LA IRA DE DIOS

I

La palabra "ira" puede definirse como "enojo e indignación intensa y profunda". El "enojo" se define como "el desagrado, el resentimiento, y el profundo antagonismo que se experimenta ante la presencia de los daños ocasionados o los insultos"; la "indignación" es "el enojo justo que producen la injusticia y la bajeza". Tal es la ira. Y la ira, nos informa la Biblia, es un atributo de Dios.
La costumbre moderna en toda la iglesia cristiana es la de restarle importancia a este tema. Los que todavía creen en la ira de Dios (porque no todos creen;' hablan poco de ella; tal vez no le den mayor importancia. A un mundo que se ha vendido descaradamente a los dioses de la codicia, el orgullo, el sexo, y la autodeterminación, la iglesia le sigue hablando desganadamente acerca de la bondad de Dios, pero no le dice nada virtualmente sobre el juicio. ¿Cuántas veces en los doce meses transcurridos ha oído el lector un sermón sobre la ira de Dios? ¿O cuántas veces, si se trata de un ministro del evangelio, ha predicado sobre el tema? Me pregunto cuánto tiempo hace que algún cristiano ha encara do el tema en programas de radio o televisión, o en alguno de esos breves sermones de media columna que aparecen en algunos diarios y revistas. (Y si alguien lo hiciese, me pregunto cuánto tiempo pasaría antes que le volviese a pedir que hable o escriba.) El hecho es que el tema de la ira divina se ha convertido en un tabú en la sociedad moderna; y en general los cristianos han aceptado el tabú y se han acomodado de tal modo que jamás mencionan la cuestión.
Haremos bien en preguntamos si está bien que así sea; porque la Biblia obra de modo muy diferente. Es fácil imaginar que el tema del juicio divino no deba haber sido nunca muy popular, y, sin embargo, los escritores bíblicos se refieren al mismo constantemente. Una de las cosas más notables sobre la Biblia es el vigor con que ambos testamentos destacan la realidad y el terror de la ira de Dios. "Una mirada a la concordancia nos revelará que en las Escrituras hay más referencias al enojo y al furor y la ira de Dios, que a su amor y su benevolencia" (A. W. Pink, The Attributes of God, p. 75/Los atributos de Dios, Lima, Perú, El Estandarte de la Verdad, 1971, pp. 101-02.)
La Biblia elabora el concepto de que así como Dios es bueno con los que confían en él, también es terrible para con aquellos que no lo hacen. "Jehová es Dios celoso y vengador; Jehová es vengador y lleno de indignación; se venga de sus adversarios, y guarda enojo para sus enemigos. Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable... ¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿Y quién quedará en pie en el ardor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por él se hienden las peñas. -Jehová es bueno, fortaleza en el día de la angustia; y conoce a los que en él confían. Más tinieblas perseguirán a sus enemigos ('a sus enemigos persigue hasta en las tinieblas', BJ)" (Nah. 1: 2-8).
La esperanza de Pablo de que el Señor Jesús aparecerá un día "en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo, los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos" (II Tes. 1: 8ss), es indicación suficiente de que lo que destacaba Nahúm no es peculiar al Antiguo Testamento. En efecto, en todo el Nuevo Testamento "la ira de Dios", "la ira", o simplemente "ira", constituyen virtualmente términos técnicos para expresar la acometida de Dios con fines retributivos, por cualquier medio, contra los que lo han desafiado (Véase Rom. 1:18; 2:5;5:9; 12:19; 13:48; 1 Tes. 1:10; 2:16; 5:9; Apo. 6:16s; 16:19; Luc. 21:22-24; etc.).
La Biblia tampoco se limita a dar a conocer la ira de Dios mediante afirmaciones generales como las que hemos citado. La historia bíblica, tal como la vimos en el capítulo anterior, proclama vivamente la severidad, tanto como la bondad, de Dios. En el mismo sentido en que podría llamarse al Progreso del peregrino un libro sobre los caminos al infierno, la Biblia podría llamarse el libro de la ira de Dios, porque está llena de descripciones de castigo divino, desde la maldición y el destierro de Adán y Eva en Génesis 3 hasta la caída de "Babilonia" y los grandes juicios de Apocalipsis 17, 18,20.
Es evidente que los escritores bíblicos no sentían inhibición alguna al encarar el tema de la ira de Dios. ¿Por qué, entonces, hemos de tenerla nosotros? ¿Por qué, si la Biblia la proclama, hemos de sentimos nosotros obligados a guardar silencio? ¿Qué es lo que nos hace sentir incómodos y avergonzados cuando surge el tema, y qué nos lleva a suavizado e, incluso, a eludirlo, cuando se nos pregunta sobre el mismo? ¿Cuál es la causa de nuestros titubeos y dificultades? No estamos pensando ahora en aquellos que rechazan la idea de la ira divina simplemente porque no están preparados para tomar en serio ninguna parte de la fe bíblica. Estamos pensando, más bien, en los muchos que consideran que están "adentro", que tienen creencias firmes, que creen firmemente en el amor y la misericordia de Dios, y en la obra redentora del Señor Jesucristo, y que siguen fielmente las enseñanzas de las Escrituras en otros aspectos, pero que vacilan cuando se trata del asunto que nos ocupa aquí. ¿Qué es realmente lo que falla aquí?
II
La razón fundamental de nuestra infelicidad parece ser una inquietante sospecha de que el concepto de la ira es de uno u otro modo indigno de Dios.
A algunos, por ejemplo, la palabra ira les sugiere pérdida del dominio propio, una explosión que consiste en "ver todo rojo", lo cual es, en parte, si no totalmente, irracional. A otros les sugiere un ataque de impotencia (consciente), o de orgullo herido, o de mal humor liso y llano. Es indudable, arguyen, que está mal atribuir a Dios semejantes actitudes.
La respuesta es esta: claro que estaría mal, pero la Biblia no nos pide que lo hagamos. Parecería haber aquí una confusión en cuanto al lenguaje "antropomórfico" de la Escritura, es decir, la costumbre bíblica de describir las actitudes y los afectos de Dios en términos que se emplean ordinariamente para hablar sobre los hombres. La base de esta costumbre está en el hecho de que Dios hizo al hombre a su propia imagen, de modo que la personalidad y el carácter del hombre se parecen más al ser de Dios que ninguna otra cosa creada. Pero cuando la Escritura se refiere a Dios antropomorfitamente, no está queriendo decir que las limitaciones e imperfecciones que corresponden a las características personales de nosotros las criaturas pecadoras se correspondan también con las cualidades correspondientes de nuestro Santo Creador; más bien da por sentado que no es así. Por ejemplo, el amor de Dios, como se refleja en la Biblia, jamás lo conduce a cometer acciones necias, impulsivas, o inmorales, como ocurre con el amor humano, que con harta frecuencia nos lleva justamente a esto.
Del mismo modo, la ira de Dios en la Biblia jamás es algo caprichoso, desenfrenado, producto de la irritabilidad, moralmente indigno, como suele serlo frecuentemente la ira humana. Todo lo contrario, constituye una reacción objetiva y moral, correcta y necesaria para con la maldad. Dios sólo se enoja cuando corresponde enojarse. Incluso entre los hombres existe lo que se denomina la ira justa, aunque probablemente sea bastante rara. Pero toda la indignación que manifiesta Dios es justa. ¿Acaso sería un Dios bueno el que encontrara tanto placer en la ira como en la bondad? ¿Acaso sería, por otra parte, moralmente perfecto un Dios que no reaccionara adversamente ante el mal en su propio mundo? Por cierto que no. Pero es justamente esta reacción adversa al mal, la cual constituye una parte necesaria de la perfección moral, la que contempla la Biblia cuando habla sobre la ira de Dios.
A otros, el pensamiento de la "ira" de Dios les sugiere crueldad. Piensan, quizá, en lo que se les ha contado sobre el famoso sermón evangélico de Jonathan Edwards, Sinners in the Hands of an Angry God (Pecadores en las manos de un Dios airado), que fue utilizado por Dios para iniciar un avivamiento en el pueblo de Enfield, en Nueva Inglaterra, Estados Unidos, en 1741. En dicho sermón, Edwards, desarrollando el tema de que "los hombres naturales están sostenidos en las manos de Dios sobre el foso del infierno", empleaba las más vívidas imágenes infernales para lograr que su congregación sintiera el horror de su situación, y para darle fuerza a su conclusión: "Por lo tanto, todo aquel que esté sin Cristo, debe despertarse y escapar de la ira que vendrá." Cualquiera que haya leído el sermón sabrá que A. H. Strong, el gran teólogo bautista, tenía razón cuando recalcó que las imágenes de Edwards, por agudas que fuesen, no eran más que imágenes, que, en otras palabras, Edwards no consideraba que el infierno consistiera en fuego y azufre, sino, más bien, en la infidelidad y la separación de Dios, producto de la conciencia culpable y acusadora, y de la que el fuego y el azufre constituyen símbolos (Systematic Theology, p. 1035, Teología sistemática). Pero esto no resuelve totalmente la crítica que se le hace a Edwards, esto es, la de que el Dios que puede infligir castigo tal que requiera semejante lenguaje para describirlo tiene que ser un monstruo cruel y feroz.
¿Se sigue esto? Hay dos consideraciones bíblicas que nos demuestran que no es así.
En primer lugar, en la Biblia la ira de Dios es siempre judicial, es decir, es la ira del juez, cuando administra justicia. La crueldad es siempre inmoral, pero el presupuesto explícito de todo lo que encontramos en la Biblia -y en el sermón de Edwards, para el caso- sobre los tormentos de quienes experimentan toda la ira de Dios, es el de que cada cual recibe precisamente lo que merece. "El día de la ira", nos dice Pablo, es también el día "de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras" (Rom. 2.5s). Jesús mismo -que tuvo más que decir sobre este tema que cualquier otra figura del Nuevo Testamento- dejó claro que la retribución sería en proporción con el merecimiento individual. "Aquel siervo que conociendo la voluntad de su Señor no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes.
Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá" (Luc. 12:47s). Dios se encargará, dice Edwards en el sermón a que hemos hecho referencia, "de que no sufráis más de lo que la estricta justicia exige"; pero precisamente "lo que la estricta justicia exige", insiste, es lo que resultará tan penoso para quienes mueran en la incredulidad. Si se hace la pregunta: ¿Es posible que la desobediencia a nuestro Creador realmente merezca castigo tan grande y atroz? , la respuesta es que todo el que haya sido convencido de pecado alguna vez sabe sin la menor sombra de duda que sí, y sabe también que aquellos cuya conciencia no ha sido despertada aún para comprender, como lo expresó Anselmo, "qué pesado es el pecado" no tienen derecho a opinar.
En segundo lugar, en la Biblia la ira de Dios es algo que los hombres eligen por sí mismos. Antes que el infierno sea una experiencia infligida por Dios, es un estado por el cual el hombre mismo opta, rechazando la luz que Dios hace brillar en su corazón para dirigido hacia él mismo. Cuando Juan escribe "el que no cree [en Jesús], ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Días", agrega en seguida la siguiente explicación: "Y este es el juicio, que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas" (Juan 3: 18s, VHA). Quiere decir exactamente eso: la acción decisiva de juicio contra los perdidos es el juicio que ellos mismos se dictan cuando rechazan la luz que les llega en y mediante Jesucristo. En último análisis, todo lo que hace Dios subsiguientemente como acción judicial para con el incrédulo, ya sea en esta vida o más allá, es mostrada, o guiado hacia, las consecuencias plenas de la elección que ha hecho.
La elección básica fue y sigue siendo siempre: ya sea responder a la invitación "Venid a mí .. , llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí" (Mat. 11:28s), o no; ya sea "salvar" la vida, para lo cual es preciso evitar que Jesús pueda censurada, y resistir su exigencia de hacerse cargo de ella, o "perderla", para lo- cual es necesario negarse a sí mismo, tomar la cruz, hacerse discípulo, y permitir que Jesús cumpla su voluntad quebrantadora en nosotros. En el primer caso, nos dice Jesús, podemos ganar el mundo, pero no nos hará ningún bien porque perderemos el alma; mientras que, en el segundo caso, si perdemos nuestra vida por amor de él, la encontraremos (Mat. 16:24ss).
¿Qué significa, empero, perder el alma? Para responder a esta pregunta Jesús se vale de sus propias y solemnes imágenes: "Gehena" ("infierno" en Marcos 9:47 y una decena de versículos evangélicos más), el valle fuera de Jerusalén donde se quemaba la basura; el "gusano" que "no muere" (Mar. 9:47) es, aparentemente, figura de la interminable disolución de la personalidad por efecto de la conciencia condenatoria; el "fuego" es figura de la agonía que resulta de tener conciencia del disgusto de Dios; las "tinieblas de afuera" son figura de conocimiento de la pérdida, no sólo de Días, sino de todo bien y de todo lo que hacía que la vida pareciera valer la pena; el "crujir de dientes" es figura de la auto condenación y el auto desprecio. Estas cosas son, sin duda, indescriptiblemente espantosas, aunque quienes han sido convencidos de pecado tienen algún conocimiento de lo que significan. Pero no se trata de castigos arbitrarios; representan, más bien, un desarrollo consciente del estado en que se ha elegido estar. La esencia del accionar de Dios en ira es la de dar a los hombres lo que han elegido, con todas sus consecuencias: nada más y, asimismo, nada menos. La disposición de ánimo de Dios de respetar la elección humana hasta este punto puede parecer desconcertante y 96
hasta aterradora, pero está claro que en esto su actitud es soberanamente justa, y que está lejos de ser un castigo caprichoso e irresponsable, que es lo que queremos decir cuando hablamos de crueldad.
Necesitamos, por lo tanto, recordar que la clave para interpretar los muchos pasajes bíblicos, a menudo altamente figurativos, que pintan al divino Rey y Juez en una actitud iracunda y vengativa es comprender que 10 que Dios hace en ese caso no es sino ratificar y confirmar los juicios que aquellos a quienes "visita" ya han emitido por sí mismas en el curso que han elegido seguir. Esto se ve en el relato del primer acto de ira de Dios hacia el hombre, en Génesis 3, donde vemos que Adán ya había escogido esconderse de Dios, y eludir su presencia, antes de que Dios lo echara del jardín de Edén; este mismo principio tiene aplicación en toda la Biblia.
III
El análisis clásico de la ira de Dios en el Nuevo Testamento se encuentra en la Epístola a los Romanos, que según Lutero y Calvino constituye la puerta de entrada a la Biblia, y que contiene más referencias explícitas a la ira de Dios que todas las otras cartas de Pablo sumadas. Terminaremos este capítulo analizando lo que nos dice Romanos sobre el tema: esto nos servirá para clarificar algunas de las cosas que ya hemos mencionado.

1. EL SIGNIFICADO DE LA IRA DE DIOS

La ira de Dios en Romanos denota la decidida acción de Dios de castigar el pecado. Es tanto una expresión de una actitud personal y emocional del trino Dios como lo es su amor para con los pecadores: es la manifestación activa de su odio hacia la irreligiosidad y el pecado moral. La frase "la ira" puede referirse específicamente a la manifestación culminante, en el futuro, de su odio en "el día de la ira" (5:9; 2:5), pero puede también referirse a hechos y procesos providenciales y actuales en los que se evidencia el castigo divino por el pecado. De este modo el magistrado que sentencia a los criminales es "ministro de Dios, vengador suyo, para ejecutar ira sobre aquel que obra mal" (13:4, cf. 5, VM). La ira de Dios es su reacción ante nuestro pecado, y "la ley produce ira" (4: 15), porque la ley hace surgir el pecado que está latente dentro de nosotros y hace que la trasgresión -el comportamiento que provoca la ira- abunde (5:20; 7:7-13). Como reacción contra el pecado, la ira de Dios es expresión de su justicia, y Pablo rechaza indignado la sugerencia de que "sea injusto Dios que da castigo" (3:5, VHA). A los que son "preparados para destrucción" los describe como "vasos de ira" -es decir, objeto de la ira en un sentido similar al que en otro lugar llama a los esclavos del mundo, la carne, y el mal, "hijos de ira" (Efe. 2:3). Tales personas, por el solo hecho de ser lo que son, acarrean sobre sí mismos la ira de Dios.

2. LA REVELACIÓN DE LA IRA DE DIOS

"La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad" (1:18). El tiempo presente, "se revela", implica un revelar constante, que prosigue todo el tiempo; "desde el cielo", que se opone a "en el evangelio", en el versículo anterior, implica una revelación universal que incluye a quienes no han sido alcanzados aún por el evangelio.
¿Cómo se efectúa esta revelación? Se imprime directamente en la conciencia de cada hombre: aquellos a quienes Dios ha entregado a una "mente reprobada" (1:28), a cometer lo malo sin restricciones, conocen, sin embargo, "el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte" (1:32). Ningún hombre ignora totalmente que hay un juicio venidero. Esa revelación inmediata que tiene se confirma con la palabra revelada del evangelio, que nos prepara para sus buenas nuevas dándonos información acerca de las malas noticias de un futuro "día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios" (2: 5).
Pero esto no es todo. Para quienes tienen ojos para ver aparecen aquí y ahora pruebas de la ira activa de Dios en la situación actual de la humanidad. En todas partes el cristiano observa un esquema de degeneración, que se va desarrollando en forma constante -desde el conocimiento de Dios hasta la adoración de aquello que no es Dios, y desde la idolatría hasta la inmoralidad de un tipo todavía más grosero, de manera que cada generación prepara una nueva cosecha de "impiedad e injusticia de los hombres". En esta decadencia hemos de reconocer la acción 'presente de la ira divina, en un proceso de endurecimiento judicial y de anulación de restricciones, por los que los hombres van siendo entregados a sus preferencias corruptas, y algunos llegan a poner en práctica en forma cada vez más desenfadada las concupiscencias de su corazón pecaminoso. Pablo describe el proceso, tal como lo conocía él por su Biblia y el mundo de su día, en Romanos 1: 19-31, donde las frases claves son, "Dios los entregó a la inmundicia", "Dios los entregó a pasiones vergonzosas", "Dios los entregó a una mente reprobada" (v. 24, 26,28). Si queremos pruebas de que la ira de Dios, revelada como un hecho en nuestra conciencia, ya opera en el mundo como fuerza, diría Pablo, basta con que miremos al mundo a nuestro alrededor, para ver a qué ha entregado Dios a los hombres. ¿Y quién en el día de hoy, diecinueve siglos después de cuando él escribió, se atrevería a rebatir su tesis?

3. LA SALVACIÓN DE LA IRA DE DIOS

En los tres primeros capítulos de Romanos Pablo se propone llamar nuestra atención a la cuestión de, si "la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres", y "el día de la ira" viene cuando Dios "pagará a cada uno conforme a sus obras", ¿cómo podrá escapar al desastre ninguno de nosotros? La cuestión urge porque "todos están bajo pecado", -"no hay justo, ni aun uno"; "todo el mundo" está "bajo el juicio de Dios" (3:9, 10,19). La ley no puede salvamos, por cuanto su efecto único es estimular el pecado y mostramos qué lejos estamos de ser justos. Los adornos externos de la religión no pueden salvamos tampoco, como tampoco puede la mera circuncisión salvar al judío. ¿Existe por lo tanto algún medio de liberación de la ira que vendrá? Lo hay, y Pablo lo conoce. "Estando ya justificados en su sangre", proclama Pablo, por él "seremos salvos de la ira" [de Dios] (5:9). ¿Por la sangre de quién? La sangre de Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios. ¿Y qué significa estar "justificados"? Significa ser perdonados y aceptados como justos. ¿Y cómo podemos ser justificados? Mediante la fe, o sea, la confianza absoluta en la obra y la persona de Jesús. ¿Y cómo puede la sangre de Jesús vale decir, su muerte expiatoria- constituir la base de nuestra justificación? Pablo lo explica en Romanos 3: 24s, donde habla de "la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre". ¿Qué significa "propiciación"? Es un sacrificio que conjura la ira por medio de la expiación del pecado y la anulación de la culpa.
Esto, como veremos en mayor detalle más adelante, constituye la médula misma del evangelio: que Cristo Jesús, en virtud de su muerte en la cruz, como nuestro sustituto y portador de nuestro pecado, "es la propiciación por nuestros pecados" (I Juan 2:2). Entre nosotros los pecadores y las tormentosas nubes de la ira divina está ubicada la cruz del Señor Jesucristo. Si somos de Cristo, por la fe, entonces somos justificados por su cruz, y la ira no nos alcanzará jamás, ni aquí ni en el más allá. Jesús "nos libra de la ira venidera" (I Tes. 1: 10).
IV
No cabe duda de que el tema de la ira divina ha sido considerado en el pasado en forma especulativa, irreverente, y hasta maliciosa. No cabe duda que ha habido quienes han predicado la ira y la condenación sin lágrimas en los ojos ni dolor en el corazón. No cabe duda de que el espectáculo de algunas sectas que alegremente consignan a todo el mundo, aparte de ellos mismos, al infierno ha sido motivo de disgusto para muchos. Más si queremos conocer a Dios, es imprescindible que nos enfrentemos con la verdad relativa a su ira, por más que esté pasada de moda la idea, y por fuertes que sean nuestros prejuicios iníciales contra ella. De otro modo no podremos entender el evangelio de la salvación de la ira, ni la propiciación lograda por la cruz, ni la maravilla del amor redentor de Dios. Tampoco entenderemos la mano de Dios en la historia, y el proceder actual de Dios con los hombres de hoy; no le veremos pie ni cabeza al libro de Apocalipsis; nuestro evangelismo no tendrá la urgencia que recomienda Judas -Ha otros salvad, arrebatándolos del fuego" (Jud. 23). Ni nuestro conocimiento de Dios ni nuestro servicio para él se conformarán a su Palabra.
La ira de Dios [escribió A. W. Pink] es una perfección del carácter divino sobre el cual debemos meditar frecuentemente. Primero, para que nuestro corazón sea debidamente impresionado por el hecho de que Dios de testa el pecado. Siempre nos sentimos inclinados a considerar el pecado con ligereza, a disimular su fealdad, a excusado. Mas cuanto más estudiamos y meditamos sobre la forma en que Dios lo aborrece, y su terrible venganza sobre él, tanto más probable es que nos demos cuenta de su perversidad. Segundo, para crear en nuestro corazón un verdadero temor de Dios. "Tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor" (Heb. 12:28,29). No podemos servir a Dios "agradándole" a menos que haya la debida "reverencia" ante su abrumadora Majestad, y "temor" ante su justa ira; y la mejor forma de promover entre nosotros dichas actitudes es la de traer a la memoria frecuentemente el hecho de que "nuestro Dios es fuego consumidor". Tercero, para que nuestra alma se proyecte en ferviente alabanza [a Jesucristo] por habernos librado de "la ira venidera" (I Tes. 1: 10). El hecho de que estemos dispuestos o no a meditar sobre la ira de Dios constituye la prueba más segura de cómo está realmente nuestro corazón para con él (op. cit., p. 77).

Pink tiene razón. Si realmente queremos conocer a Dios y ser conocidos por él, debemos pedirle que nos enseñe aquí y ahora a enfrentar la solemne realidad de su ira.