeza de Dios en forma no menos vívida que la de su personalidad. El Dios de
Génesis es el Creador, que pone orden en el caos, que hace surgir la vida con
el poder de su palabra, que modela a Adán con el polvo de la tierra y a Eva con
la costilla de Adán (caps. 1-2). Y él es, además, Señor de todo 10 que ha
creado. Maldice la tierra y somete a la humanidad a la muerte física,
modificando así el orden universal perfecto en su origen (3: 17ss); cubre la
tierra con las aguas del diluvio, destruyendo- así toda vida en señal de
juicio, salvo aquella que se encuentra en el arca (caps. 6-8); confunde el
lenguaje humano y desparrama a los edificadores de Babel (11: 7); destruye a
Sodoma y Gomorra mediante (aparentemente) una erupción volcánica (19: 24ss).
Con razón Abraham lo llama "Juez de toda la tierra" (18:25), y adopta
para él el nombre de Melquisedec, "Dios Altísimo, creador de los cielos y
de la tierra" (14: 19-22). Está presente en todas partes, y observa todo:
el crimen de Caín (4: 9ss), la corrupción de la humanidad (6:5), la destitución
de Agar (16:7ss). Bien pudo Agar llamarle El Roí, "Dios que ve", ya
su hijo Ismael, "Dios oye", porque, efectivamente, es un Dios que ve
y oye, y nada se le escapa. El mismo se ha dado el nombre de El Shaddai,
"Dios Todopoderoso", y todos sus actos constituyen ilustración de la
omnipotencia que su nombre proclama. Le promete a Abraham y a su mujer un hijo
cuando ellos ya son nonagenarios, y reprende a Sara por su risa incrédula y,
también, injustificada: "¿Hay para Dios alguna cosa difícil?" (18:
14). Además, no es sólo en momentos aislados que Dios toma el control de los
acontecimientos; toda la historia está bajo su influjo. Prueba de ello lo
constituyen sus detalladas predicciones del tremendo desastre que se había
propuesto elaborar para la simiente de Abraham (12:1-3; 13:14-17; 15:13-21,
etc.). Tal, en síntesis, es la majestad de Dios, según el Génesis.
III
¿Cómo podemos
formamos una idea exacta de la grandeza de Dios? La Biblia nos indica dos pasos
que debemos dar con este fin. El primero es eliminar de nuestros pensamientos
sobre Dios limitaciones que puedan empequeñecerlo. El segundo es compararlo con
poderes y fuerzas que nos parecen grandes.
Como ejemplo de lo
que comprende el primer paso acudamos al Salmo 139, donde el salmista medita
sobre la naturaleza infinita e ilimitada de la presencia, el conocimiento, y el
poder de Dios en relación con los hombres. El hombre, dice, está siempre en la
presencia de Dios; uno puede aislarse de los demás hombres, pero es imposible
esconderse del Creador. "Detrás y delante me rodeaste. ¿Adónde me iré de
tu Espíritu? ¿Y adónde iré de tu presencia?" Si subiere a los cielos (el
cielo estrellado), o bajare hasta el infierno (es decir, el mundo de los
muertos), o me fue re hasta los confines del mundo, aun así no podría escapar
de la presencia de Dios- "he aquí, allí tú estás" (v. 5). Tampoco
pueden las tinieblas, que me esconden de la vista humana, protegerme de la
mirada de Dios (v. 11).
Por otra parte, así
como no hay límites a su presencia conmigo, tampoco hay límites para su
conocimiento de mí. Así como jamás me deja solo, tampoco paso desapercibido
jamás. "Oh Jehová, tú me has examinado y conocido, tú has conocido mi
sentarme y mi levantarme [todos mis actos y mis movimientos]; has entendido
desde lejos mis pensamientos [todo lo que ocupa mi mente]... y todos mis
caminos te son conocidos [todos mis hábitos, planes, metas, deseos, como
también toda mi vida hasta la fecha]. Pues aún no está la palabra en mi lengua
[dicha o pensada], y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda" (v. 1). Puedo
encubrir mi corazón, mi pasado, y mis planes futuros de los hombres, pero de
Dios nada puedo ocultar. Puedo hablar de un modo que engañe a otros hombres en
cuanto a lo que realmente soy, pero nada de lo que diga o haga sirve para
engañar a Dios. El descubre todo lo que me reservo y todo lo que aparento ser;
me conoce tal como soy, mejor, en realidad, de lo que me conozco yo mismo. Un
Dios cuya presencia, y escrutinio puedo eludir sería una deidad pequeña y
trivial. Pero el Dios verdadero es grande y terrible, por el solo hecho de que
está siempre conmigo y su vista está sobre mí constantemente. El vivir se toma
pavoroso cuando se tiene conciencia de que cada momento de la vida acontece a
la vista y en la compañía de un Creador omnisciente.
Esto, sin embargo,
no es todo. Ese Dios que todo lo ve es al mismo tiempo un Dios Todopoderoso,
los' recursos de cuyo poder ya me han sido revelados por la maravillosa complejidad
de mi propio cuerpo físico, cuerpo que él me ha dado. Enfrentado a esta
realidad, las meditaciones del salmista se vuelven adoración. "Te alabaré;
porque formidables, maravillosas son tus obras... “(v. 14).
He aquí, por
consiguiente, el primer paso, en la tarea de aprehender la grandeza de Dios:
consiste en comprobar cuán ilimitada es su sabiduría, su presencia, y su poder.
Muchos otros pasajes de la Escritura enseñan lo mismo: especialmente Job 38-41,
los capítulos en los cuales Dios mismo toma el reconocimiento que hace Eliú de
la grandeza de Dios con las palabras "en Dios hay una majestad
terrible" (37: 22), y presenta ante Job un tremendo despliegue de su
sabiduría y poder en la naturaleza, le pregunta si puede igualar semejante
"majestad" (40: 10), Y lo convence de que, ya que no puede, no
tendría que pretender censurar a Dios por su manejo del caso, lo que está mucho
más allá del entendimiento de Job mismo. Pero no podemos seguir con este tema
ahora.
IV
Como ejemplo de lo
que significa el segundo paso analicemos Isaías 40:12ss. Aquí Dios le habla a
gente cuyo ánimo es el que tienen muchos cristianos en la actualidad -gente
desesperanzada, acobardada, secretamente desesperada; gente contra la que el
curso de los acontecimientos se viene batiendo desde hace mucho tiempo; gente que
ha dejado de creer que la causa de Cristo puede volver a prosperar. Veamos cómo
razona con ellos Dios a través de su profeta.
Miren las obras que
he hecho, les dice. ¿Podrían hacerlas ustedes? ¿Puede hombre alguno hacerlas?
"¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo,
con tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con
pesas los collados?" (v. 12). ¿Son ustedes lo suficientemente sabios como
para hacer estas cosas? ¿Tienen el poder necesario? En cambio yo sí; de otro
modo no hubiera podido hacer este mundo. "¡He aquí vuestro Dios!”
Pasemos a mirar a
las naciones, sigue diciendo el profeta: las grandes potencias nacionales, a
cuya merced se sienten supeditadas ustedes. Asiría, Egipto, Babilonia -tan
vastos son sus ejércitos y sus recursos, en comparación a los de ustedes, que
les tienen temor, miedo. Pero consideren ahora la posición de Dios frente a
esas poderosas fuerzas que ustedes tanto temen. "He aquí que las naciones
le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las
balanzas le son estimadas... Como nada son todas las naciones delante de él; y
en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es"
(v. 15s). Ustedes tiemblan ante las naciones porque son mucho más débiles que
ellas; pero Dios es tanto más grande que las naciones que para él son como
nada. “¡He aquí vuestro Dios!"
Luego, echemos un
vistazo al mundo. Consideren su tamaño, su variedad, y su complejidad; piensen
en los tres mil millones y más de personas que lo pueblan, y en el enorme cielo
que está por encima de él. ¡Qué seres diminutos somos ustedes y yo en
comparación con todo el planeta en que vivimos! Y, 'sin embargo, ¿qué es todo
este portentoso planeta en comparación con Dios? "El está sentado sobre
[por encima de] el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; él
extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para
morar" (v. 22). El mundo nos empequeñece a todos, pero Dios empequeñece al
mundo. El mundo es él estrado de sus pies, sobre el que él está sentado
inexpugnablemente. El es más grande que el mundo y todo lo que en él hay de
manera que toda la frenética actividad de sus tres mil millones de habitantes
no lo afectan en mayor medida que a nosotros el ruido y los movimientos de las
langostas en un día de sol. "He aquí vuestro Dios."
Miremos, en cuarto
lugar, a los grandes hombres del mundo: los gobernantes cuyas leyes y programas
políticos determinan el bienestar de millones de personas; los que aspiran a
gobernar el mundo, los dictadores, los creadores de imperios, hombres que
tienen en sus manos el poder necesario para desencadenar una guerra global.
Piensen en Senaquerib y en Nabucodonosor, piensen en Alejandro, Napoleón,
Hitler. Piensen, contemporáneamente, en Breznev, Carter, y Hua Kuo-feng.
¿Suponen ustedes que son realmente estos grandes hombres quienes determinarán
el giro que ha de tomar el mundo? Vuelvan a pensar en esto; porque Dios es más
grande que los más grandes entre ellos. "El convierte en nada a los
poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana" (v. 23).
Dios es, como lo dice el Libro de Oración, "el único que gobierna a los
príncipes". " He aquí vuestro Dios”
Pero no hemos
terminado aún. Miren, finalmente, a las estrellas. La experiencia más
universalmente impresionante que conoce el hombre es la de estar solo en una
noche limpia mirando las estrellas. No hay otra cosa que nos dé una sensación
semejante de distancia y lejanía; no hay experiencia que nos haga sentir más fuertemente
nuestra propia pequeñez e insignificancia. Y nosotros, que vivimos en el umbral
de la era espacial, estamos en condiciones de complementar esta experiencia
universal con el conocimiento científico de los factores que están involucrados
-millones de estrellas en número, a billones de años luz de distancia. La mente
se marea; la imaginación no puede abarcarlo todo cabalmente; cuando intentamos
imaginar las insondables profundidades del espacio exterior, nos quedamos
mentalmente estupefactos y mareados. Pero, ¿qué es esto para Dios?
"Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas [las
estrellas]; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres;
ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio"
(v. 26). Es Dios quien saca las estrellas; fue Dios quien las puso en el
espacio en primer lugar; él es su Hacedor y Amo: están todas en sus manos, y
sujetas a su voluntad. Tal es su poder y su majestad. “¡He aquí vuestro
Dios!"
V
A continuación
dejemos que Isaías aplique a nuestro caso la doctrina bíblica de la majestad de
Dios, haciéndonos las tres preguntas que aquí hace en nombre de Dios a esos
israelitas desilusionados y abatidos.
1. "¿A QUIÉN PUES ME
COMPARARÉIS, PARA QUE YO SEA COMO ÉL? DICE EL SANTO" (V. 25).
Esta pregunta
censura los conceptos errados acerca de Dios. "Tus conceptos de Dios son
demasiados humanos", le dijo Lutero a Erasmo. Es aquí justamente dónde
muchos nos descaminamos. Nuestros conceptos de Dios no son suficientemente
grandes; no tenemos en cuenta la realidad de su poder y su sabiduría
ilimitados. Porque nosotros mismos somos limitados y débiles, nos imaginamos
que en algún aspecto Dios también lo es, y nos resulta difícil aceptar que no
lo sea. Pensamos en Dios como si fuera parecido a nosotros. Rectifiquen este
error, dice Dios; aprendan a reconocer la plena majestad de su incomparable
Dios y Salvador.
2. "¿POR QUÉ DICES,
PUES, OH JACOB, Y HABLAS, OH ISRAEL, DICIENDO: ESCONDIDO ESTÁ MI CAMINO A
JEHOVÁ, Y MI CAUSA VA PASANDO DESAPERCIBIDA DE MI DIOS?" (V. 27, VM).
Esta pregunta
censura los conceptos errados acerca de nosotros mismos. Dios no nos ha
abandonado, así como no había abandonado a Job. Jamás abandona a la persona
hacia quien dirige su amor; tampoco Cristo, el buen pastor, pierde jamás la
huella de sus ovejas. Es tan falso como irreverente acusar a Dios de olvidar,
de pasar por alto, de perder interés en la situación y las necesidades de su
pueblo. Si nos hemos estado resignando a la idea de que Dios nos ha abandonado
a nuestros propios recursos, busquemos la gracia necesaria para avergonzamos de
nosotros mismos. Tal pesimismo incrédulo deshonra profundamente a nuestro gran
Dios y Salvador.
3. "¿NO HAS SABIDO, NO
HAS OÍDO QUE EL DIOS ETERNO ES JEHOVÁ, EL CUAL CREÓ LOS CONFINES DE LA TIERRA?
NO DESFALLECE, NI SE FATIGA CON CANSANCIO" (V. 28).
Esta pregunta
censura nuestra lentitud en aceptar la majestad de Dios. Dios quiere sacamos de
la incredulidad moviéndonos a la vergüenza. ¿Qué es lo que pasa? Dios pregunta:
¿Se han estado imaginando que yo, el Creador, estoy viejo y cansado? ¿Nadie les
ha dicho la verdad sobre mí? Muchos somos merecedores de este reproche. ¡Qué
lentos somos para creer en Dios como Dios, soberano, todopoderoso, que todo lo
ve! ¡Qué poco tenemos en cuenta la majestad de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo! Lo que necesitamos es "esperar a Jehová" y meditar sobre
su majestad, hasta que estas cosas se nos graben en el corazón y encontremos
que de este modo nuestras fuerzas han sido renovadas.