I
¿Creemos en el
juicio divino? Por esto quiero decir, ¿creemos en un Dios que actúa como
nuestro Juez?
Parecería que muchos
no creen. Si se les habla acerca de Dios como Padre, amigo, ayudador, el que
nos ama a pesar de toda nuestra debilidad y pecado, toda nuestra necedad, se
les ilumina el rostro; estamos en la misma onda de inmediato. Pero si se les
habla de Dios como Juez, fruncen el ceño y sacuden la cabeza. Se resisten a
aceptar semejante idea. La encuentran repelente e indigna.
Pero pocas cosas en
la Biblia se recalcan más enfáticamente que la realidad de la obra de Dios como
Juez. La palabra "Juez" se aplica a Dios con frecuencia. Abraham,
intercediendo por So doma, esa ciudad parecida a Londres que Dios estaba a
punto de destruir, exclamó diciendo: "El Juez de toda la tierra, ¿no ha de
hacer lo que es justo?" (Gen. 18:25). Jefté, concluyendo su ultimátum a
los invasores amonitas, les declaró: "Yo nada he pecado contra ti, mas tú
haces mal conmigo peleando contra mí Jehová, que es el juez, juzgue hoy entre
los hijos de Israel y los hijos de Amón" (Jue. 11:27); "Dios es el
juez", declaró el salmista (Sal. 75: 7); "Levántate, oh Dios, juzga a
la tierra" (Sal. 82:8). En el Nuevo Testamento el escritor de Hebreos
habla de "Dios el Juez de todos" (Heb. 12: 23).
Pero no es cuestión
de palabras meramente; la realidad del juicio divino, como hecho, aparece en
página tras página del relato de la Biblia. Dios juzgó a Adán y Eva
expulsándolos del jardín de Edén y pronunciando maldiciones sobre su futura
vida terrenal (Gen. 3). Dios juzgó al mundo corrompido de la época de Noé
enviando un diluvio que destruyese a la humanidad (Gen. 6-8). Dios juzgó a
Sodoma y Gomorra, envolviéndolas en una catástrofe volcánica (Gen. 18-19). Dios
juzgó a los capataces egipcios de los israelitas, exactamente como había dicho
que 10 haría (Gen. 15: 14), desencadenando contra ellos los terrores de las
diez plagas (Exo. 7-12). Dios juzgó a los que adoraron al becerro de oro,
valiéndose de los levitas como ejecutores (Exo. 32: 26-35). Dios juzgó a Nadab
y Abiú por ofrecer fuego extraño (Lev. 10: 1), como más tarde juzgó a Coré,
Datán, y Abiram, las que fueron tragadas por un temblor de tierra. Dios juzgó a
Acán por un robo; él y los suyos fueron exterminados (Jos. 7). Dios juzgó a
Israel por su infidelidad después de haber entrado en Canaán, haciendo que
fueran subyugados por otras naciones (Jue. 2: 11ss; 3: 5ss; 4: 1). Mucho antes
de que entraran en la tierra prometida, Dios amenazó a su pueblo con la
deportación, como castigo por su impiedad, y, eventualmente, luego de repetidas
advertencias por parte de los profetas, los juzgó dando cumplimiento a su
amenaza: el reino del norte (Israel) fue víctima de los asirios y el pueblo fue
llevado cautivo; el reino del sur (Judá) sufrió la cautividad babilónica (II
Rey. 17; 22: 15; 23: 26). En Babilonia, Dios juzgó tanto a Nabucodonosor como a
Belsasar por su impiedad. Al primero se le dio tiempo para que enmendara su
vida, al segundo no (Dan. 4: 5). Los relatos de juicio divino no se limitan
tampoco al Antiguo Testamento. En el relato neotestamentario reciben juicio los
judíos por rechazar a Cristo (Mat. 21 :43s; 1 Tes. 2: 14), Ananías y Safira por
mentirle a Dios (Hec. 5), Herodes por su orgullo (Hec. 12:21ss), Elimas por su
oposición al evangelio (Hec. 13: 8), los cristianos en Corinto, que fueron
afligidos con enfermedad (la que en algunos casos resultó fatal), en razón de
su grosera irreverencia en relación, particularmente, con la Cena del Señor (I
Coro 11:29-32). Esta no es más que una selección de los abundantes relatos de
actos divinos de juicio que contiene la Biblia.
Cuando pasamos de la
historia bíblica a la enseñanza bíblica -la ley, los profetas, los libros
sapienciales, las palabras de Cristo y sus apóstoles- encontramos que el
pensamiento de la acción de Dios como juez domina todo lo demás. La legislación
Mosaica es promulgada en nombre de Dios, que es justo juez, y no titubeará en
aplicar penas mediante la acción providencial directa, si su pueblo quebranta
la ley. Los profetas retornan este tema; más todavía, la mayor parte de la
enseñanza registrada consiste en exposición y aplicación de la ley, en amenazas
de juicio contra los que hacen caso omiso de la ley y contra los impenitentes.
¡Dedican mucho más tiempo a predicar juicio que a 'predecir la venida del
Mesías y su reino! En la literatura sapiencial encontramos el mismo punto de
vista: la consideración básica, invariable y segura, que está en la raíz de
todas las discusiones sobre los problemas de la vida en Job y Eclesiastés, y
todas las máximas prácticas de los Proverbios, es la de que "te juzgará Dios",
"Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea
buena o sea mala" (Ecl. 11:9; 12: 14).
La gente que en
realidad no lee la Biblia confiadamente nos asegura que, cuando pasamos del
Antiguo Testamento al Nuevo, el tema del juicio divino pasa a un segundo plano;
pero si examinamos el Nuevo Testamento, aun del modo más superficial,
encontramos de inmediato, que el énfasis del Antiguo Testamento relativo a la
acción de Dios como Juez, lejos de reducirse, se acentúa. Todo el Nuevo Testamento
está dominado por la certidumbre de que en un día venidero habrá un juicio
universal, y por el problema que esto plantea: ¿cómo podemos nosotros los
pecadores arreglar cuentas con Dios mientras todavía hay tiempo? El Nuevo
Testamento contempla a la distancia "el día del juicio”, "el día de
la ira", "la ira venidera", y proclama a Jesús como el divino
Salvador, como el Juez divinamente señalado. "El juez" que "está
delante de la puerta" (Sant. 5: 9), listo "para juzgar a los vivos y
a los muertos" (I Pedo 4:5), el "juez justo" que le dará a Pablo
su corona (lI Tim. 4:8), es el Señor Jesucristo el que "Dios ha puesto por
Juez de vivos y muertos" (Hec. 10:42). "Dios... ha establecido un día
en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien determinó",
les dijo Pablo a los atenienses (Hec. 17: 30s); y a los romanos les escribió
que "Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a
mi evangelio" (Rom. 2: 16). El propio Jesús dice lo mismo. "El Padre…
todo el juicio dio al Hijo… el Padre... le dio autoridad de hacer juicio...
vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los
que hicieron lo bueno, saldrán a 'resurrección de condenación" [la New
English Bible dice aquí: "se levantarán para oír su sentencia"] (Juan
5:22,26, 28s). El Jesús del Nuevo Testamento, que es el Salvador del mundo, es
también su Juez.
II
¿Qué significa esto,
pues? ¿Qué involucra la idea de que el Padre, o Jesús, sea juez? Comprende por
lo menos cuatro cosas.
1. EL JUEZ ES UNA PERSONA
CON AUTORIDAD
En el mundo bíblico
el rey era siempre el juez supremo, porque era la autoridad suprema. Es sobre
esta base, según la Biblia, que Dios es juez de este mundo. Como nuestro:
Hacedor, somos propiedad de él, y corno nuestro Propietario, tiene derecho a
disponer de nosotros; tiene, por lo tanto, derecho a dictar leyes y a
recompensarnos según que las guardemos o no. En la mayoría de los estados
modernos la legislatura y la jurisprudencia están separadas a fin de que el
juez no haga las leyes que tiene que aplicar; pero en el mundo antiguo no era
así, y tampoco lo es con Dios. El es tanto el Legislador corno el Juez.
2. EL JUEZ ES LA PERSONA
QUE SE IDENTIFICA CON LO QUE ES BUENO Y JUSTO
La idea moderna de
que el juez tiene que ser frío y desapasionado no tiene cabida en la Biblia. El
juez bíblico tiene que amar la justicia y el juego limpio, y tiene que detestar
todo lo que sea mal trato del hombre por el hombre. Un juez injusto, que no
tiene interés en asegurarse de que el bien triunfe sobre el mal, constituye,
según las normas bíblicas, una monstruosidad. La Biblia no nos deja con dudas
de que Dios ama la justicia y odia la iniquidad, y de que el ideal del juez
totalmente identificado con todo lo bueno y justo se cumple perfectamente en
él.
3. EL JUEZ ES UNA PERSONA
CON SABIDURÍA, PARA DISCERNIR LA VERDAD
En el mundo bíblico
la primera tarea del juez es la de constatar los hechos del caso que se le
presenta. No hay jurado; es responsabilidad de él, y de él solo, interrogar,
volver a interrogar en caso necesario, y descubrir las mentiras, ver a través
de las evasivas, y establecer como son las cosas realmente. Cuando la Biblia
muestra a Dios como juez, destaca su omnisciencia y su sabiduría, como el que
escudriña los corazones y el que descubre los hechos. Nada se le escapa;
podremos engañar a los hombres, pero no podemos engañar a Dios. El nos conoce,
y nos juzga, tal como realmente somos. Cuando Abraham se encontró con el Señor
en forma humana en el encinar de Mamre, el Señor le dio a entender que estaba
en camino a Sodoma para establecer la verdad acerca de la situación moral
imperante allí. "Por cuanto el clamor contra So doma y Gomorra se aumenta
más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y
veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no,
lo sabré" (Gen. 18:20s). Así es siempre. Dios lo sabrá. Su juicio es según
verdad -verdad factual, tanto como verdad moral. El juzga "los secretos de
los hombres", no solamente la fachada exterior. No en vano dice Pablo que
"todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo" (Cor. 5:
10).
4. EL JUEZ ES LA PERSONA CON PODER PARA EJECUTAR SENTENCIA
El juez moderno no
hace más que pronunciar la sentencia; otro departamento de tribunal judicial se
encarga luego de cumplirla. Así era también en el mundo antiguo. Pero Dios es
su propio ejecutor. Así como legisla y sentencia, también ~ castiga. Todas las
funciones judiciales se juntan en él. .
III
De lo que se ha
dicho queda claro que la proclamación bíblica de la obra de Dios como Juez es
parte de su testimonio del carácter divino. Confirma lo que se dice en otra
parte acerca de su perfección moral, su justicia, su sabiduría, su
omnisciencia, y su omnipotencia. Nos muestra, igualmente, que la médula de la
justicia que expresa el carácter de Dios es la retribución, el dar a los
hombres lo que ellos han merecido; porque esta es en esencia la tarea del juez.
El otorgar bien por bien y mal por mal es natural a Dios. De manera que cuando
el Nuevo Testamento habla del juicio final, 19 representa siempre en términos
de retribución. Dios ha de juzgar a todos los hombres, dice, "conforme a
sus obras" (Mat. 16:27; Apo. 20: 12s). Pablo amplía: "Dios... pagará
a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien
hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son
contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia;
tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo pero … gloria y
honra y paz a todo el que hace lo bueno porque no hay acepción de personas para
con Dios ... "(Rom. 2:6-11). El principio de la retribución se aplica a
todos: los cristianos, tanto como los no cristianos, recibirán según sus obras.
Los cristianos están incluidos explícitamente en la referencia cuando Pablo
dice que "todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo; para
que cada uno reciba otra vez las cosas hechas en el cuerpo, según lo que haya
hecho sea bueno o malo" (II Cor. 5: 10, VM).
De modo que la
retribución aparece como la expresión natural y predeterminada de la naturaleza
divina. Dios ha resuelto ser el Juez de todo hombre, para recompensar a cada
cual según sus obras. La retribución es la ineludible ley moral de la creación;
Dios se asegurará de que todo hombre reciba tarde o temprano lo que se merece
-si no aquí, en el más allá. Este es uno de los hechos básicos de la vida.
Además, habiendo sido hechos a la imagen de Dios, todos sabemos en el fondo que
es justo que así sea. Así es como tiene que ser. Con frecuencia nos quejamos de
que, como dijo cierto malhechor, "no hay justicia". El problema del
salmista, que veía como hombres inocentes estaban siendo víctimas, y que los
impíos "no saben de desdichas de mortales" sino que prosperan y
tienen paz (Sal. 73), se re plantea vez tras vez en la experiencia humana. Pero
el carácter de Dios es la garantía de que todos los males serán rectificados
algún día; cuando llegue "el día de la ira y de la revelación del justo
juicio de Dios" (Rom. 2: 5), la retribución será exacta, y no habrá
problemas de injusticia cósmica para atormentamos. Dios es el Juez, de modo que
se hará justicia.
¿Por qué es,
entonces, que los hombres esquivan el pensamiento de Dios como Juez? ¿Por qué
sienten que se trata de un concepto indigno de Dios? La verdad está en que
parte de la perfección moral de Dios es su perfección para juzgar. ¿Acaso un
Dios a quien no le interesara la diferencia entre el bien y el mal sería un ser
bueno y admirable? ¿Acaso un Dios que no hiciera distinción entre las bestias
de la historia, los Hitler y los Stalin (si nos atrevemos a mencionar nombres),
y los santos sería moralmente digno de alabanza y perfecto? La indiferencia
moral sería una imperfección en Dios, no una perfección. Pero no juzgar al
mundo sería mostrar indiferencia moral. La prueba definitiva de que Dios es un
ser moral perfecto, a quien preocupan cuestiones de bien y mal, es el hecho de
que se ha comprometido a juzgar al mundo.
Resulta claro que la
realidad del juicio divino tiene que tener un efecto directo sobre nuestra
perspectiva de la vida. Si sabemos que el juicio retributivo nos espera al
final del camino no viviremos como de otro modo lo haríamos. Pero no debemos
olvidar que la doctrina del juicio divino, y particularmente la del juicio
final, no debe entenderse como un fantasma con el cual asustar a los hombres
para obligarlos a adoptar una apariencia exterior de "justicia"
convencional. Indudablemente tiene aterradoras derivaciones para los impíos;
pero su función principal consiste en revelar el carácter moral de Dios, y en
impartir significación moral a la vida humana. Lean Morris escribió así:
La doctrina del
juicio final destaca la responsabilidad del hombre y la seguridad de que la
justicia ha de triunfar finalmente sobre todos los males que son parte
integrante de la vida aquí y ahora. Lo primero acuerda dignidad a la acción más
humilde, lo segundo otorga paz y seguridad a quienes se encuentren en lo más
intenso de la lucha.' Esta doctrina le da sentido a la vida... El punto de
vista cristiano del juicio significa que la historia se mueve hacia una meta.
El juicio protege la idea del triunfo de Dios y del bien. Resulta inconcebible
que el conflicto actual entre el bien y el mal haya de ser resuelto de forma
autoritaria, decisiva, y definitiva. El juicio significa que al final la
voluntad de Dios se hará en forma perfecta (The Bíblical Doctrine al Judgment: La
doctrina bíblica del juicio, p.72).
IV
No siempre se
comprende que la autoridad principal, en cuanto al juicio final en el Nuevo
Testamento, es el propio Señor Jesucristo. Con toda razón el ceremonial fúnebre
anglicano se dirige a Jesús en una misma frase con las palabras "santo y
misericordioso Salvador, dignísimo Juez eterno". Porque Jesús afirmaba
constantemente que en aquel día cuando todos comparezcan ante el trono de Dios
para recibir las consecuencias permanentes y eternas de la vida que han vivido,
él mismo será el agente judicial del Padre, y que su palabra de aceptación o
rechazo será definitiva. Pasajes que deben considerarse en relación con esto
son, entre otros, Mateo 7:13-27; 10:26-33; 12:36s, 13:24-49; 22:1-14;
24:36-25:46; Lucas 13:23-30; 16: 19-31; Juan 5:22-29.
La prefiguración más
clara de Jesús como juez se encuentra en Mateo 25:31ss: "El Hijo del
Hombre... se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él
todas las naciones [es decir, todos]; y apartará a los unos de los otros...
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre,
heredad... Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno ... " El relato más claro de la prerrogativa de
Jesús como juez se encuentra en Juan 5: 22ss: "El a nadie juzga, sino que
todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre
... el Padre ... le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del
Hombre [a quien le fue prometido dominio, incluyendo funciones Judiciales;
Daniel 7: 13s] ... vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros
oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas
los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación." El mandato de
Dios mismo ha hecho inescapable a Cristo Jesús. Se encuentra al final del camino
de la vida para todos sin excepción. "Prepárate para venir al encuentro de
tu Dios" fue el mensaje de Amós a Israel (Amós 4: 12); "prepárate
para venir al encuentro del Cristo resucitado" es el mensaje de Dios al
mundo en la actualidad (Véase Hec. 17:31). Podemos estar seguros de que aquel
que es verdadero Dios y perfecto hombre obrará como juez perfecto.
V
El juicio final,
como vimos, será según nuestras obras, es decir, nuestros actos, Todo el curso
de nuestra vida. La relevancia de nuestros "actos" no está en que
jamás merezcan un premio del tribunal -son demasiado imperfectos para que así
sea- sino en que proporcionan un índice de lo que hay en el corazón, lo que, en
otras palabras, constituye la verdadera naturaleza de cada agente. Jesús dijo
cierta vez que "de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella
darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y
por tus palabras serás condenado" (Mat. 12: 36ss). ¿Qué significación
tienen las palabras que emitimos (emisión que constituye, desde luego, una
"obra" en el sentido que aquí corresponde)? Nada más que, esta: las
palabras demuestran lo que uno es por dentro. Jesús acababa de decir esto
mismo. "Por el fruto se conoce el árbol... ¿Cómo podéis hablar lo bueno,
siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca" (v.
33ss). De igual modo, en el pasaje de las ovejas y los cabritos, se apela al
hecho de si los hombres habían o no aliviado las necesidades de los cristianos.
¿Qué importancia tiene esto? No se trata de que un modo de obrar fuese
meritorio mientras que el otro no, sino de que estas acciones pueden determinar
si hubo amor a Cristo, el amor que surge de la fe, en el corazón (Véase Mat.
25:34ss).
Una vez que
comprendamos que la importancia de las obras en el juicio final es la de
ofrecer un índice del carácter espiritual, se hace posible contestar un
interrogante que desconcierta a muchas personas. Lo podemos formular de este
modo. Jesús dijo: "El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene
vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida"
(Juan 5:24). Pablo dijo: "Es necesario que todos nosotros comparezcamos
ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho
mientras estaba en el cuerpo" (II Cor. 5:10). ¿Cómo podemos conciliar
estas dos afirmaciones? ¿Pueden ser compatibles el perdón gratuito y la
justificación por la fe con el juicio según las obras? La respuesta parece ser
la siguiente. Primero, el don de la justificación protege indudablemente a los
creyentes de la condenación y de la expulsión de la presencia de Dios como
pecadores. Esto surge de la visión de juicio en Apocalipsis 20:11-15, donde, a
la par de "los libros" que contienen las obras de cada hombre, se
abre también "el libro de la vida", y aquellos cuyos nombres están
escritos en él no son lanzados "al lago de fuego", como el resto de
los hombres. Pero, segundo, el don de la justificación no impide en absoluto
que el creyente sea juzgado como tal, ni lo protege contra la pérdida del bien
que disfrutarán otros, si resulta que como cristiano ha sido negligente,
malicioso, y destructivo. Esto es lo que surge de la advertencia de Pablo a los
corintios, en el sentido de que tuvieran cuidado en cuanto al estilo de vida
que edificaban en Cristo, el único fundamento. "Si sobré este fundamento
alguno edifica oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra
de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego
será revelada... Si permaneciere la obra de alguno que sobre edificó, recibirá
recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él
mismo será salvo, aunque así como por fuego" (I Coro 3: 12-15). La
"recompensa" y la "pérdida" significan una relación
enriquecida o empobrecida con Dios, aunque en qué forma no nos es dado saberlo
en el presente.
El juicio final se
hará también según nuestro conocimiento. Todo el mundo tiene algún conocimiento
de la voluntad de Dios a través de la revelación general, aun cuando no hayan
sido instruidos en la ley o el evangelio, y todo el mundo es culpable ante Dios
por no haber cumplido según su grado de conocimiento del bien. Pero el castigo
merecido será graduado según haya sido ese conocimiento del bien; Véase Romanos
2:12, y compárese con Lucas 12:47s. El principio que está en juego aquí es el
de que "a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le
demandará" (v. 48). La justicia de esto resulta obvia. En cada caso el
Juez de toda la tierra obrará con justicia.
VI
Pablo se refiere al
hecho de que todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo denominándolo
"el temor del Señor" (II Cor. 5: 11), y nada más justo. Jesús el
Señor, igual que su Padre, es santo y puro; nosotros no somos ninguna de las
dos cosas. Vivimos a la vista del Señor, él conoce nuestros secretos, y en el
día del juicio la totalidad de nuestra vida será pasada en revista, por así
decido, en su presencia. Si realmente nos conocemos, sabemos que no estamos en
condiciones de aparecer delante de él. ¿Qué hemos de hacer, entonces? La
respuesta del Nuevo Testamento es esta: pedidle al Juez que ha de venir que sea
vuestro Salvador presente. Como Juez, él es la ley, pero como Salvador es el
evangelio. Si nos escondemos de él ahora, nos encontraremos con él luego como
Juez -y ya sin esperanza. Busquémoslo ahora, y lo encontraremos (porque
"el que busca halla"), y entonces descubriremos que pode mas esperar
ese futuro encuentro con alegría, sabiendo que ahora' ya "ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Rom. 8:1).
Por lo tanto,
Mientras haya de vivir; y al instante de expirar, cuando vaya a responder, a tu
augusto tribunal, sé mi escondedero fiel, Roca de la eternidad.